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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Botella medio llena

Zapatero vaticina una mejora de la economía pero admite que erró al minusvalorar la crisis

El presidente Zapatero realizó ayer un balance del que, sin duda, ha sido el año más difícil desde su llegada a La Moncloa. En esta ocasión no transmitió consideraciones novedosas sobre los 12 meses que han quedado atrás ni tampoco anuncios sorprendentes para el inmediato futuro, aunque el optimismo siguió siendo el tono dominante de sus palabras. Aseguró estar cumpliendo el programa con el que se presentó a las elecciones y vaticinó una pronta mejora de la economía, admitiendo que había cometido un error al negarse a reconocer el alcance y la profundidad de la crisis cuando ya era evidente en los datos macroeconómicos y en las valoraciones de los organismos multilaterales y los expertos.

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El presidente prestó especial atención a la situación económica, la política exterior y la lucha antiterrorista, marcada por el inhabitual aviso sobre un posible secuestro que realizó el ministro del Interior dos días antes. Tal vez el planteamiento de la comparecencia en estos términos resultase beneficioso para el Gobierno, puesto que permitía poner el acento en el número de medidas adoptadas más que en su eficacia. Pero también tenía desventajas. Entre ellas, no dar cuenta de si el presidente ha tomado conciencia del principal problema que ha enfrentado a lo largo de este año, y que tiene que ver con una filosofía y una práctica del ejercicio del poder.

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Si algo ha marcado la singularidad de 2009 ha sido la descarnada irrupción del principio de realidad en la política española, que Zapatero había venido ignorando desde antes de las últimas elecciones y al que quiso hacer frente con iniciativas de imagen. Eso fue lo que le llevó a hablar de desaceleración para referirse a la crisis más grave desde el crash de 1929 o a anunciar reiterados paquetes de medidas económicas marcadas por la improvisación, puesto que no obedecían tanto a una estrategia rigurosa como a la necesidad de alimentar la propaganda. Hoy los márgenes para este género de actuación son más estrechos, tanto porque las cuentas del Estado no permiten financiar medidas de gran impacto en la opinión pública como porque la credibilidad del presidente ha comenzado a resentirse.

Zapatero consideró que el secuestro del Alakrana o la huelga de hambre de la activista saharaui Aminetu Haidar han reforzado el papel internacional de España, lo que, de algún modo, vendría a convalidar la política exterior del Gobierno. Es una interpretación discutible, puesto que parece extraer una conclusión aleatoria a partir de dos premisas que, además, nada tienen que ver entre sí. La manera en la que se resolvió el caso del atunero puso en evidencia una grave descoordinación, que parece haberse corregido en el secuestro de los tres cooperantes españoles en Mauritania. La llegada de Haidar a Lanzarote, por su parte, constituye un ejemplo de cómo no deben conducirse las relaciones con Marruecos, prestándose a convalidar sus atropellos contra los derechos humanos por preservar el buen entendimiento. Zapatero, en cualquier caso, carece de alternativa en este ámbito: el impulso que necesita la política exterior no puede emprenderse apenas horas antes de que comience la presidencia semestral de la UE.

La política antiterrorista, por último, es uno de los terrenos donde el Gobierno ha obtenido mayores avances. No sólo en la detención de activistas y en la prevención de atentados, sino también en el fortalecimiento del consenso entre las fuerzas democráticas. Por eso, declaraciones como las del ministro del Interior alertando sobre un posible secuestro de ETA, que Zapatero respaldó, resultan sorprendentes. Cabe pensar que las razones para hacer algo así eran más poderosas que la polémica suscitada.

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