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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Abuso sin freno

LOS 6.900 trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT), ciudad a la que dejaron sin autobuses y en la que ya está anunciado un paro de metro para la semana próxima, iniciaron ayer una huelga indefinida y sin servicios mínimos. Los 2.510 trabajadores del Metro de Barcelona llevan una semana de huelga y la prorrogan indefinidamente. Estas huelgas perjudican muy gravemente a los ciudadanos modestos que carecen de alternativa al uso de los transportes públicos, ¿Hay causa bastante para ello?La huelga de Madrid ha sido convocada por un comité en el que la mayoría de los delegados pertenecen a la llamada Plataforma Sindical, un sindicato corporativo agrupado en torno a un líder que viene multiplicando los desafíos desde la huelga de 1990, a la vista del éxito obtenido entonces. Nadie, ni la empresa municipal ni las derrotadas centrales obreras, se atreven a oponerse a sus desplantes. Se entró en una dinámica caracterizada porque el levantamiento de las sanciones de la anterior movilización justificaba la siguiente; así, hasta culminar en la situación actual, de muy difícil salida: 27 miembros del comité, incluido quien los embarcó a todos han sido despedidos. La empresa y el Ayuntamiento optaron en su día por el aplazamiento de las decisiones, y las centrales responsables eligieron la pasividad a la espera de que el incontrolado comité se estrellara. Ahora estamos ante la prueba de fuerza decisiva. La cual tiene lugar a expensas de los ciudadanos de Madrid.

En Barcelona, la huelga del metro nació por un conflicto que afecta a 192 trabajadores a los que la empresa ofrece recolocar sin merma -al contrario- de su poder adquisitivo. Un traslado que obedece a la mejora técnica en la automatización del servicio. Hay tan pocas excusas para la huelga, que los sindicatos de clase han desistido de ella, quedando en manos de gremios corporativos. Aunque se cumplen los servicios mínimos, la huelga crea el problema que buscaba: miles de ciudadanos sin transporte. Y lo crea un grupo de trabajadores que, a través de la asamblea, controla las decisiones sobre un paro indefinido, legal, eso sí, pero de dudosa legitimidad social.

Los sindicatos de trabajadores nacieron en el siglo XIX para contrarrestar los abusos de que eran víctima los obreros a manos de unos empresarios que aprovechaban su posición dominante para imponer condiciones de contratación no sometidas a control alguno. El éxito histórico del sindicalismo consiste en que muchas de sus reivindicaciones clásicas forman hoy parte de la legislación. Pero aún no han encontrado los sindicatos algún remedio contra esa forma singular de abuso -de imposición de una minoría sobre la mayoría- que constituyen las huelgas de transportes públicos. Abuso especialmente indeseable cuando, como ahora en Madrid, se impide por vía de hecho el funcionamiento de los servicios mínimos o, como en Barcelona, se desencadena una huelga indefinida, sin perspectivas ni alternativas de diálogo.

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