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Carta a un amigo vasco

Querido amigo: Aunque no publique tu nombre, estoy seguro de que entenderás que esta carta va dirigida a ti. Sabes que te guardo una alta consideración personal a la que no afectan las diferencias de criterio que pueda haber entre nosotros. También sabes que para mí el problema vasco es también un problema español, en cuanto afecta a un Estado que por razones históricas nos es común. Comprendo que a veces la pasión nacional inflame tus expresiones, porque por mi propio carácter también suelo ser dado al apasionamiento. Pero mi experiencia, ya larga, me ha enseñado que en política hay que saber evaluar la situación concreta en que uno se desenvuelve, la correlación de fuerzas que juegan en un determinado proceso. Hay que ser realista.

Estoy convencido de que la proposición soberanista del lehendakari ha sido objeto de manipulaciones y tergiversaciones por personas adictas a otro nacionalismo, el españolista. Soy de los que piensan que posiblemente lo más acertado hubiese sido que el Parlamento español la hubiese tomado en consideración, tratando de llegar a un compromiso, a un pacto, en el que ambas partes hubiesen hecho cesiones sin romper el marco constitucional. No pudo ser así. Se había creado un estado de opinión que daba por descontado que la propuesta conducía a la creación de un Estado separado, era una iniciativa independentista. Ya el Estatuto de Cataluña había sido utilizado por la derecha para acusar al Gobierno de Rodríguez Zapatero de estar rompiendo España. Y algunos políticos significados de izquierda, que se consideran jacobinos en la cuestión nacional, aunque en las demás tengan mucho de neoliberales, coincidían ampliamente con la derecha. El Estatuto catalán fue ya una batalla difícil para Rodríguez Zapatero. La cuerda podía romperse.

Ahora estamos ya en plena campaña electoral, quizá el peor momento para abordar la cuestión vasca con inteligencia y serenidad. Y debo decir, amistosamente, que el tono de desafío que se percibe en el discurso de Ibarretxe no estuvo políticamente muy afortunado. Sobre todo esa frase en que se pregunta para qué sirve el autogobierno, si no se le permite a él hacer una pregunta a sus conciudadanos.

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Esa frase un poco exasperada puede entrañar una subestimación de todo lo conseguido por los vascos de avance en sus reivindicaciones nacionales a lo largo de la Transición democrática. Y a mi juicio esos avances son importantes.

El primero ha sido el reconocimiento en la Constitución de la pluralidad nacional de España. La derecha está interesada -ahora que pretende ser la defensora de una Constitución que no le gustaba en 1978- en hacer olvidar que la Carta constitucional recoge ese reconocimiento. Pero en el texto escrito -en el preámbulo debido a la pluma del profesor Tierno Galván- se proclama la voluntad de "Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones propios" de "una sociedad democrática avanzada".

Existe, pues, en ese texto un reconocimiento de la pluralidad que se consagra en el artículo 2 que "reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre ellas".

Es cierto que la Constitución no reconoce el derecho de autodeterminación, que ni siquiera fue tenido en cuenta en el debate constitucional. Pero en cambio la pluralidad nacional quedó claramente confirmada en aquella, al reconocer diferentes pueblos y nacionalidades en la "nación española". Al fin y a la postre una nacionalidad es una nación que a lo largo de la historia no ha llegado a constituirse en Estado y se ha integrado junto con otras en un Estado común. Es posible que en el texto haya una contradicción formal, que a muchos nos ha llevado a definir a España como una "Nación de naciones" recurriendo a una metáfora, que considerando el texto escrito, puede ser bastante acertada.

La introducción de la fórmula pluralista fue difundida en la ponencia constitucional por Roca Junyent, diputado de CiU, y por Solé Tura, del PSUC, con todo el apoyo decidido del PCE y del PSOE, sumándose a ella finalmente UCD. Sólo estuvo en contra AP, antecedente de lo que es hoy el PP.

Y sigo con mi razonamiento. Con el autogobierno, los vascos han conseguido una Administración pública propia, que con el reconocimiento de los derechos forales, es realmente una exclusividad en la estructura del Estado. Además, ha obtenido una fuerza de seguridad dirigida por el Gobierno autónomo.Y por último ha recuperado y hecho renacer la lengua vasca que, hace años, muchos habían llegado a considerar en trance de desaparición. ¿Por qué subestimar tan importantes resultados?

