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¿Catalanistas en el Gobierno español?

Si alguien plantea en una asamblea de nacionalistas catalanes, sean del partido que sean, la posibilidad de aceptar una invitación para incorporar ministros al Gobierno de España, seguro que habrá una discusión animada. No sé cuál será el resultado final, pero en cualquier caso se expresarán recelos y dudas que irán más allá de la estrategia coyuntural o de la conveniencia partidista a corto plazo. Curiosamente, si en la misma asamblea se plantease la muy hipotética posibilidad de que un nacionalista catalán ocupase una comisaría o cualquier otro alto cargo en la Unión Europea, estoy convencido de que los asistentes lo aceptarían alborozados y aplaudirían la incorporación de una manera unánime.

¿Por qué esta reticencia del nacionalismo catalán a incorporarse al Gobierno de España y esta segura falta de reticencia que provocaría incorporarse al Gobierno de Europa? La improbable hipótesis europea sirve para darnos cuenta de que el motivo no es la cerrazón o el ensimismamiento del nacionalismo catalán, su falta de vocación de asomarse al exterior. El problema debe ser de otro tipo. Y tal vez no es un problema estrictamente del nacionalismo catalán.

Veamos la misma cuestión desde el otro lado. Si se incorporase al Gobierno de España un nacionalista catalán, explícitamente nacionalista y sin abandonar su militancia, estoy convencido de que la opinión pública española le haría un marcaje receloso, buscando indicios a cada momento de que actúa a favor de Catalunya, por encima de su dedicación al bien general de los ciudadanos españoles.

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De hecho, estos recelos se han manifestado respecto a ministros catalanes -por ejemplo, socialistas, como el mismo Montilla- que no eran en absoluto nacionalistas catalanes, pero a los que se ha observado con una reticencia superior a cualquier ministro andaluz, extremeño o incluso vasco. El discurso sería que no se puede gobernar a toda España siendo nacionalista de sólo una parte. Y sin embargo, aceptamos perfectamente que gobiernen Europa nacionalistas franceses -valga la redundancia-, españoles o portugueses, que no abandonan su patriotismo de parte para participar en la gobernación del todo europeo.

Tengo la sensación de que en esta diferencia entre España y Europa está la clave para decidir y para aceptar la presencia de nacionalistas catalanes en el Gobierno español. Si España es como Francia, una realidad homogénea y uniforme, no tendría sentido que un nacionalista bretón gobernase en París. Si España es como Europa, una realidad plural y compuesta, sí tiene sentido que un nacionalista italiano gobierne en Bruselas. El problema no es el nacionalismo catalán. El problema es la idea de España. Por decirlo de algún modo, el nacionalismo catalán sólo puede participar en el Gobierno de España si existe, se acepta y se asume, una determinada idea de España, paralela en el concepto de articulación de la pluralidad a la idea misma de Europa.

El debate es antiguo. Tanto que el balance del paso de la Lliga y de Ezquerra Republicana por los Gobiernos españoles no resultó particularmente satisfactorio, ni para el catalanismo ni para la españolidad. Ya en el año 1949, Maurici Serrahima -lo cuenta en sus dietarios Del passat quan era present- releía con gafas catalanistas La rebelión de las masas de Ortega. Y estaba de acuerdo con una reflexión orteguiana sobre Europa: para Ortega, Europa no es una "cosa", sino un equilibrio, y para ser ella misma le hace falta ser plural. Serrahima está de acuerdo, pero comenta que la misma definición orteguiana sirve para España. Le reprocha que una persona de su inteligencia no se dé cuenta de que España, o incluso la península Ibérica no es una "cosa", sino también un equilibrio, aplastado por la uniformidad impuesta.

Si la idea de España se parece a la idea de Europa, un catalanista podrá gobernar España de la misma manera que un españolista puede gobernar a Europa. Si la idea de España se parece a la de Francia, sólo podrá gobernar España un nacionalista español y los nacionalistas catalanes irán a Madrid a ver qué hay de lo suyo, o si prefieren de lo nuestro, pero no se les dejará implicar ni tendrán motivos para hacerlo en la gobernación del conjunto.

¿Deben entrar nacionalistas catalanes en el Gobierno español? Antes de entrar en las consideraciones de coyuntura, en lo que conviene, en la oportunidad del momento, habrá que pasar por un debate anterior: cómo se entiende España. Y no es un debate metafísico, sino enormemente práctico, porque tiene que ver con el reparto de la capacidad de decisión política, de la gobernación de los recursos y con la representación simbólica y sentimental. El nacionalismo catalán sólo puede estar en el Gobierno de una España entendida como equilibrio. Si se le invita a entrar en el Gobierno de una España entendida como una "cosa" -en términos orteguianos- o no querrá entrar o no le dejarán entrar o para entrar tendrá que abandonar su nacionalismo en la puerta.

Vicenç Villatoro es escritor.

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