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Cuba: estabilidad, seguridad y libertad

El presidente Barack Obama ha anunciado que está dispuesto a "suavizar" las restricciones para viajar a Cuba, pero sin que se vislumbre el levantamiento del embargo. Parece un déjà vu: no es la primera vez -y no será la última- que Washington mande un guiño a los hermanos Castro y al resto de la humanidad con respecto a un cambio de su política en más de medio siglo.

La decisión de Obama implica una nueva modificación de las drásticas medidas impuestas por su antecesor para limitar las visitas a la isla de familiares y los intercambios culturales, y cortar los abusos "turísticos" que la tolerancia generaba, además del flujo de remesas. Pero la razón primordial es sentar una base más sólida para seguir garantizando la seguridad de Estados Unidos, evitando la desestabilización de Cuba.

La isla representa hoy el riesgo de una explosión social interna y el éxodo masivo a EE UU
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El país ejerce un 'poder blando' con el envío de médicos y maestros a Bolivia y Venezuela

Los perjudicados de las medidas de George W. Bush fueron entonces precisamente los familiares de cubanos necesitados. Los más beneficiados, precisamente, el núcleo duro del exilio (que se apuntó una victoria pírrica) y el régimen cubano, premiado con una nueva hoja de parra para ocultar las carencias del sistema. En 2007, Bush aclaró la actitud de su Gobierno ante los sutiles cambios que se vislumbraban en Cuba después de la cesión temporal de poder de Fidel Castro a su hermano Raúl en 2006. Bush consideraba que la vida de los cubanos no mejoraría si, con el simple cambio "de un dictador por otro", Estados Unidos optaba por el "acomodo en el interés de la estabilidad". Bush no estaba dispuesto a "dar oxígeno a un régimen criminal que victimizaba a su propio pueblo". Insistía en que "la palabra operativa no era la estabilidad sino la libertad".

Detrás de la palabra "estabilidad" residía la clave de otro vocablo: "seguridad". Esta no solamente se aplicaba a Cuba, sino también a Estados Unidos. Naturalmente, dependiendo del punto de mira de cada uno de los actores, la temida "estabilidad" de Cuba podía interpretarse, según las palabras de Bush, como "amenaza para la seguridad de Estados Unidos". Significativamente, desde la perspectiva de La Habana, "estabilidad" era la mejor defensa de la "seguridad" de Cuba.

Enfocando con más profundidad la problemática entre Cuba y Estados Unidos, también se podría aducir que idealmente para Bush la doble meta de estabilidad y democracia era lo más deseable. Pero no estaba claro, por otra parte, que fueran compatibles ni ambas asequibles. De ahí que las palabras del presidente, al tener que primar el interés nacional de Estados Unidos, no necesariamente coincidente con los anhelos del exilio cubano, pudieran estar escondiendo la obligada resignación de optar, como mal menor, por la estabilidad de Cuba, en aras de la mejorgarantía de la seguridad de Estados Unidos.

A la vista de esta evidencia, para lograr un análisis lo más equilibrado posible de la problemática de la seguridad, se deberían tener en cuenta las medidas, tácticas o estratégicas, fácticas o sutiles, que ha puesto en marcha Estados Unidos para que Cuba no se convierta en un problema.

Hacia el final de los años setenta y principios de los ochenta, una descripción (cruel pero certera) de Cuba, generada con cierto sentido masoquista por los exiliados en Estados Unidos, consideraba que era el país más grande, importante y globalizado del planeta: tenía "su Gobierno en Moscú, su Ejército en África y su pueblo en Miami". Ese dibujo aducía, sutilmente detrás del pretendido humor, que Cuba era una amenaza para la seguridad no solamente nacional de Estados Unidos, sino también del resto del mundo, y por lo tanto se justificaba la intervención militar en legítima defensa, como una especie de adelanto de "ataque preventivo" que se convertiría en la columna vertebral de la doctrina de seguridad nacional generada por el 11-S. Incluso amenazaba al sur de la Florida, en clara alusión a la centralidad de Miami.

Rebasado el medio siglo de supervivencia del régimen castrista, el Ejército cubano está reducido a ejercer como una fuerza de vigilancia local del territorio y represión interna. Su Gobierno (en transición o sucesión por el traspaso de poderes oficiales de Fidel Castro a su hermano Raúl) reside plenamente en La Habana. El pueblo sigue viviendo mayoritariamente en Cuba, aunque casi dos millones han emigrado al exterior, lenta y sistemáticamente, y algunas veces en cantidades notables de una sola vez, como en los éxodos del Mariel en 1980 y en la crisis de los balseros en 1994.

