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Antídotos contra el terror

Si el terrorismo es una grave enfermedad que amenaza nuestro modo de vida, los médicos globales deben volver a analizar sus causas, descubrir nuevos tratamientos y, sobre todo, adoptar urgentemente medidas preventivas.

El debate sobre la etiología del terrorismo internacional ha sido hasta hoy estéril debido a una asociación imaginaria entre la lucha contra el terror y el derrocamiento de Sadam Husein. En lugar de dedicarse a fondo a combatir el terrorismo, estudiando y atacando también sus causas, el presidente George W. Bush, seguido por algunos líderes occidentales, decidió abrir otro frente innecesario. El resultado es que las fuerzas norteamericanas están atrapadas en Irak, con riesgo de guerra civil y desestabilización regional, mientras los terroristas han seguido campando a sus anchas.

El terrorismo que intimida nuestras sociedades y agobia la economía no tiene nada que ver con la situación en Irak antes de la intervención, por muy preocupante que ésta fuera. Los criminales actúan por un conjunto de causas complejas, que incluyen una concepción desquiciada de la religión (que también sufrimos en Europa hace siglos), la permanente crisis política y social que vive Oriente Medio, y el sentimiento de alineación, frustración y odio que genera, por utilizar los términos de la Estrategia de Seguridad Europea de diciembre de 2003 preparada por Javier Solana.

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Examinar y reconocer las causas no significa dar la razón a los terroristas, quienes carecen del menor atisbo. Quiere decir más bien que nuestra lucha contra el terror estaba basada en presupuestos erróneos en términos prácticos. Pero también en su diseño teórico, por el sencillo motivo de que no se ajustaba a los principios (como la democracia, los derechos humanos, el respeto del derecho internacional) que nosotros mismos defendemos.

Diferente procedencia de la enfermedad, nuevo tratamiento. A la hora de proyectar una política internacional más eficaz contra el terror, el nuevo Gobierno español tiene un papel muy relevante que jugar, a través de su política exterior, su acción en la Unión Europea y el diálogo con nuestros aliados transatlánticos. La parte más difícil será sin duda reconstruir las relaciones con Estados Unidos de aquí al mes de noviembre, haciendo comprender a la Administración de Bush que queremos continuar unas relaciones ricas e intensas con Estados Unidos aunque se retiren las fuerzas de Irak, de acuerdo con la voluntad del pueblo español. Aunque esta decisión parece inapelable, debería presentarse en positivo, como una oportunidad para encontrar un consenso internacional sobre la salida de la crisis de Irak. El bloqueo del debate constitucional en Irak se debe a la tutela norteamericana. Únicamente si la comunidad internacional en su conjunto, con presencia de Naciones Unidas, la Unión Europea y los países árabes supervisa el proceso podrá encontrarse una solución y gestionarse un fin de la violencia.

El nuevo tratamiento debe, por supuesto, reforzar las medidas policiales y de cooperación judicial, e incluso contar con apoyo militar si es necesario; pero esto no es suficiente. Las acciones policiales son medidas quirúrgicas que inciden demasiado tarde sobre el fenómeno terrorista, por lo que deben considerarse igualmente medidas preventivas que, con el tiempo, desactiven en su base las intenciones de los criminales. Además, en las sociedades abiertas es impensable responder al terrorismo con un régimen policial: ni un guardia por cada vagón de metro podría revisar todos los bultos que se llevan, ni esto sería soportable para los ciudadanos.

En cuanto a las medidas preventivas, en primer lugar, la democracia es el mejor antídoto contra el terrorismo. Muchos terroristas son ciudadanos formados de países autocráticos, que rechazan al mismo tiempo a sus Gobiernos y a Occidente. La Unión Europea (y España debería trabajar para ello) tendría que hacer un mayor uso de sus instrumentos, incluido el Proceso de Barcelona, para promover la democracia y el buen gobierno en los países árabes. Desde el 11 de septiembre se ha generado un círculo vicioso según el cual los europeos apoyan a Gobiernos no democráticos en su lucha contra el terrorismo. Al final, esta lucha se confunde con la negación de derechos humanos y libertades fundamentales y la perpetuación de regímenes corruptos, con el resultado de que se induce más terrorismo. Es preciso romper este círculo perverso y ayudar a nuestros vecinos del sur a completar sus transiciones. La estabilidad y el desarrollo económico (que también tiene que ser apoyado decididamente por Europa) sólo vendrán de la mano de regímenes más abiertos y tolerantes.

En segundo lugar, los conflictos en Oriente Medio y en el Mediterráneo deben entrar en vía de solución. El conflicto entre israelíes y palestinos se ha convertido en una penosa carnicería cotidiana que debemos detener. Las promesas hechas sobre la Hoja de Ruta en junio de 2003 no han sido cumplidas, y quien se declaró su principal garante, el presidente George W. Bush, se ha abstenido. La Unión Europea debería relanzar el plan de paz y tomar las medidas necesarias para reclamar a las dos partes su cumplimiento. Tanto en Irak como en toda la región, los Estados occidentales deben respaldar la solución pacífica de los conflictos. No podemos dar la imagen de que la violencia en nuestras casas es inaceptable mientras que sí lo es en la casa de los otros porque esto genera un sentimiento de desesperación que lleva incluso al suicidio.

Finalmente, la lucha contra el terrorismo internacional debe ser civilizada. Cuesta mucho conservar la razón cuando nos golpean de lleno, pero lo peor que puede ocurrir es ofuscarse y perder los estribos porque los excesos pueden sustraer la justicia de nuestra causa. Los terroristas son bárbaros, locos, hasta animales, porque han perdido toda racionalidad, pero debemos luchar contra ellos respetando los principios de civilización. Frente a ataques terroristas, las respuestas desmesuradas, el odio y la xenofobia generan más violencia y nos equiparan a aquello contra lo que combatimos.

Martín Ortega Carcelén es investigador en el Instituto de Estudios de Seguridad de la UE en París.

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