Muerte en el Nirvana
Recuerdo, hace un par de años, cómo la canción Smells like a teen spirit abordó las radios como una apisonadora, haciendo añicos los amuermados esquemas del rock. La interpretaba un trío joven, nuevo y rebelde con causa, aparecido como un fantasma de entre la bruma del noroeste de Estados Unidos, en el Estado de Washington. La ciudad de Seattle tomaba el relevo a Nueva York y Londres, con Nirvana como buque insignia. Parecía que el grunge rizaba el rizo de los sesenta, setenta y ochenta; con otra vuelta de tuerca desde el tupé engominado hasta el piercing y los vaqueros destrozados. Una forma muy cuidada de vestir descuidadamente. Aunque en el fondo todo se reduce a lo mismo. La juventud como conejillo de Indias de una sociedad deshumanizada, condenada al colapso bajo el poder de los nuevos tiranos: la televisión, el marketing y el aire acondicionado. Lo cierto es que entre las estrías del Nevermind había la suficiente dinamita musical para que el grupo de Kurt Cobain fuera el espejo donde millones de jóvenes vieran reflejados su frustración por la vida y el implacable grito de angustia vital, que se perdía arrullado por el zumbido de las computadoras.¿Dernasiado joven para morir? ¿O demasiado viejo para vivir? Poco importa ya. Kurt, en su libertad, decidió pasar a otro estado de consciencia, porque su cuerpo se le quedaba pequeño. ¿Y quién somos nosotros para juzgar su actitud? únicamente tenemos derecho a juzgar su música, y aquí Cobain sale nítidamente vencedor. Los que hoy lloran y mañana llorarán la muerte de Kurt Cobain, enganchados a su garganta ardiente, con una esperanza menos y un desgarrón más en el pantalón, tal vez hagan suya la frase de aquella fan abatida por el llanto, ante la casa de su líder muerto: "Es duro ser joven hoy en día. Quizás siempre lo fue, pero éramos demasiado niños para darnos cuenta".-
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