En lugar de regimientos bien equipados luchando en las guerras poscoloniales de África como aliados de la Unión Soviética, hoy Cuba hace uso de un curioso poder blando con la exportación de millares de médicos y maestros a Venezuela, Bolivia y otros países. En lugar de constituir una posible causa de guerra nuclear como durante el enfrentamiento de los misiles en octubre de 1963, Cuba representa hoy un riesgo especial y diferente, causado por una explosión social interna, el consiguiente descontento y un éxodo masivo hacia Estados Unidos.

El peor de los escenarios es el surgimiento de un "Estado fallido", incapaz de controlar las fuerzas sociales antagónicas, tanto en el contexto del inmovilismo como durante la transición hacia un Estado democrático.

En lugar de presentar una amenaza estratégica, las fuerzas armadas cubanas están consideradas como la única garantía para evitar la desintegración del tejido social de un país a apenas 100 millas de Cayo Hueso. En lugar de incitar a la invasión de la base de Guantánamo, Cuba ha garantizado su seguridad en el periodo delicado posterior al 11-S. Cuba y Estados Unidos, en lugar de enfrentarse, colaboran en la construcción de las llamadas "medidas de confianza mutua".

Esa entente cordiale se remonta al "periodo especial". Como daño colateral, se acrecentó la presión para emigrar y el propio Gobierno cubano abrió de nuevo la espita y dejó (en parte por su propia impotencia) que se desbocara la emigración ilegal. Fue la crisis de los balseros del verano de 1994. El fantasma de un remake del Mariel de 1980 convenció al Gobierno norteamericano a poner en práctica algunas medidas para evitarlo. El entonces presidente Bill Clinton había aprendido bien la lección, ya que cuando era gobernador de Arkansas había sufrido en su propio capital político las consecuencias del éxodo indiscriminado. Numerosos criminales liberados de las cárceles cubanas terminaron en las calles de Miami y de allí fueron trasladados a prisiones en otros Estados, con el resultado de motines y serios enfrentamientos en lugares históricamente ajenos a las controversias a causa de Cuba. Los incidentes en las cárceles de Arkansas le costaron a Clinton su reelección.

Escarmentado, en plena crisis de 1994, Bill Clinton trenzó un acuerdo con Castro para intercambiar el cese del éxodo con el acuerdo de la emigración controlada por la que Cuba recibía 20.000 visados al año garantizados (el único país del planeta con este privilegio de recorte de la soberanía nacional). Al exilio le regaló la llamada política de pies mojados / pies secos, por la que los huidos de Cuba que conseguían pisar tierra estadounidense recibían el ansiado estatus de refugiados; pero los que eran aprehendidos en alta mar eran rutinariamente devueltos a Cuba.

Todo este compromiso seguía combinado con la vigencia de la Ley de Ajuste Cubano por la que, a partir de los tempranos años sesenta, los cubanos refugiados recibían con celeridad el estatus de residentes y se les abría entonces la opción de la ciudadanía, un privilegio comparado con el resto de los inmigrantes que debían cumplir los plazos y condiciones establecidos. Este procedimiento ha sido aludido sistemáticamente por el régimen castrista como mecanismo provocador de la emigración descontrolada, y de esa manera se maquilla el verdadero motivo de la huida (el abandono de un sistema totalitario). Es una excusa paralela a culpar al embargo de todas las desgracias de Cuba.

También es fácil constatar el tácito consenso de los Gobiernos de América Latina y el Caribe, centristas o moderadamente de izquierda, que apuestan por la relativa estabilidad de Cuba. Desde México a Barbados, de Bogotá a Disneyworld, todos están de acuerdo en que lo mejor es que Cuba siga como está, al menos por un tiempo prudencial. En Cancún, San Juan de Puerto de Rico y Santo Domingo lo último que desean es mayor competencia turística.

Repitamos: en Washington la estabilidad se traduce en seguridad. En el Pentágono ya tienen suficientes problemas en Afganistán. Es el escenario estratégico que hay detrás de la liberación de los presos -gracias a la mediación del Vaticano y España- y a la reaparición de Fidel Castro.

Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.

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