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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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¿Desparpajo? Quia, desvergüenza

Esperanza Aguirre, los espías de la Comunidad de Madrid, El Bigotes, El Albondiguilla o un viaje de novios a la Polinesia no demuestran el gracejo, sino la impudicia política

José María Izquierdo

A l paso coqueto de la presidenta madrileña por los alrededores de la Puerta del Sol, las comadres que han salido al fresco la saludan muy sonrientes -"¡guapa, más que guapa!", "¡resalada, más que resalada!", la piropean- para luego cruzarse entre ellas animados calificativos con los que definir a Esperanza Aguirre. "Es tan sencilla", dice una; "sincera, sobre todo es muy sincera", dice otra. Y así siguen: espontánea, natural, directa... Correligionarios, atentos sirvientes y periodistas palmeros también coinciden: "¡Qué desparpajo el de nuestra Esperancita!".

José K., doblemente ceñudo esta mañana -hecatombes ideológicas, como siempre, y una acidez de estómago épica-, se ha armado para la ocasión con sus manoseados Casares y Corripios. Le encocora tratamiento tan generoso a alguien que él cree más digno de la censura enérgica que de la condescendencia habitual con la que acogen sus múltiples desmanes hasta sus enemigos políticos. Pero nuestro amigo no comparte visión tan meliflua; cree firmemente que la presidenta madrileña no es osada, ni desenvuelta, ni dicharachera, ni ocurrente; es, simplemente, una desvergonzada política. Adicta a la desfachatez, sus muchos propagandistas y deudores de sus favores quieren hacer de ella una protagonista de zarzuela graciosa, reidora, jacarandosa y sandunguera. José K. se revuelve y se niega a pasar por el aro. Está convencido de que el jaleado desparpajo de nuestra dama -"facilidad y desenvoltura, especialmente en el hablar", dice el Casares- no define con justeza al personaje. Él opta por la desvergüenza política -"falta de vergüenza, insolencia, impudicia", según el mismo don Julio-.

Vemos a la pizpireta rodeada de sus imitadores y aun de algunos tan aplicados que la superan
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Uno cierra los ojos y se imagina al sastre tomando medidas a Camps en la habitación del Ritz

Todo lo referente a la actitud de la presidenta ante la trama de espionaje, por un lado, y del caso Gürtel, por otro, le parece a nuestro dispéptico amigo un ejemplo perfecto, brillante, esplendoroso, de sus insolentes maneras. Nada pasa, dice ella, son los otros quienes mienten. Sus monaguillos podrán aplaudir su forma de degollar, sin el menor escrúpulo político, la comisión de investigación sobre el más que probado espionaje, pero no pasará mucho tiempo sin que ella misma vea cómo le estalla el conflicto en los entresijos de sus dominios, con las navajas de unos consejeros buscando la femoral de otros consejeros o, quizá, de algún vicepresidente apuntando a los higadillos de algún vicealcalde. Recuerden, por si alguien se ha olvidado, que el caso sigue en los juzgados y la fiscalía está dispuesta a continuar investigando. Así que fea, por desvergonzada, y tonta, por torpe, la maniobra del aborto -por Dios, Esperanza- de la grotesca comisión.

Y ahora, léanse los autos de Garzón, vemos a la pizpireta rodeada de sus imitadores y aún, de algunos tan aplicados que la superan. ¿Notan ustedes el desparpajo en la voz del inefable Correa cuando habla de maletines llenos de billetes? ¿Es desparpajo, también, guardarse los sobres con esos mismos billetes para el sano disfrute familiar? No, responde terne José K.: unos y otros son sólo la patética representación de la desvergüenza. Gentes aparentes, de mucha corbata Hermès y cartera Louis Vuitton, visitadores frecuentes de saraos de postín, fórmulas uno y oficinas de altos dirigentes del PP desde hace ya muchos años. Una fauna biempensante y sobrecogedora -por cogedora de sobres- entreverada de conseguidores, émulos de Clou-seau y figurantes de una irreal corte de los milagros.

Pero tan acostumbrado está nuestro José K. a sufrir y penar, que es capaz de arrancar de cualquier rescoldo un punto de alegría, y una lucecita de moderado regocijo se abre paso allá, al final de un larguísimo túnel. Ha descolgado provisionalmente el póster de Aidez l'Espagne y ha clavado con chinchetas las fotos de todos los implicados -y sus adláteres- en ambas tramas, aparecidas en su periódico de siempre, que, por cierto, como a los hijos, uno les puede insultar pero le arranca los ojos a quien les roce. Así que toma otros dos almax, respira hondo y con mirada beatífica, cabeza inclinada, ojos semicerrados, sonrisilla asomando tímidamente, fantasea ante tan cautivadora galería, memorable en su esperpento. Desliza la vista José K. por esta fabulosa colección, se dice a sí mismo que aquí hay mucha tela que cortar, se sonroja por el chiste tan burdo, e inicia el paseo.

