Cataluña no es Grecia
La economía catalana podrá equipararse a la de Portugal. Pero supera en bastante a la de Grecia. De modo que los nacionalistas que ahora ocupan la Generalitat deberían evitar comportarse como griegos: deberían evitar, por ejemplo, atribuir todos sus males a la herencia recibida del Gobierno tripartito de izquierdas.
Y ello no por exigencia de lealtad institucional, que parece mucho pedir en estos tiempos en España sino, al menos, por interés propio. El Gobierno tripartito trasladó al nacionalista la radiografía exacta de su déficit, hasta donde lo tenía contabilizado, y un indicio del exceso (lamentable) del mismo. Pero entre criticar los excesos del predecesor y rival, y sembrar dudas sobre su contabilidad hay un enorme trecho: el que levanta la inquietud en el mercado internacional.
Esto resulta más grave cuando persisten las incógnitas sobre las economías periféricas del euro. Estas dudas perjudican mucho a España, desde luego, y no benefician en nada a los catalanes. Sería paradójico que el recién estrenado Artur Mas pretendiese extraer beneficios de una estrategia basada en hundir la marca España en el momento más adverso de la misma, como intentan sin tregua Aznar y sus acólitos políticos, mediáticos y financieros. No es este catastrofismo lo que corresponde al nacionalismo centrista catalán, a no ser que se haya decantado de forma decidida por el independentismo.
Si eso no es así, todo merece ser discutido. El Fondo de Competitividad que se adeuda a Cataluña y otras autonomías puede ejecutarse antes o después. Por acuerdo, no por imposición central, ni por chantaje periférico. Y la reclamación de los edificios de la Seguridad Social, que se pide desde hace años, también es susceptible de pacto. Aunque no parece que hipotecar hospitales sea una gran receta para las deudas de una Administración pública. La hora de la crisis es también la hora de las lealtades.
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