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La izquierda ha ganado, pero ya no puede equivocarse

Sami Naïr

La victoria de la izquierda en las elecciones legislativas francesas no tiene nada de excepcional: desde hace más de 15 años, Francia está sumida en una búsqueda de su identidad, social y moral, cuyo alcance da la impresión de que las élites políticas, ya sean de derecha o de izquierda, no han valorado. Eso es lo que explica que, desde 198 1, todas las elecciones legislativas hayan estado marcadas por un cambio en la mayoría en la Asamblea Nacional (1981, 1986, 1988, 1993, 1997). De hecho, las capas asalariadas (medias y obreras) ya no dan un fuerte contenido a la separación ideológica entre derecha e izquierda. Más bien deciden sobre unos programas coyunturales en función de tres parámetros: el mantenimiento del Estado del bienestar, es decir, la defensa del empleo y de la protección social (no es una casualidad que en todas las ocasiones se haya condenado tanto al libera lismo económico de la lizquierda como al neothatcherismo de la derecha en nombre de la tradición social del Estado republicano); la seguridad, para prevenir los disolventes efectos sociales del liberalismo en la vida cotidiana (abandono de los barrios periféricos, inseguridad de las ciudades), y, finalmente, el lugar que ocupa la identidad nacional re publicana en la construcción europea. La izquierda perdió en 1986 y 1993 porque "olvidó" sus promesas acerca de estas cuestiones, la derecha fue derrotada en 1988 y lo ha sido ahora porque quería acentuar la política liberal de la izquierda. Y, a la inversa, la izquierda ganó las presidenciales en 1981 y 1988 porque preconizaba un avance en la defensa del Estado del bienestar o el mantenimiento de los logros sociales adquiridos frente al ultraliberalismo chiraquiano de la primera cohabitación (1988). La prueba del 9: Chirac ganó las presidenciales de 1995 (frente a una parte de su propio campo: Eduard Balladur) con un programa de lucha contra la 'fractura social", es decir, de defensa del modelo social-republicano francés. Nota final: la izquierda ha ganado ayer debido al mismo tema.La lección es clara: desde hace 15 años, las capas medias y populares están animadas por una obstinada voluntad de defensa del modelo social republicano, digan lo que digan los apologetasdel ultraliberalismo o los defensores de la Sociedad civil "americanizada". Y aquellos que abandonan toda esperanza en este modelo están condenados a engrosar las filas del abstencionismo o a unirse, mediante el voto contestatario, nihilista y neofascistoide, a la extrema derecha lepenista.

Por estas razones de fondo -más allá de su excesiva confianza en los sondeos de opinión, de la incompetencia política de sus consejeros, de la profunda división de su -mayoría, de la ceguera tecnocrática de Alain Juppé-, Jacques Chirac ha perdido las elecciones. Y la izquierda ha ganado porque ha sabido tener en cuenta, al menos en sus declaraciones, el profundo significado del movimiento social que se desencadenó en 1995 con las huelgas, la resistencia cívica frente a las leyes xenófobas relativas a los extranjeros e inmigrantes y la necesidad de renovar su personal político (especialmente al permitir que las mujeres, que han obtenido por doquier un excelente resultado, fueran mucho más numerosas en las listas electorales). Finalmente, la izquierda ha sabido dar con el socialista Lionel Jospin, el comunista Robert Hue y la ecologista Dominique Voynet, la imagen de unos actores políticos cuyo rigor y honestidad son incuestionables.

Para Jacques Chirac, las consecuencias de este voto no son nada lucidas: en el ámbito de la política interior se va a encontrar paralizado al menos durante tres años, salvo que la izquierda cometa un grave error; de este modo podrá dedicarse a mostrar su altura en la política exterior. Deberá gestionar una profunda crisis en la derecha, ya dividida entre su ala thatcheriana (Alain Medelin) y su tropismo gaullista (Phillipe Séguin). Y, sobre todo, tendrá que evitar que la derecha clásica se descomponga por los bruscos embates de la extrema derecha.

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Para la izquierda, los retos no son menos importantes. Tendrá que hacer frente con toda seguridad a una dura ofensiva de los mercados financieros, que no será inmediata, pero sí perniciosa a largo plazo. Además, nadie puede saber cómo va a reaccionar la derecha vencida en una cohabitación de la que no saca ningún beneficio directo: se puede esperar lo peor. También está claro que, a pesar de su proclamado respeto a la moneda única, la izquierda deberá renegociar los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht. LionelJospin ha declarado: "Estamos a punto de asistir a un acontecimiento que va a dejar a Europa desconcertada pero que al mismo tiempo va a provocar una magnífica esperanza tras la, victoria de la izquierda laborista en Gran Bretaña". No es un brindis al sol, sino el presentimiento de que, para Francia, la prueba crucial se juega en el terreno europeo. En efecto, se abre una nueva etapa, aunque sólo sea porque Francia y Alemania desempeñan un papel central en la construccion europea. 0 la izquierda francesa, radicalizando la victoria de los laboristas británicos, es capaz de dar una salida social a esta construcción, o perecerá en las redes del ultraliberalismo maastrichtiano. En el primer caso, podrá influir rápidamente en la recomposición política que está teniendo lugar en Alemania y ayudar seriamente al SPI) a volver a ser una alternativa política creíble en las eleccio nes legislativas al ' emanas en el otoño de 1998.- El campo europeo sufriría un cambio radical. La insistencia con la que Lionel Jospin ha afirmado la "necesidad absoluta" de que Italia y España participen en la moneda única tendrá también consecuencias en estos países. Pero si, por el contrano, la izquierda francesa hace lo mismo que en 1983 y se deja fagocitar por los lobbies financieros, la derrota política y cultural del modelo social europeo que de ello resultaría sería, probablemente, definitiva.

La victonía de la izquierda en Francia es una bella victoria. Pero también es la victoria de la última oportunidad. Si la izquierda fracasa, la derecha francesa, fuertemente influida por la extrema derecha, sacaría, sin duda, partido. Pero, si tiene éxito, serán la tradición social-republicana y la Europa social las que, a costa de unas batallas muy duras, terminarán por prevalecer frente a un enfoque puramente financiero e imponer, en el fondo, el control y la reorientación de la mundialización del liberalismo económico. Mientras esperan que Alemania y los países del sur de Europa entren también en esta batalla, la mayoría de los electores franceses ha dicho con toda claridad a la izquierda: "Sí, una vez más, pero ya no tenemos derecho a equivocarnos".

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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