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Crisis rusa: los errores se pagan

La Unión Europea no debe seguir por más tiempo la equivocada política de EE UU respecto a Rusia. Tiene que buscar mayor autonomía y protagonismo en la defensa de una visión distinta a la de la guerra fría

IEn reciente declaración a este diario, el ministro Moratinos señaló, con acierto, que Rusia ya no es la URSS pero tampoco la Rusia de Yeltsin. Hasta ahora, casi todo lo que he leído sobre la crisis de Georgia trata a Rusia como si fuese la soviética -óptica de guerra fría- porque en el fondo algunos están acostumbrados a que se comporte como en los tiempos de Yeltsin. Es evidente que Rusia, como núcleo central de la antigua URSS, perdió la guerra fría con la implosión de ésta en 1991. Pero no la perdió en el campo de batalla y, en consecuencia, conservó una considerable potencia militar. A partir de aquí, los EE UU y la UE podían adoptar dos estrategias bien distintas que conducían a resultados bien diferentes. La que podemos llamar, metafóricamente, modelo post Primera Gran Guerra y modelo post Segunda Guerra Mundial. En el primer caso, los aliados impusieron a Alemania condiciones muy gravosas -Tratado de Versalles- que exacerbaron sentimientos de agravio ultranacionalistas que, adecuadamente manipulados, trajeron consecuencias aberrantes. Aprendida la lección, al terminar la Segunda Guerra Mundial, los aliados se aplicaron en la ayuda -Plan Marshall- a la reconstrucción de Alemania, y el resultado no ha podido ser más positivo.

España tenía razón al no reconocer la independencia unilateral de Kosovo
Es un sarcasmo que los que bombardearon Belgrado y Bagdad critiquen la reacción rusa
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II. Cuando la URSS se autodestruye, se disuelve el Pacto de Varsovia, Alemania se unifica y entra en la OTAN, y se inicia un proceso que, desde el lado ruso, se ha vivido en gran parte como de engaño, crecientes humillaciones y, finalmente, de cerco. La Administración americana aprovechó la extrema debilidad y el desastre de la era Yeltsin para ampliar la OTAN a los países del Pacto de Varsovia y desbancar a Rusia -no ya a la URSS- de zonas sensibles para su seguridad desde la más remota época de los zares -los Balcanes, el mar Negro y el Cáucaso-. Según Gorbachov -nadie le ha desmentido- la URSS aceptó la unificación de Alemania y su ingreso en la OTAN a condición de que ésta no se extendiese hasta sus fronteras. No obstante, durante el periodo Solana al frente de la OTAN se hicieron meritorios esfuerzos para integrar a la Federación Rusa en un sistema colectivo de seguridad que culminó en la creación del Consejo OTAN-Rusia de 2002 y antes la OSCE. Fructífero sistema que ha sido dañado, me temo, por el dislate de Georgia y la reciente política de Bush. Peligrosa deriva que no ha tenido en cuenta que el mundo no es el que era.

Mientras EE UU se ha ido debilitando por la crisis económica, los déficits abismales y las guerras de Irak y Afganistán, otros se han ido fortaleciendo, entre ellos la Rusia de Putin. Al amparo de los precios de la energía, ha recuperado relativamente la economía, ha reconstruido el Estado, incluyendo la modernización de las Fuerzas Armadas y ha insuflado en la población un sentimiento de autoestima, incidiendo en aventurados elementos nacionalistas. A partir de aquí, la Administración de Bush no ha hecho más que cometer errores, a los que ha arrastrado a buena parte de Europa.

Se dijo bien alto y claro que el reconocimiento de la independencia de Kosovo no era sólo ilegal sino un grave error que tendría consecuencias precisas: la independencia de Osetia del Sur y de Abjazia. Así ha sido. Algunos expertos a la violeta dijeron que el Gobierno español se equivocaba al no sumarse al coro general y, por el contrario, los hechos le han dado toda la razón y es de los pocos que tiene fuerza moral y política para oponerse al reconocimiento de Osetia y Abjazia por parte de Rusia.

