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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alianza en Madrid

La principal iniciativa exterior de Zapatero arranca falta de definición y armazón político

La Alianza de Civilizaciones podía haber sido la iniciativa estrella de Zapatero en una política exterior que no ha brillado. Para empezar, ha tardado más de tres años en concretarse y arrancar, aunque sea a medio gas. Su I Foro, celebrado en Madrid, ha reflejado un poder de convocatoria que tendrá que reforzarse en ocasiones futuras para asegurar, entre otras cosas, la supervivencia de la docena de proyectos lanzados. Se puede argumentar que no es poco. Pero más que por sus buenas intenciones, a esta Alianza de nombre poco afortunado y concepto confuso se la juzgará por sus resultados, por su eficacia a la hora de resolver los problemas y conflictos concretos que pretende abordar para rebatir la tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones. De momento, sin embargo, carece de una definición y de un armazón políticos suficientes.

Parece mentira que tal iniciativa, que si no funciona resultará inocua, haya causado tal animadversión por parte del PP y sus acólitos. Otra de Aznar, la de una Alianza de Democracias, ha quedado enterrada en las arenas de Irak. Pero sobre todo, sorprende que un aspirante a presidente del Gobierno como es Mariano Rajoy se permita manifestar su menosprecio por la presencia en Madrid de dirigentes de países como Finlandia, Eslovenia (actual presidente de la UE), Malaisia, Argelia u otros.

La Alianza de Civilizaciones nació, tras el 11-S y el 11-M, del intento de buscar una vía complementaria a la puramente militar y policial en la lucha contra el terrorismo yihadista. Se trata no sólo de luchar contra éste sino contra sus causas, para aislar y desactivar a los más extremistas que engrosan sus filas en el mundo entero. Para ello, intenta tender puentes entre las culturas en un mundo globalizado en el que necesariamente va aumentando la diversidad. Sin duda es una tarea hercúlea a largo plazo, pero que, para funcionar, necesita arrancar sin demora. Y es lo que se ha intentado situando el foco en cuatro áreas: educación, migraciones, juventud y medios de comunicación. No es mal comienzo, siempre que la Alianza saque punta a sus lápices y evite convertirse en una pequeña Unesco. España ya tiene, incluso, un primer Plan Nacional.

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Quizá la iniciativa se centre excesivamente sobre los desencuentros entre islam y Occidente, cuando hay otros conflictos culturales-religiosos en el mundo, ya sea el que apunta el ascenso de China o los que han aflorado con los movimientos indigenistas en América Latina.

A Zapatero, la Alianza le sirvió en su día para vestir mejor la salida de las tropas españolas de Irak, pero ahora cobra vida propia. Para el primer ministro de Turquía, Erdogan, su funcionalidad es aún mayor pues le permite plantear por este bies la aspiración a entrar en la UE. La Alianza de Civilizaciones ha echado a andar. Aún le queda por demostrar que sirve para lo que se ha creado.

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