Cumbre por los suelos
El proceso negociador de Oriente Próximo siempre logra batir su propia marca de inanidad. Ayer se celebró en Jerusalén una esperada cumbre entre el presidente palestino, Mahmud Abbas, y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, bajo la mirada de la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice; y horas antes de la reunión, el líder sionista la hacía virtualmente inútil advirtiendo de que ni Israel ni Estados Unidos iban a reconocer al nuevo Gobierno palestino. El propio primer ministro, Ismail Haniya, de Hamás, le robaba también protagonismo con sus esfuerzos para formar el nuevo Ejecutivo. Su movimiento tendrá nueve carteras y él seguirá de jefe de Gobierno. Al Fatah, del presidente Mahmud Abbas, tendrá seis, tal como acordó días atrás en La Meca un cónclave de las fuerzas palestinas celebrado bajo patrocinio saudí.
La formación del nuevo equipo atraía mucho más a la opinión pública que un encuentro en el que se sabía que Olmert no tenía nada que decir, porque todo el tiempo que gane no hace sino favorecer la colonización sionista, sin que por ello tenga que negociar ni conceder nada; la enviada norteamericana, por su parte, carece de medios y probablemente también de ganas de presionar a Israel en ningún sentido; y el presidente palestino va como convidado de piedra a hacer preguntas sin respuesta sobre la clase de Estado palestino independiente que dice Washington que apoya, respecto a sus fronteras, la soberanía, el ejército, etcétera.
Aunque no hay motivo para dudar de que la Casa Blanca, como prácticamente siempre, se alineará con Jerusalén en su negativa a reconocer al futuro Gobierno palestino, formalmente espera a verificar que Hamás no cumple las condiciones exigidas por Israel y el Cuarteto (EE UU, Rusia, la UE y la ONU) de que renuncie a la violencia, reconozca al Estado judío y honre los pactos suscritos por la OLP. Pero en La Meca, el movimiento integrista y terrorista sólo se comprometía a asumir todo ello de una manera tan vaga como sólo implícita, lo que repetidas veces ha sido ya rechazado por el Gobierno de Olmert.
El planteamiento de Hamás, en cambio, es el de que no puede renunciar a la violencia para reconquistar los territorios ocupados desde 1967 por Israel, aunque sí hace más de un año que observa una tregua; se niega a reconocer gratis al Estado sionista, porque si Jerusalén no garantiza que se retirará a las líneas de 1967, ¿qué habría entonces que reconocer?: ¿la ocupación? Y, finalmente, dice que cumplirá lo firmado por la OLP, pero sin sentir la obligación formal de hacerlo.
Por eso, el encuentro de ayer, que se cerró sin rueda de prensa conjunta y con el anuncio de que los contactos continuarán, no ha podido ser más que una ocasión para hacerse simplemente la foto, una simulación de que Bush, agobiado por la guerra de Irak, se toma en serio el inagotable conflicto de Oriente Próximo.
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