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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Compromiso cumplido

Madrid y Rabat deben recomponer relaciones tras la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla

Treinta y dos años después de su acceso al trono, los Reyes visitan los únicos territorios españoles en los que no habían puesto los pies como monarcas, ayer Ceuta, y hoy Melilla. Aunque se pueda discrepar sobre la oportunidad del momento, los Reyes tenían que haber visitado esas ciudades hace tiempo. No por ello se supera la anomalía de unas plazas disputadas por Marruecos, pero lo que era más anómalo era la ausencia de los Reyes. Sería absurdo pensar desde un españolismo trasnochado que la idea de España se puede resolver con esta visita.

Se esperaba que la reacción de Marruecos fuera medida y comedida. Y lo ha sido hasta cierto punto. Rabat ha llamado a consultas a su embajador en Madrid, sin llegar a romper relaciones diplomáticas, y ha utilizado munición gruesa en las declaraciones oficiales. Las manifestaciones antiespañolas y la posición del Parlamento marroquí han sido las que cabía esperar, si se considera además que el partido que encabeza el Gobierno es el nacionalista Istiqlal, una de cuyas banderas reivindicativas es Ceuta y Melilla.

Un viaje así era impensable en la anterior legislatura, cuando las relaciones entre el Gobierno de Aznar y Rabat pasaban por momentos bajos. Zapatero apostó por mejorar sustantivamente las relaciones con Marruecos y lo logró. Tanto que cuando se filtró el anuncio de la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla, el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y su secretario de Estado, Bernardino León, se encontraban en Marruecos, y no cabe pensar que sus anfitriones no estuvieran al tanto de la visita real.

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El momento elegido ha venido a coincidir con la decisión del juez Garzón de investigar un posible genocidio en el Sáhara o el desalojo de chabolistas marroquíes en la Cañada Real Galiana en un suburbio de Madrid, hechos que han sido buenas excusas a las que se ha agarrado el Gobierno de Rabat. Los efectos de estos destrozos y de la crisis diplomática abierta se verán en los próximos días y semanas. Es necesario gestionarlos con sensatez, limitando la divergencia y la duración del conflicto. España y Marruecos tienen demasiados intereses comunes cruciales como para dejar que el desacuerdo, profundo, sobre las plazas impida que progrese la colaboración estratégica en la lucha contra el terrorismo yihadista, el control de la inmigración ilegal, y el impulso a mayores intercambios económicos, culturales y humanos.

Ceuta y Melilla se han convertido ya en una bandera de Al Qaeda, tanto de sus referentes centrales como de su nueva organización en el Magreb, además de otros grupos yihadistas. Ante esta amenaza, sus ciudadanos también deben sentirse protegidos por la Constitución democrática que garantiza los derechos de todos y de la que es emanación la monarquía constitucional. También por esta razón hay que subrayar la oportunidad del viaje.

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