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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un respeto para las respetuosas

NO Es el oficio más viejo del mundo, pues Caín demostró que primero fue el de asesino. Las primeras prostitutas de las que se tiene noticia fueron las Propétides, jóvenes doncellas de Amatunte que se atrevieron a negar la divinidad de Afrodita. El castigo de los dioses consistió en despertar en ellas deseos sexuales imposibles de saciar, lo que las condujo a la prostitución. Terminaron convertidas en estatuas de piedra, según la mitología griega que nos legó la leyenda, y ya se sabe que la mitología -escrita por hombres en general- saca provecho hasta de debajo de las piedras. Desde la Babilonia de Nemrod hasta la calle de la Ballesta, la prostitución es un pecado, un oficio, una maldición, un delito y, en resuinidas cuentas, una metáfora del mundo.Hace casi 30 años que el Gobierno del general Franco intentó abolir en España la prostitución, y 15, ya en las postrimerías de su reinado, desde que se incluyó este oficio entre los penalizados bajo ese extraño y vago concepto de la peligrosidad social. Ahora se ha levantado la polémica, y la economía y la política intervienen en un tema dominado por la religión, la literatura y la crónica negra. A mediados de los setenta, una rebelión de prostitutas francesas, encabezadas por la efimeramente célebre Ulla, levantó la liebre de las reivindicaciones: querían protección, derecho de sindicación, seguridad social; menos desprecio, en resumidas cuentas. Llegaron a ocupar una iglesia de Lyon, donde dormían en colchonetas, y Ulla escribió un libro que se vendió bien, antes de acabar, boicoteada, solitaria y algo trastornada, en una casa de salud.

Un munícipe madrileño, Juan Barranco, ha pedido la despenalización de la prostitución, a lo que la directora general del Instituto de la Mujer, Carlota Bustelo, ha replicado, con dudoso criterio, que ello sería anticonstitucional. Las opiniones abundan en uno u otro sentido, pero los datos escasean. Lo que no escasea es la prostitución en nuestro país, pues se calcula en algo menos de medio millón el número de mujeres de la vida que actúan a la luz pública, y ello sin contar la llamada prostitución de lujo, mucho más clandestina. Las formas que la profesión adopta en la era de la tecnología son más variadas que las posiciones de su ejercicio, desde la tradicional casa de lenocinio a las de masajes orientales, de la barra no se sabe bien por qué denominada americana al listín telefónico. Sólo un dato es común: la colectividad desprecia lo que ella misma segrega, margina a la que practica una profesión denominada vicio, pero no a su consumidor, y se tranquiliza más cuanto más logra integrar el tema en la crónica negra de la delincuencia y la ilegalidad, del proxenetismo a la trata de blancas, de la droga y sus derivados hasta el gansterismo. Hace pocos días, en un curioso informe televisado sobre el tema -donde, por cierto, las voces de las prostitutas se ocultaban medrosa y puritanarnente tras una serie de muñecas modemistas y cursis-, la mitad del tiempo estuvo dedicado a los problemas conexos de la droga y la delincuencia.

El mundo de la prostitución, que en muchos casos acompaña al del delito, a la corrupción de menores, a la trata, a la droga y al gansterismo, no se identifica con él. Es su marginalidad, su especial clandestinidad, lo que provoca esta delincuencia sumergida que cuando aparece satisface esas otras necesidades sadomasoquistas de tina sociedad sedienta de escándalos. Las prostitutas españolas no han protestado mucho hasta ahora: en alguna ocasión lo hicieron por problemas de competencia de las extranjeras, esto es, por problemas de subsistencia.

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Vuelven ahora los tiempos de la ortodoxia sexual, incluso de la mano del puritanismo marxista o de izquierd.as, del progresismo antañón que reivindica el uso del propio cuerpo por una parte y por la otra critica un lucro por ese uso si no está bendecido por el cura o por el juez. Pero la historia demuestra que las prostitutas lo han resistido todo, desde la más puritana represión hasta el libertinaje social más desenfrenado. ¿Qué menos, por tanto, que inclinarse por resolver los problemas más elementales que tienen planteados? Que tengan libertad, cuidados sanitarios y la seguridad social a la que todo ciudadano tiene derecho. Que tengan más garantías jurídicas, se vuelquen sobre ellas -y sobre ellos, porque la prostitución masculina es un hecho en aumento- menos abusos policiales, menos hipocresía judicial, menos desprecio y menos mitificación. Lo demás, desde la represión hasta el control, no hace más que atacar los efectos pero no las causas, perseguir a las víctimas y no a los verdugos.

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