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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Buckingham, de boda

Al príncipe Guillermo le corresponde meditar sobre el papel de la monarquía en el siglo XXI

El príncipe Guillermo de Inglaterra, segundo en la línea de sucesión al trono británico, contrae hoy matrimonio con Kate Middleton, plebeya de familia enriquecida hace solo un par de generaciones. Y lo hace como si la historia se hubiera detenido con parecida pompa y circunstancia a la del matrimonio de su abuela, Isabel II, o de su madre, Diana Spencer.

¿Qué sustenta hoy la institución de la monarquía? ¿Por qué la opinión británica sigue tan aparentemente apegada a su realeza? Resulta necesario matizar. Las encuestas de los últimos 20 años son unánimes en situar el número de republicanos confesos en torno al 20%. Pero esos mismos estudios de mercado apenas dan un 50% de británicos interesados en algún grado por la boda, y solo un tercio piensa seguir los fastos por televisión.

La justificación más superficial de la monarquía -de todas- es que se ha convertido en un elemento de alto valor decorativo en la sociedad del ocio en que vive el mundo desarrollado. Y con crisis, más aún. Todos los desastres económicos de estos años no alteran un dato: nunca tanta gente, durante tantos años, había tenido tanto tiempo libre. Pero también cabe hablar de un pasado, de una continuidad por encima de la refriega política diaria, o de un servicio a los intereses nacionales en el exterior como embajadora, agente de relaciones públicas y todo aquello que puede y debe saber hacer una familia real. Es el caso británico y, aún con mayor motivo, el español.

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Hay siete casas reinantes en Europa (alguna más si se les suma los grandes duques): tres escandinavas, dos en los Países Bajos, Gran Bretaña y España. Otras tantas fueron barridas por el violento siglo XX. Y una sola restauración; la de los Borbones españoles. Isabel I de Inglaterra lleva 58 años en el trono y a Guillermo, pensando en que algún día le puede llegar el turno, le convendría meditar sobre cómo se justifica la monarquía en el siglo XXI.

El rey Faruk de Egipto, destronado en 1952, dijo en su exilio de la Costa Azul que en 25 años en Europa no habría más reyes que los de la baraja y el británico. La condición para que algunos más se salvaran ha sido la mesocratización de la realeza. Y, quizá, la que menos ha progresado en esa línea ha sido la monarquía británica. Guillermo y Catalina pueden trabajar por la dinastía o alejar algo más a los británicos de su extraordinario pasado.

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