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Buscando salida para una Cuba imprevisible

El ministro Moratinos ha venido luchando a lo largo de los últimos tiempos y, en especial, durante el primer semestre de 2010 de Presidencia española del Consejo de la UE, para que la Unión Europea modifique la Posición Común que -desde que se aprobó el 2 de diciembre de 1996 a iniciativa del Gobierno de José María Aznar- ha venido tratando de impulsar -sin éxito- una democratización y una transformación hacia la economía de mercado del régimen cubano.

Después del mes de febrero de 2010 en que el régimen de los Castro dejó morir al preso Orlando Zapata en su huelga de hambre, Europa se muestra escéptica sobre los intentos españoles de flexibilizar la Posición Común sobre Cuba. Bélgica -que ha sustituido a España en la presidencia del Consejo como segunda del trío España/Bélgica/Hungría- opina que liberar a unos cuantos presos políticos no es señal suficiente de que el régimen cubano se transforme.

La UE se muestra escéptica: las excarcelaciones no son señal suficiente de que Cuba cambie
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En estos días pasados, Fidel Castro ha vuelto a la actividad pública en actitud agresiva tras dos años de haber cedido el mando a su hermano Raúl. La reaparición de Fidel con uniforme militar no va sin embargo a aliviar la desastrosa situación económica y la caída de los antes envidiados niveles sanitarios en que Cuba está metida, pese a la enorme ayuda recibida de Hugo Chávez a cambio de recibir médicos cubanos. Más bien, diría yo, esta reaparición política de Fidel en tonos agresivos pone en tela de juicio cualquier esperanza de evolución hacia la renormalización de una Cuba en grave crisis, no por la existencia de un enemigo exterior, como pretende Castro, sino por la inviabilidad de su sistema económico y político.

Las actuaciones de Moratinos tratando de buscar una salida para Cuba no son las primeras que desde Europa se han favorecido en contra de las actitudes de enfrentamiento, sanciones y bloqueos practicada por Estados Unidos respecto a La Habana por medio de la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton y la Sección 611, que alguna vez ha comentado el profesor Roy en estas mismas páginas.

Manuel Marín -cuando era Comisario Europeo en la Comisión Delors- trató de impulsar un acuerdo euro-cubano pero el proceso se malogró por el derribo de unas avionetas de Hermanos del Rescate por cazas Mig cubanos en febrero de 1996. En diciembre de 1997 yo mismo, como director, entonces para cuestiones del Caribe de la Comisión Europea, con la Comisión Santer y siendo Pinheiro el comisario para cuestiones de Desarrollo, llegué a convencer a Fidel Castro de que diera algún paso que le permitiera acceder al Grupo de Países de África, Caribe y Pacífico (ACP), entrando así en la negociación del Acuerdo de asociación de Cotonou con Europa que debía firmarse en breve, pues con un acuerdo colectivo de aquel tenor habría menos reticencia europea a aceptar un país con un nivel de democracia comparable al de algunos otros países firmantes.

Estábamos en el palacio de la Revolución, en La Habana, eran las tantas de la noche y aún recuerdo cómo, dirigiéndose a su entonces ministro de Asuntos Exteriores, Roberto Robaina, Fidel Castro decía: si los otros países del Caribe están en esta negociación nosotros debemos también entrar.

Sin embargo, el intento no duró mucho, pues en respuesta a la posición crítica con el régimen cubano manifestada por Europa en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra, a principios de 2000, Castro ordenó separarse de las negociaciones con la UE que iban a concluir poco después con la firma, el 23 de junio de 2000, del actualmente en vigor Acuerdo de Cotonou entre 77 países ACP -no todos perfectamente democráticos- y los entonces 15 países miembros de la UE.

Esto quiere decir que las posiciones del régimen de los Castro respecto a la apertura exterior han debido contemplarse siempre con mucha prudencia, pues el antagonismo de La Habana no solo ha sido contra Estados Unidos -el eterno enemigo exterior desde Bahía Cochinos y la crisis de los misiles soviéticos en época de Kennedy-, sino contra la propia Europa, más predispuesta al diálogo constructivo siempre que se avance hacia una cierta transformación del régimen.

Visto lo visto, y a pesar de que puedan producirse algunas excarcelaciones -con el apoyo de la Iglesia y de España- de aquí a septiembre, y de que Raúl prometa estimular el trabajo autónomo, no creo que Europa vaya a considerar que eso sea suficiente para reconsiderar globalmente sus relaciones con unos Castro que son siempre impredecibles en sus reacciones. Me gustaría, sin embargo, equivocarme pues ello indicaría que los Castro habrían puesto en marcha un auténtico y suficiente programa de reformas económicas y políticas. Cuba se lo merece.

Francesc Granell es catedrático de Organización Económica Internacional de la UB y ex director para el Caribe de la Comisión Europea.

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