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'Allegro molto sostenuto'

Angustiados como estamos por el shock del brent, el shift del euro o la OPV del Nasdaq, venir ahora con la noticia de que ha muerto un humanista es, como poco, de mal gusto y escaso tacto. Es, por lo menos, lo que debieron pensar los Fugger, los Welser o los Peutinger cuando, asaltados por la duda de si cobrarían o no el millón y medio de ducados que, en junto, les debía el césar Carlos, un insensato insensible les comunicaba, apenado, que Erasmo de Rotterdam acababa de morir. Y en éstas en que nos vemos, otro insensato insensible se pone a escribir sobre la desaparición de otro humanista, Carlo M. Cipolla, fallecido al alba del pasado día 7 de septiembre, un mes no menos cruel que abril.El profesor Cipolla, reconocido en todo el mundo como uno de los historiadores más completos del siglo que termina, nació en Pavía, en 1922 y allí acaba de morir. Vinculado estrechamente a su ciudad natal, estudió en su universidad -y también en la London School of Economics- y en ella fue catedrático de historia económica, tras haberlo sido primero en Catania (a los 27 años), y más tarde en Venecia y en Turín. En 1957, su notoriedad como estudioso de la demografía (su Profilo di storia demografica della cità di Pavia es de 1947) y de la moneda (Studi di storia della moneta: i movimenti dei cambi in Italia dal sec. XIII al sec. XV es de 1948) hace que la Universidad de California en Berkeley le contrate como visiting professor, condición que en sólo dos años cambiará por la de full professor (catedrático). Desde entonces dividirá su tiempo y su magisterio entre Italia, Bélgica, Inglaterra, Francia, Suecia y Estados Unidos, país que conoce desde 1953 gracias a una beca Fullbright. Miembro de numerosas academias, Lincei, Academia Europaea, American Academy of Arts and Sciences, British Academy, su producción científica se contiene en dos docenas de libros, todos ellos breves, que han sido traducidos, en su mayoría, a las principales lenguas.

En español se han publicado buena parte de ellos. La primera traducción al castellano de un libro suyo, Cañones y velas en la primera fase de la expansión europea, 1400-1700 (Ariel, 1967) fue perpetrada por mí y la alentó el profesor Jordi Nadal, introductor de Cipolla en España, de quien recomendaba enérgicamente a sus alumnos que leyeran esa joya de la historia económica que es Le avventure della lira. Como era de temer, los cañones y las velas no hicieron fortuna en el mercado español de los sesenta. Y, sin embargo, en ese libro ya se contenían los rasgos más definitorios de la concepción de la historia de Cipolla y de su oficio de historiador. Intelectual inquieto, fascinado por mundos y culturas diversos, le preocupaba entender las fortunas contrarias del desarrollo tecnológico en Oriente (más dotado científicamente que Europa a fines de la Edad Media) y en Occidente. Especialista en transformaciones demográficas, crisis económicas y evoluciones financieras, supo valorar con justeza el tremendo impacto económico de los "descubrimientos" de portugueses (a quienes admira) y españoles (a quienes censura) que afloraron una corriente de plata que, tras recorrer impetuosamente España, se derramó por Europa originando una revolución de los precios que supuso, simétricamente, el enriquecimiento de flamencos o alemanes y la ruina de Castilla. Su sólido conocimiento de los procesos de fundición de campanas y cañones, de las piezas de artillería (ya fuese el Mons Meg de Edimburgo o los Ma-ti-pao chinos) o de los distintos aparejos y arboladuras de galeazas, carracas, juncos o carabelas es el mismo que tiene de los relojes (Las máquinas del tiempo, Crítica, 1999) o del dinero (El gobierno de la moneda, Crítica, 1991) que maneja con igual soltura cuando ha de valorar el papel del real de a ocho o el del tálero de Leeuwen (La odisea de la plata española, Crítica, 1999, su último libro). Ese conocimiento detallado y profundo, sumamente competente, es el que exhibe también cuando se enfrenta a otros "materiales" de la historia como los piojos, la peste, los miasmas o los humores (Contra un enemigo mortal e invisible, Crítica, 1993).

No se crea, por lo que antecede, que el profesor Cipolla es un típico representante de cierta "microhistoria" narrativa a la italiana que, en palabras de Josep Fontana "ha ofrecido como muestras de novedad teórica minucias eruditas de escaso interés". Por el contrario, lo que hace Cipolla es combinar sus estudios microscópicos en profundidad con una aproximación global que le permite acercarse más a lo que de verdad le interesa: "El verdadero problema consiste en comprender la realidad humana", nos dice. Por eso está en condiciones de producir una síntesis extraordinaria como es su Historia económica de la población mundial (Crítica, 1978) o dirige y coordina una extensa y ambiciosa Historia económica de Europa en nueve volúmenes (Ariel, 1982) a la vez que cultiva el ensayo (La decadencia económica de los imperios, Alianza, 1989) o afina los resortes de la teoría y del método (Entre la historia y la economía. Introducción a la historia económica, Crítica, 1991).