Junto a esto creo que no fue acertado el tono como de desafío que tuvo a veces el discurso del lehendakari. Me dirás, con razón, que ese tono es una respuesta a la soberbia y al autoritarismo con que la derecha centralista, inclusive algunos sedicentes "jacobinos", tratan las reivindicaciones de los nacionalistas periféricos. Pero creo, como amigo, que los vascos no necesitan recurrir a la hipérbole de David y Goliat. Al igual que pienso que las fuerzas progresistas españolas necesitan el apoyo de los nacionalistas democráticos periféricos, creo que éstos precisan también del de las fuerzas progresistas de España para conquistar sus aspiraciones legítimas. Es más, estimo que el ya famoso transversalismo de Imaz es una idea eficaz, desde el punto de vista de un nacionalismo inteligente. Por supuesto que unas demandas nacionales consensuadas con otros partidos vascos, aunque no sean nacionalistas, tendrían mucha más fuerza que si las hace una comunidad dividida. Me pregunto si Ibarretxe ha tenido en cuenta el potencial que supone -aunque a veces no fácil de percibir- el vasquismo. La inmensa mayoría de los ciudadanos que han nacido o viven en Euskadi comparten el vasquismo -como en Cataluña son catalanistas, sin ser exactamente nacionalistas, incluso los catalanes nacidos en Andalucía o Extremadura-. Y yo he percibido ese sentimiento desde que era muy joven en los militantes comunistas o socialistas vascos con quienes he estado más en contacto. Y creo que lo más inteligente es hacer país con ellos. Intentar hacerlo contra ellos es dar aliados al centralismo españolista.

De ahí que el transversalismo, es decir el pacto con otras corrientes de la ciudadanía vasca, puede ser más eficaz que el desafío o que el frentismo, aunque suponga un esfuerzo de transigencia y consenso. Incluso en el debate con el Estado, la unidad de Euskadi es una fuerza en sí porque además el otro camino, el del desafío puede llegar a cansar a los mismos nacionalistas, por considerarlo menos eficaz.

Además tenemos que tener presente que ETA se encuentra ahí todavía envenenando la situación. Y aunque sea verdad que ETA no debe marcarnos el horario político, tenemos que tener presente que hasta que ETA no se disuelva no habrá una situación normal de completa libertad en Euskadi. Creo que esto es lo que el lehendakari ha tenido en cuenta cuando se refirió a la condición del fin de la violencia.

En conclusión, amigo querido, pienso que en Euskadi como en Madrid la serenidad, la calma, la paciencia deben ser de regla. El problema hay que resolverlo hablando, negociando. ¡Si hasta Karzai -lo que es el colmo- habla hoy de integrar en su Gobierno a los talibanes, amigos de Bin Laden!

El PNV no es el portavoz de una oposición desesperada y rupturista, es un partido de Gobierno. Lo fue ya antes participando incluso en el de España, en el que tuvo ministros. Y podría volver a tenerlos, como los tuvo también Cataluña. El PNV en esta etapa ha formado parte de las mayorías parlamentarias del PSOE y del PP. Fue uno de los autores importantes de la Transición democrática. Tenemos muchas responsabilidades compartidas en un gran trecho de la Historia. De ahí que yo rechace con toda energía la frialdad con que una personalidad de la izquierda acaba de decir que en último extremo mandamos a Euskadi la policía.

Esto me recuerda a otro, de derecha, que hablaba de mandar allí al Ejército. Si por la incapacidad de entendernos llegáramos a esos extremos, la España resultante ya no sería la mía.

Hay que hablar y hacerlo mejor, a fondo cuando pase el periodo electoral.

Te preguntarás, acaso, qué títulos tengo yo, aparte del de ser tu amigo, para darte estas opiniones, que en ningún modo intentan ser una reconvención. El único título, el de ser un ciudadano libre, amante de su país y del pueblo vasco; un ciudadano que no busca ningún provecho personal, que no milita en ningún partido y que a su edad no tiene por delante ninguna expectativa política, ni siquiera muchas expectativas de vida. Lo peor que puede pasar es que las eches al fuego y me mandes a hacer gárgaras. Es un riesgo que asumo de antemano.

Te aprecia.

Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.

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