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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diada electoralista

La Diada catalana se celebró ayer entre la reivindicación nacionalista y el electoralismo. La propuesta de mayor calado procedió de CiU, que propugnó reagrupar todas las fuerzas catalanistas en una casa común regida por la federación. Artur Mas se ha visto obligado a hacer de la necesidad virtud, y trata de articular desde la oposición una propuesta que lo convierta en centro de la reivindicación nacionalista.

En esa tarea ha recibido la ayuda imprevista del ex presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, que se sumó a la frivolidad de Jordi Pujol sobre la repetición de la huelga fiscal de Cataluña de hace un siglo, esta vez contra el déficit inversor de la Administración central en la comunidad. El vicepresidente de la Generalitat y líder de Esquerra, Carod Rovira, no perdió la ocasión de sumarse al despropósito, y anunció otro ejercicio de política-ficción: convocar un referéndum por la autodeterminación en 2014, coincidiendo con los 300 años de la victoria de los Borbones en la Guerra de Sucesión.

Todas estas iniciativas nacen al calor de plataformas y foros de debate soberanistas, y parecen dirigidas al consumo interno de las respectivas clientelas electorales. Tanto el líder de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida, en el caso de CiU, como el propio presidente Montilla, en el caso del PSC y del Gobierno catalán, se han encargado de frenar esta escalada de fervores patrióticos, con las elecciones generales como música de fondo. Ambos políticos, quizá los menos carismáticos, son, sin embargo, quienes más cuidadosamente han evitado los aspavientos que han marcado esta celebración de la Diada.

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Los ciudadanos catalanes están hoy más preocupados por las infraestructuras que por las grandes doctrinas. Aunque, paradójicamente, ese descontento ciudadano es lo que alimenta al nacionalismo. Cataluña vive, además, una crisis de liderazgo que no contribuye a contrarrestar las proclamas nacionalistas de CiU y ERC ni la astenia otoñal de un PSC incapaz de afrontar la renovación, y que contempla impotente cómo se desangra su electorado. El PP tampoco aporta elementos novedosos a este singular fresco político, prescindiendo de dirigentes que, como Josep Piqué, parecían un antídoto contra las derivas más rancias del discurso de los populares.

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