Alemania europea
Interesa que el país locomotora de la UE afiance la continuidad de su política económica
A una semana de las elecciones federales en Alemania, los democristianos de la canciller Angela Merkel siguen manteniendo una ventaja muy importante en los sondeos sobre sus más directos rivales, y socios de Gobierno, los socialdemócratas de Frank-Walter Steinmeier.
Pero las últimas elecciones regionales han mostrado la capacidad de reacción de éstos, que como suele ser tradición, saben recargarse las pilas frente a una situación adversa. Los pequeños partidos, y el propio coste de gobernar en una situación de crisis, vienen erosionando a los dos grandes, aunque a medida que se acerca la convocatoria, estos últimos tienden a recuperarse.
Esos factores, junto a la memoria de que elementos imprevisibles de la actualidad (como fueron las inundaciones para la última reválida de Gerhard Schröder) pueden modificar sustancialmente las previsiones, indican que la partida sigue bastante abierta.
Bastante, pero no completamente, a salvo de un vuelco radical de la opinión: la democracia cristiana se perfila claramente como el primer partido, y el SPD como el segundo. La incógnita principal se refiere pues a si la eventual suma de la CDU-CSU con los liberales (opción acariciada por la canciller) pueda llegar a desbancar la actual gran coalición en el poder.
Desde un punto de vista de los intereses generales de Europa, vendría bien que su país locomotora atraviese las menores convulsiones posibles, afiance su estabilidad y garantice la continuidad de su política económica para acelerar la salida de la recesión. En traducción práctica, que continúe sin demasiados vaivenes la actual alianza democristiana-socialdemócrata. Por más que en campaña se acentúen lógicamente sus diferencias. Y por más que muchos añoran una Alemania más europea, es decir, un compromiso europeísta más decidido (por ejemplo, frente a la crisis), del estilo que protagonizaron Helmut Kohl o Helmut Schmidt.
Otras amalgamas son posibles. Pero la vuelta de tornillo conservadora que supondría una alianza democristianos/liberales (y, encima, con una CSU más radicalizada), cuando la partitura necesaria no es precisamente la neoliberal; o la llamada alianza semáforo, una heteróclita adición socialdemócrata/liberal/verde, por escasamente sólida y creíble, no parecen más convincentes que la actual.
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