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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Caída del cielo

Las lluvias han salvado a los políticos de tomar decisiones para abastecer a la gran Barcelona

El cielo ha solucionado la papeleta tanto al Gobierno central como al catalán. Los embalses que abastecen a la región metropolitana de Barcelona estaban ayer al 53% de sus reservas y hoy el Ejecutivo de José Montilla levantará el nivel de excepcionalidad dos: las piscinas podrán llenarse, las duchas de las playas del litoral barcelonés volverán a funcionar y los jardines podrán regarse. Está por ver qué medidas mantendrá el Gobierno catalán para que la cultura de la austeridad -que ha calado en la ciudadanía- no dé paso a la del despilfarro. El círculo lo cerrará el viernes el Gobierno central con la suspensión del decreto que permitía el trasvase -la metafórica "captación de aguas" del Ebro- para abastecer a la región barcelonesa.

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Las lluvias de los últimos días han salvado la situación, pero sigue quedando en evidencia la falta de políticas coherentes para abastecer a más de cinco millones de personas que hasta hace unos días se hallaban en situación de emergencia. El agua caída del cielo evita el minitrasvase y libra al Gobierno de Rodríguez Zapatero de un conflicto con la comunidad de Aragón, gobernada por socialistas. Al tripartito catalán -sacudido por la manifestación masiva de hace dos semanas en la localidad de Amposta, en el delta del Ebro- la lluvia también le lava la cara y le ayuda a superar una más que probable crisis. Esta misma semana, el congreso de Esquerra Republicana -tras el espectáculo de haber mantenido tres posturas sobre el minitrasvase en otros tantos escenarios- hubiera podido quebrar el precario equilibrio del Gobierno catalán.

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Ahora la gran Barcelona tiene asegurado el suministro de agua hasta que la desalinizadora de El Prat empiece a bombear en mayo de 2009 esos 60 hectómetros cúbicos que cubrirán el 20% de la demanda. La situación de emergencia ya no existe. Pero el cortoplacismo político, el miedo a una sangría de votos, a tener conflictos o a perder Gobiernos ha impedido acometer la necesaria interconexión de cuencas entre el Ebro y el sistema Ter-Llobregat.

Es difícil que la situación de emergencia vuelva a repetirse, pero quedarán para la memoria los barcos llevando agua a Barcelona, con la consiguiente merma de prestigio internacional que esa imagen supone. Lo más razonable hubiera sido aprovechar el momento para acometer la interconexión: las conducciones están compradas y las expropiaciones por trámite de urgencia iniciadas. La obra hubiera podido concluir aunque no hubiera circulado agua por las tuberías. Pero quizás lo peor de toda esta historia ha sido ese espectáculo de solidaridad quebrada basada en particularismos que resultan indefendibles.

Los políticos han optado al final por la salida más cómoda y menos comprometida. Las rogativas a la Moreneta pidiendo lluvia, aconsejadas por el ecosocialista consejero catalán de Medio Ambiente, han permitido ese final milagroso que todos los Gobiernos ansiaban.

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