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Pero quizá lo que más sorprende de este hombre equivocado de siglo es su obsesión por comprender cómo afectan a los hombres y las mujeres los procesos que ha estudiado, qué papel ha jugado la carne humana en esos procesos históricos, por qué se produjeron esos desarrollos y no otros alternativos, qué se puede aprender de cañones, barcos de vela, reales de a ocho, especias, campanas o relojes que sirva para los ciudadanos de hoy, para construir civilización, porque Cipolla sabe muy bien que el desarrollo tecnológico es una cosa y la civilización otra muy distinta. "Los cañoneros de la reina Victoria -nos dice- dieron al traste con los nobles esfuerzos de Lin para terminar con el tráfico de opio, pero ello no implica que los almirantes de la reina Victoria fuesen más 'civilizados' que el comisario Lin".

Curioso, culto y cortés (conservo de él cartas amabilísimas en italiano, francés e inglés escritas con precisión y elegancia parejas), Cipolla dejaba en todos sus libros el inconfundible aroma de una cultura clásica que ya no se estila (sólo él superó a Goscinny citando en latín), el deje de su lenguaje poético (Chi ruppe i rastelli a Montelupo? es un título forzado para que contenga esa sonora aliteración) o los rastros de su pasión por la música, pero siempre con levitas calvinista (de Italo, claro) en un ejercicio de señorial understatement, con la discreción elegante y refinada de quien no necesita exhibir sus virtudes, entre las cuales una maravillosa: el sentido del humor, la dotta leggerezza. De la suma del conocimiento histórico, de sus dotes literarias y de su sentido del humor nacen entre 1973 y 1976 dos breves ensayos escritos originalmente en inglés y destinados a sus amigos: El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media y Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Tienen tanto éxito que quienes los reciben hacen fotocopias y manuscritos que circulan de forma casi clandestina hasta que el fenómeno alcanza tales proporciones que el autor y su editorial italiana, Il Mulino, estampan en 1988 una edición pública de los dos ensayos bajo el título de Allegro ma non troppo, que se convierte rápidamente en un best seller traducido a una docena de lenguas (Crítica lo publicará en español en 1991).

Este libro breve es una parodia de divertissement dieciochesco que juega con la paradoja y el absurdo para construir una auténtica metodología del ridículo. En El papel de las especias, Cipolla razona con una argumentación paródica de los estudios de historia económica más sesudos y utiliza, con aparente seriedad, fórmulas cliométricas deliciosamente absurdas para llegar a las más estrafalarias relaciones de causa a efecto: el estreñimiento originado por el plomo de los recipientes como causa de la caída del Imperio romano; la pimienta como motor de las Cruzadas y responsable (por sus efectos afrodisiacos) del boom demográfico posterior al año 1000; el cinturón de castidad como propulsor del desarrollo de la metalurgia (para abrirlos muchos se hicieron herreros o se dedicaron a la producción de llaves); el vino como causa de la Guerra de los Cien Años por una cuestión de "denominación de origen", o la invención del Renacimiento porque la bancarrota del rey Eduardo de Inglaterra hizo que los florentinos abandonaran el comercio y la banca y se dedicaran a la pintura. En la segunda parte, que hubiera hecho las delicias de Balzac o de Musil, no digamos ya de Erasmo, se usa un modelo matemático parecido a los de la sociología, con gráficos de dispersión incluidos, para enunciar las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana. Esas leyes demuestran: 1) que siempre subestimamos el número de estúpidos que circulan por el mundo; 2) que la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es una variable independiente; 3) que el estúpido es nocivo para los demás e inocuo, cuando no perjudicial, para él mismo; 4) que los no estúpidos subestiman siempre el potencial nocivo de los estúpidos y 5) que el estúpido es el ser más peligroso que existe. Con un corolario final: "El estúpido es más peligroso que el malvado". Como se ve, por ejemplo, con los estúpidos que detentan el poder: "Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado (sin olvidar a los prelados) se encuentra el más exquisito porcentaje x de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es) peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado (u ocupan)".

Saber reírse de sí mismo y de su propio gremio, en un ejercicio borgiano de descreer del propio arte y de sus artificios, no es cosa de broma y, menos aún, tomarse el humor, como hace Cipolla, como un deber social: "El mejor remedio para disipar tensiones, resolver situaciones que podrían resultar penosas y facilitar el trato y las relaciones humanas". Todo un programa de convivencia cívica que ya quisiéramos ver incorporado en las propuestas de los partidos políticos españoles -que tengan sentido del humor- para las próximas elecciones (las que sean).

Así que tal vez nos convenga sustituir, durante algún tiempo, el Allegro ma non troppo por un Allegro molto sostenuto, el movimiento que escogió Verdi para el Liber scriptus proferetur... de su Messa da Requiem, que escucho mientras escribo y que extrañamente me recuerda la música de una danza italiana, grave y solemne, la pavana: una pavana para un humanista difunto.

Gonzalo Pontón es editor.

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