Bildu en el poder
De los 27 concejales que integran el Ayuntamiento de San Sebastián, solo ocho pertenecen a la formación soberanista Bildu. Los 19 restantes son del PSE (7), PNV (6), y PP (6), lo que quiere decir que Juan Ignacio Izagirre, de Bildu, es alcalde de la ciudad sostenido en un porcentaje de concejales que no llega a un tercio de la corporación. Sus primeras decisiones invitan a pensar, sin embargo, que se propone gobernar como si dispusiera de una holgada mayoría, más aún, de la representación efectiva de la nación vasca, con la que identifica su propia posición a la hora de justificar su política. Como era previsible, Izagirre es la patria.
Bildu repite ahora lo que Euskal Herritarrok experimentó 12 años atrás: la euforia de sentirse protagonista de un nuevo comienzo y hasta de un nuevo tiempo histórico. En ambos casos, fue un avance inesperado, incluso para ellos mismos; un avance que guarda estrecha relación con sendas declaraciones de ETA.
El 16 de septiembre de 1998, y por vez primera en su historia, ETA declaró una "tregua indefinida". El 8 de enero de 2011, ETA decidió "declarar un alto el fuego permanente y de carácter general". Las elecciones municipales se celebraron, pues, en 1998 y en 2011, rodeadas de la expectativa de que aquella tregua y de este alto el fuego anunciaban el fin a corto plazo de la organización terrorista. El resultado electoral de Euskal Herritarrok superó todas las expectativas, del mismo modo que lo ha superado para Bildu: 679 concejales entonces (a los que habría que añadir los 140 de EA); 953 ahora, muy por delante en ambos casos de los obtenidos por el PNV, por no hablar de socialistas y populares, siempre penalizados por el desigual comportamiento de sus votantes en elecciones municipales o legislativas.
Aquí acaban las similitudes y comienzan las incertidumbres. Las expectativas levantadas en las elecciones de junio de 1999 resultaron brutalmente frustradas tras el anuncio por ETA en noviembre de ese mismo año del fin de su tregua indefinida, al considerar que el PNV no avanzaba con pasos decididos hacia la soberanía de Euskadi: en el año 2000, ETA cometió 23 asesinatos.
La respuesta del gobierno y de la oposición fue rápida y unánime. Una vez celebradas las elecciones generales, el acuerdo que sirvió de base a la nueva ley de partidos dejó a Batasuna, su mundo y cualquiera de sus criaturas fuera de la ley, con el resultado final ahora conocido: las cosas están hoy, en reparto de votos y presencia en Ayuntamientos y diputaciones, más o menos como estaban en 1990.
Con una diferencia: si Bildu ha logrado alcanzar nuevas posiciones de poder -sobre todo, la alcaldía de San Sebastián y la Diputación de Guipúzcoa- no ha sido ni como efecto mecánico de los resultados electorales ni por la fortaleza de la retaguardia de ETA, sino por la política de alianzas del PNV, que a su vez está condicionado por el doble juego que ha convertido en su especialidad: acudir solícitamente en apoyo del gobierno del PSOE a la vez que niega el pan y la sal al PSE, pensando así obtener lo mejor de ambos mundos. En Madrid arranca siempre tajadas de la debilidad de su aliado, en situación de extrema necesidad, mientras en Euskadi erosiona el suelo de su adversario, sin que nada importe que aliado y adversario sean fragmentos del mismo partido.
Esta política, además de nutrir al PNV con la expectativa de una pronta recuperación del poder, favorece a Bildu y permite a su base social emplearse a fondo en una política de exclusión de los adversarios políticos, mientras sus dirigentes promueven una política de euskaldinización dirigida a levantar empalizadas que ni el AVE será capaz de atravesar. La imagen del único concejal del PP de Elorrio, rodeado de gentes de mirada iracunda y puño cerrado, dispuesto a descargarlo en la primera ocasión sobre la cara de su vecino, constituye un ominoso anuncio de lo que en adelante puede ser la confrontación política en el plano local en el País Vasco.
Una violencia difusa y continua ejercida impunemente sobre la oposición, mientras se repite por activa y pasiva que este no es el momento de exigir la desaparición definitiva de ETA y se avanza en el camino de la soberanía simbólica como prenda de un futuro de independencia.
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