Aviso afgano
La participación electoral y la precipitación de los candidatos no justifican el optimismo
El desarrollo de las elecciones en Afganistán no justifica el optimismo expresado por los mandos de la OTAN, pero tampoco el desaliento ante el futuro del país. Pese a la sostenida ofensiva de los talibanes a lo largo de la campaña y los numerosos ataques durante la jornada de la votación, el 95% de los colegios electorales abrió sus puertas y, de acuerdo con las primeras estimaciones, uno de cada dos afganos con derecho a voto acudió a las urnas. Se trata de un importante retroceso de la participación con respecto a la de 2004, en que votó un 75% de los censados. Pero es todavía un dato que no proyecta sombras irreversibles sobre la viabilidad de las incipientes instituciones democráticas y que no pone en cuestión el interés de los afganos por ellas. Se trata, eso sí, de un serio aviso de que las cosas deben cambiar, dirigido tanto al Gobierno que salga de las urnas como a las fuerzas internacionales estacionadas en el país.
Las declaraciones del presidente en funciones y candidato a la reelección, Hamid Karzai, y de su principal competidor, su ex ministro de Asuntos Exteriores Abdulá Abdulá, ambos reivindicando la victoria por mayoría absoluta sin aguardar a la proclamación de los resultados oficiales, han dado pábulo gratuito a los rumores de fraude que circularon antes de las elecciones. Con su inaceptable precipitación no han hecho otra cosa que poner en dificultades a la comisión electoral, además de jugar a la ruleta rusa con sus respectivas aspiraciones: sea quien sea el vencedor, el derrotado no tendrá otra alternativa que reconocer su error o arrastrar al país hacia una peligrosa división. Esta última sería la más insensata de las opciones, teniendo en cuenta que el régimen se encuentra asediado por una inextricable constelación de talibanes, yihadistas y señores de la guerra.
Las fuerzas internacionales, tanto las norteamericanas como las integradas en la misión de la OTAN, habían asumido como prioridad absoluta garantizar la seguridad de las elecciones que acaban de celebrarse. Pero el día después ya ha llegado, y los problemas pendientes desde el comienzo de la misión vuelven a ocupar el primer plano. Hasta ahora, Washington y Bruselas parecían convencidas de que el éxito militar dependía del número de efectivos. Hoy parece claro que, además, existían graves errores de estrategia. El fundamental, que las diversas misiones internacionales que coexisten en Afganistán no se ajustan a un único plan.
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