III. Es cierto que la reacción rusa ha sido desproporcionada. No obstante, que esto se diga por los que bombardearon Belgrado e invadieron Irak es un sarcasmo. El presidente de Georgia, por muy pro occidental que sea, fue un irresponsable y un aventurero al atacar la capital de Osetia, matar a soldados rusos y destruir buena parte de Djinvali. La reacción rusa no ha sido, desde luego, la de la era Yeltsin -aceptar lo que venía de occidente- pero tampoco la de la URSS, pues en ese caso Shaakasvilly no estaría donde está y Georgia no sería independiente. Comparar la reacción rusa con Budapest 56 o Praga 68 es no entender nada o actuar de mala fe.

Y luego está la cuestión del escudo antimisiles en Polonia y Chequia. ¿Alguien se cree, de verdad, que este escudo tiene como objetivo defenderse de Corea del Norte o Irán? Es normal que los rusos lo vean como una afrenta que, si bien no supone ahora una amenaza, es un acto humillante -colocarles cohetes en su frontera- que podría afectar a su seguridad futura. Lo más probable es que se acabe colocando otro escudo en dirección opuesta, lo que afectará a la UE, a la que no se ha tenido en cuenta para nada. Si cada país acuerda con EE UU este tipo de cuestiones, la Europa política será una quimera.

Por último, tenemos la posible ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia que defienden Bush, Cheney y los dos candidatos a presidente de EE UU. Conviene aclarar que no es lo mismo que un país ingrese en la UE a que entre en la OTAN. Y tampoco es igual que el candidato sea un antiguo socio del pacto de Varsovia o haya pertenecido a la URSS. En el primer caso, no se encara por nadie como una posible amenaza mientras que, en el segundo, se trata de una alianza político-militar liderada por EE UU. De otro lado, que países como Polonia, Rumania o Chequia hayan ingresado en la OTAN podrá gustar más o menos a Rusia pero es un hecho consolidado que no está en discusión. Pero Ucrania y Georgia -como lo sería Bielorrusia- es otra cuestión. Eran parte de la URSS, situados en la línea roja de la seguridad de Rusia, con conflictos internos e inestabilidad política y, en el caso de Ucrania, con la flota rusa del mar Negro en Crimea y una buena parte de la población en contra de dicha pertenencia. Una decisión de ese calibre no aumentaría la seguridad de Europa sino lo contrario. España debería pensarse bien su posición antes de aceptar nuevos países en la OTAN, después de las declaraciones de la candidata Palin sobre la guerra con Rusia por Georgia.

IV. A partir de esta crisis las cosas ya no serán como antes. Rusia no volverá al totalitarismo pero tampoco a la debilidad. Ahora, lo más urgente es que Rusia se retire de Georgia -que en mi opinión lo hará gracias a la UE- y evitar una nueva guerra fría. Para conseguirlo la UE -que tiene intereses propios- debería estudiar con seriedad y urgencia cómo incluir a Rusia en la solución de los problemas paneuropeos de desarrollo económico, energético, medioambiental y, sobre todo, de seguridad colectiva. En el primer caso, a través de una política de vecindad específica y, en el segundo, examinando con atención la idea de un sistema de seguridad común europeo con participación de EE UU. A la UE no le interesa la actual fórmula: OTAN de un lado, ampliada hacia el Este, y enfrente Rusia, aislada y más o menos autoritaria. Este escenario solo conduciría a nuevos rearmes y potenciales conflictos. Rusia es nuestro vecino y es vital para la UE que sea cada vez más próspera, democrática y segura. Para ello la UE debe ganar en autonomía estratégica, fortaleciendo su política de seguridad y defensa, diversificando sus fuentes de energía y no dejándose arrastrar a nuevas aventuras de grandes potencias con mentalidad de guerra fría.

Nicolás Sartorius es director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas.

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