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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Colisión en Bolivia

La victoria del presidente Morales en los referendos revocatorios no resuelve la crisis

El múltiple referéndum revocatorio celebrado el pasado domingo en Bolivia ha sido una gran victoria, en teoría, del presidente Evo Morales, pero todo parece peor hoy que antes de la consulta, porque el enfrentamiento con los poderes regionales augura un grave rumbo de colisión. Morales y su vicepresidente, el criollo Álvaro García Linera, han sido ratificados con más apoyo del que jamás hayan gozado las autoridades electas en un país en el que la democracia se ha hecho esperar durante el siglo XIX y también en el XX. Pero sus oponentes también han salido reforzados, dando al foso que los separa carácter de abismo.

A falta de datos oficiales definitivos, Morales ha mejorado espectacularmente los resultados de las elecciones presidenciales de diciembre de 2005 -entre el 60% y el 56% contra 53,7%-, pero otro tanto le ha ocurrido al núcleo de oposición, los gobernadores de los departamentos de la Media Luna, así llamados por su dibujo en el mapa -Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija-, que también veían su puesto en juego.

La batalla entre el centralismo e indigenismo fundamentalistas de la presidencia y la descentralización extrema de la oposición se libra sobre todo en las provincias citadas, cuyo subsuelo revienta de hidrocarburos. Es un enfrentamiento que refuerza el hecho de que Morales haya perdido en esos territorios, con la duda de Pando, lo que permite a sus dirigentes decir que el mandato presidencial ha sido rechazado. La nota negativa para el Gobierno fue la revocación del gobernador de Oruro, una provincia hasta ahora fiel al presidente.

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Las autonomías de los cuatro departamentos contrarios a Morales reivindican el control de los recursos naturales sobre los que asientan su poder. Sin ellos, el proyecto del actual jefe del Estado de reparto socialista de la riqueza sería inviable y, más aún, su plan de indigenizar el ordenamiento jurídico boliviano. Y aunque el presidente hizo ayer un llamamiento a la unidad y a negociar con los virtuales insurrectos, no estaba claro lo que eso significaba tras su polarizadora victoria, y, menos aún, con las declaraciones de Rubén Costas, el criollo gobernador de Santa Cruz, que tachaba de racistas los propósitos del presidente.

En ese rumbo de colisión, ¿hay todavía marcha atrás? Los indígenas, con dos tercios de la población aun sin contar con los mestizos simpatizantes de Morales, no representan una masa homogénea. El núcleo de apoyo al presidente es diferente por etnia y cultura del amazónico, que puebla las regiones rebeldes, y lo único que les une fácticamente es la lengua española, por lo que el empate de Bolivias es hoy más intratable que nunca. El desempate, en cambio, se llama negociar y ceder. El indigenismo excluyente y racista no es una solución como tampoco la atomización del país andino. El siglo XXI ha de ser igual para todos.

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