¿Qué se puede decir del Bigotes, planta de banderillero retirado, portando airoso pedazo puro, en el paseíllo de cuando Aznar enloqueció y casó a su hija como si fuera la reina de Inglaterra? ¿Y de esos rizos del retrechero Correa en el mismo y singular evento escurialense? ¿Y cómo no imaginarse a los consejeros de doña Esperanza con mirada admirativa frente a las potentes motos en las que iban a espiar su aguerrida banda de ineptos ojeadores? Pero la relación es larga y extrañamente mestiza de caballeros enjundiosos y bufones grotescos. A José K. le gusta mucho, por ejemplo, el nene con altas probabilidades de ligarse a Angelina Jolie, aprendiendo muchas cositas de oírselas a sus mayores en casa. Porque "papá" Fabra, ese gran ejemplo de desvergüenza colocadora, ya le habrá enseñado a su yernísimo algunos epítetos cariñosos contra EL PAÍS que ya los tendrá muy oídos en el trabajo, de boca de su vicepresidente y su presidenta, siempre tan afectuosos con este medio. Y él, tan tierno y tan rico, va y los repite. ¿No es una monada, chico tan vacuo y lenguaraz diciendo tonterías con ese aire de solemnidad?

Antes de seguir con el onírico desfile, y por si acaso los abogados, José K. recuerda que todos los que allí, y aquí, aparecen son presuntos. Como es palabra excesivamente sonora, propone llamarles p. y así los lectores ya saben qué se quiere decir. Continuemos, pues, el repaso con el p. Camps, por ejemplo. Uno cierra los ojos y se imagina a ese sastre tan requerido, tomando medidas en la habitación del Ritz de la esbelta figura del presidente de la Generalitat valenciana para el traje de raya diplomática o, quizá, para la chaqueta austriaca. ¿Le tira de la sisa, don Francisco? ¿Le he dicho que están a punto de llegar las trabillas de Italia? Y qué decir del mismo y esforzado operario visitando, en su despacho, con su cinta métrica, sus tijeras dentadas y sus pizarrines al p. secretario general del PP valenciano para ajustarle unos cuantos trajes... ¿Para dónde carga usted, don Ricardo? ¿Le gustaría una lana australiana fresquita?

Pero también aquí en Madrid, entre tanto y tanto p., José K. tiene a sus preferidos. El p. Albondiguilla es tentador, al igual que el p. alcalde que canjeaba Jaguares, pero él se inclina por el p. Benjamín Martín Vasco, prohombre de Arganda del Rey. Administrador cabal, se ve designado presidente de la Comisión de Investigación del espionaje; ufano, seguro de sí mismo, acepta. Pocos días después, el p. Martín Vasco debe dimitir porque según el auto del juez Garzón, recibió, en mano, varios sobres con cantidades que llegaron a los 230.000 euros donados por el p. Correa, que, generoso, también se hizo cargo, p. de la boda, p. de algunas chucherías de una famosa joyería, y p. del viaje de novios. Aparece apuntado "Polinesia". ¿Acaso no llama a la ternura este p. prohombre, quien en compañía de su reciente esposa, responde alegre al aloha de las sugerentes bailarinas indígenas con una cadeneta de billetes entregados en mano por cualquiera de los p. golfos apandadores que pueblan el sumario garzonesco? Pero José K. no quiere ser injusto y guarda un parrafito para el gran y genuino desvergonzado: el periodista felón de los agujeros negros, que sin estar en el cartel, salta a la plaza, como el bombero torero, para defender a su heroína de los malandrines que la acechan. Armado de pandereta, inundado de cintas multicolores, se sitúa delante de la tuna, y con artísticas cabriolas y graciosas piruetas, pretende dirigir el colosal desfile de los tunantes. Lástima que, como siempre, se le adivinen por las costuras las mentiras habituales y las sacas llenas de basura.

José K., sonrisa más larga, se regodea en el paisaje y añade una pequeña broma: allá, en lontananza, se divisa cabalgando, cual Séptimo de Caballería, a Mariano Rajoy, a Dolores de Cospedal y demás heroicos dirigentes del PP, prestos a sacar a su formación de esta apestosa merienda de p. sinvergüenzas, acorralados por el vibrante y enérgico ataque del joven presidente y su aguerrido partido. ¿Verdad que es para partirse de la risa?

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