Cumbre de emergentes
La generalizada convicción de que la crisis económica sólo se puede abordar desde una estrategia internacional coordinada ha abierto la puerta a iniciativas como la cumbre celebrada esta semana en Ekaterimburgo, y que reunió a los representantes de Brasil, Rusia, India y China: el llamado grupo BRIC -por sus iniciales-, cuyos cimientos se establecieron en una reunión informal durante la cumbre del G-8 en Japón, en 2008.
El propósito era establecer un mecanismo de coordinación dirigido a incrementar el protagonismo de estas potencias emergentes en las decisiones internacionales. Y, de acuerdo con el balance de los participantes, la cumbre ha cumplido las expectativas: los BRIC se han manifestado a favor de la reforma de la ONU y del sistema de elección de los directivos de las instituciones financieras internacionales, de la creación de un sistema de divisas al margen del euro y el dólar y de la lucha contra el cambio climático.
Esos cuatro países suponen el 25% de territorio y el 40% de la población mundial. Pero mientras que India y Brasil han consolidado un sistema democrático, China sigue sin abordar de manera decidida la apertura política y Rusia continúa su involución bajo la batuta de Putin. Esta fractura permanecerá en segundo plano mientras los BRIC sólo persigan ampliar su cuota de poder internacional, un objetivo que beneficia a todos. Pero podría crear tensiones entre ellos cuando llegue la hora de decidir cómo y en qué emplear ese poder. No sólo los intereses son distintos, sino también los principios desde los que los defienden.
La justificada desconfianza hacia el régimen ruso no debería llevar a ignorar el principal mensaje de la cumbre: la arquitectura institucional edificada desde 1945 no se corresponde con la actual realidad internacional. Las potencias deberán acomodar esa arquitectura a la nueva realidad que encarnan los países emergentes.