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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Desconsuelo argentino

Soledad Gallego-Díaz

Hay sucesos que definen mejor el estado de ánimo de una sociedad que un ambicioso estudio sociológico. Probablemente no hay nada que explique mejor el desconsuelo y el desánimo en el que sigue sumida una parte importante de la sociedad argentina que el reciente caso Pomar. Nada que reúna y resuma más claramente la sensación de desamparo que sienten muchos argentinos cara no a las grandes catástrofes impredecibles que les pueda reservar la historia, sino a los pequeños obstáculos de la vida diaria, hechos cotidianos que todo el mundo sabe que están mal, pero que nadie parece confiar en que puedan ir mejor.

El caso Pomar se inició el sábado 14 de noviembre. Una familia integrada por Fernando Pomar, de 40 años; su esposa, Gabriela Viagrán, de 36, y sus dos hijas, Candelaria y Pilar, de 6 y 3 años, salió de su casa en su coche, un Ford Duna de color rojo, matrícula AEX 974. Se suponía que iban desde su domicilio, en la localidad de José Mármol, en la provincia de Buenos Aires, hasta Pergamino, un pueblo donde residen los padres del matrimonio, a una distancia de entre 130 y 160 kilómetros, según la carretera que eligieran.

Políticos y policías lanzan todo tipo de hipótesis, ampliadas por televisiones y prensa sin la menor confirmación

Nunca llegaron. Al pasar las horas, la familia presentó una denuncia por desaparición y la policía inició las labores de búsqueda y rastrillaje. Rápidamente se comprobó que el coche había pasado por el peaje. Fueron transcurriendo los días y nadie sabía nada del coche ni de la familia. Policía y Fiscalía aseguraron que se habían realizado "varios" rastrillajes e incluso "varios" operativos aéreos buscando el coche. Con el país entero pendiente, responsables policiales y políticos se lanzaron a sugerir todo tipo de posibilidades, recogidas y ampliadas, sin la menor confirmación, por televisiones, radios y periódicos. De repente, la inexplicable desaparición de la familia se podía deber a un crimen pasional, un secuestro, un exilio provocado por deudas, ajustes de cuentas entre bandas de narcos... Las casas de la familia en José Mármol y en Pergamino fueron registradas.

El martes 8 de diciembre, 24 días después de la desaparición, el coche, con sus cuatro ocupantes muertos, fue localizado a 20 metros de la Ruta 31 (la más lógica para ir entre Mármol y Pergamino). El coche se había salido en una curva y había volcado. Según los primeros informes forenses, Gabriela Viagrán habría permanecido con vida un tiempo indeterminado.

¿Cuántos rastrillajes hizo realmente la policía? ¿Cuántos operativos aéreos? ¿Cuándo y por qué se descartó la pista más lógica, el accidente de tráfico? El desánimo y el desconsuelo de buena parte de los argentinos fue estremecedor: "Icono de un país trucho", tituló la revista Noticias, un país fraudulento "en el que el Estado conspira para cubrir su propia negligencia", "un país en el que nada resulta creíble y cualquier versión puede ser peligrosamente verosímil".

"Y bueno... nosotros buscábamos un auto rojo, no uno dado la vuelta", se disculpó uno de los policías. La insólita explicación corresponde perfectamente a un segundo icono argentino, la picardía, la sensación de que uno puede salir bien librado de su propio acto fraudulento, de la propia ineficacia y desidia, con un poco de astucia o habilidad maliciosa.

El caso Pomar ha caído sobre la sociedad argentina como una losa, como la demostración de que sus peores temores están justificados: no hay garantías mínimas y cada uno debe intentar resolver sus problemas por su cuenta u obtener ayuda a su propia manera, sin esperar que las instituciones le amparen. ¿Cuán satisfecho está usted de cómo funciona la democracia en su país?, preguntó el último Latinobarómetro en 18 países de América Latina. Argentina quedó en el puesto 11, por detrás de todas las grandes democracias del continente (Uruguay, Costa Rica, Panamá, El Salvador, Chile, República Dominicana, Bolivia, Brasil, Venezuela, Colombia).

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