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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El efecto Borrell

EL MEJOR Borrell fue el de su despedida como candidato. El estilo directo y el tono sereno de su explicación recordó al del candidato que tantas esperanzas despertó hace un año, cuando ganó las elecciones primarias. La mayoría de los políticos acogió con respeto una renuncia que a partir de hoy pone muy alto el listón ético en esa profesión. Su argumento fue que en política el cumplimiento estricto de la legalidad es imprescindible, pero no suficiente; que hay valores que deben dominar la acción política, por encima de las conveniencias partidistas. Como conclusión, que aunque no ha habido nada ilegal en su comportamiento, su proximidad personal a Aguiar y Huguet extiende una sombra de duda que podría perjudicar la imagen del PSOE o las expectativas de sus candidatos en las elecciones inmediatas.Por lo que se sabe, Borrell tiene razón en ambas cosas. No hay en su actuación nada reprochable desde un punto de vista penal, civil o ético. Pero el hecho de que su ex mujer participase en un fondo de inversiones junto a uno de esos antiguos colaboradores, convertidos hoy en símbolo máximo de la desvergüenza, refuerza la impresión de que no se trataba sólo de funcionarios desleales, sino de personas de su entera confianza personal. Por ello, su decisión de renunciar es prudente, y seguramente sabia. Aunque se haya visto favorecida por otros factores.

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Borrell renuncia para evitar que el escándalo de sus ex colaboradores perjudique al PSOE

El escándalo Huguet-Aguiar, vinculado a un personaje tan nefasto para la vida española como Javier de la Rosa, ha afectado a Borrell en órganos vitales. Por una parte, le golpea en su estandarte de político libre de toda sospecha: que sus dos Savonarolas de confianza hayan resultado como mínimo sendos defraudadores a gran escala proyecta una imagen sobre Borrell insoportable para su propia estima. Por otra, le trabaja su punto flaco: el de su discutible perspicacia para seleccionar a sus colaboradores. La combinación de ambos golpes dejaba a Borrell a la intemperie: a merced de un PP cuya única defensa frente al desenmascaramiento de espabilados tipo Piqué o Arias-Salgado ha sido exclamar: ¡Pues mira que tú!

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Pero la historia no se acaba con la renuncia de Borrell: fue éste quien ayer encarnó, en su derrota, la dignidad del político, y no el triunfante portavoz del Gobierno al responder a los informadores que el PSOE "no está en condiciones de dar lecciones". A él y a su partido sí se la dieron ayer. Una gran lección a la arrogancia de quien se siente políticamente impune, y que se extiende a otros dirigentes del PP: al ministro de Fomento por su peculiar manera de administrar sus bienes familiares, y a la candidata del PP al Parlamento Europeo, Loyola de Palacio, que tampoco parece haber acertado al rodearse de altos colaboradores que aprovechaban las subvenciones de la UE para su propio beneficio. José Borrell les puso ayer ante el espejo de su propia incoherencia: el cumplimiento de la legalidad es imprescindible, pero no suficiente para los políticos.

No habiendo reproche de irregularidades, Borrell podía haber intentado seguir, una vez ofrecidas las explicaciones oportunas (que se habían demorado más de la cuenta). De esas explicaciones se deduce que la participación de su ex mujer, con una cantidad modesta, en un fondo de inversiones gestionado por Huguet no tiene nada que ver con el dispositivo que enriqueció a los dos funcionarios de las cuentas suizas. Entonces, ¿por qué la renuncia? Porque esa participación confirma la existencia de una fuerte relación personal con dos presuntos delincuentes que como mínimo abusaron de su confianza sin que funcionara ningún mecanismo de alerta. El PP, tocado ya por serios asuntos de corrupción, y que hace bandera de la reducción de impuestos, habría preferido competir con un candidato al que pudieran tapar la boca recordándole sus amistades peligrosas.

¿Y ahora? En la situación en que se encuentra el PSOE sólo una cosa sería peor que caer en la melancolía: sucumbir a la tentación de la ocurrencia. Creer que basta encontrar un candidato con encanto para suplir las carencias programáticas o la simple falta de ideas. No basta querer ganar, hay que saber para qué se quiere ganar. Y eso no se improvisa en una reunión de urgencia. En las varias elecciones del 13-J, el PSOE parte de resultados tan malos, especialmente en las europeas, que no le será difícil mejorarlos. Y a ello debe dedicar todos sus esfuerzos, pese la crisis puesta de manifiesto por la renuncia de Borrell. Será después de las elecciones cuando la dirección deba resolver el vacío en su candidatura a la presidencia.

Muchos políticos amagan con dimitir, pero se quedan. La experiencia enseña que no es difícil encontrar las más nobles coartadas para no irse, o al menos para aplazar la decisión. A José Borrell le honra haber sabido desechar esas tentaciones; en lugar de atrincherarse, como hubiera deseado el sector más oportunista del PP, ha sido coherente con su compromiso.

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