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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diálogo en Gibraltar

Se equivocan de época quienes quieren reavivar el orgullo patriótico y el irredentismo

La tercera reunión del Foro de Diálogo creado en 2004 tuvo lugar ayer en Gibraltar con la asistencia de los ministros de Asuntos Exteriores de España y de Reino Unido, además del ministro principal del Peñón, Peter Caruana. El encuentro a tres bandas ha supuesto un hito en la gestión del contencioso por el hecho de que, por primera vez en 300 años, un ministro español visitaba oficialmente Gibraltar. Pero, sea cual sea la trascendencia de esta circunstancia, lo cierto es que resulta exagerado hablar de cesión de soberanía como ha hecho el Partido Popular: con o sin visita de un miembro del Ejecutivo, Gibraltar seguirá inscrito en la lista de territorios pendientes de descolonización de Naciones Unidas, que es la principal baza jurídica internacional de la que dispone España. Por otra parte, la alarmista posición del PP parece no tener en cuenta que el Gobierno de José María Aznar llevó a cabo una gestión parecida sobre la base de que su alineamiento con Tony Blair favorecería los intereses españoles.

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La llegada de Zapatero a La Moncloa imprimió un inusitado activismo para abordar algunos de los expedientes más complejos con los que ha tenido que lidiar la diplomacia española, como el Sáhara, Cuba, Guinea o Gibraltar. Fue en este contexto donde se formuló la estrategia del Foro de Diálogo, que busca normalizar la situación del Peñón en su entorno geográfico sin prejuzgar la cuestión de la soberanía, donde las diferencias se mantienen intactas. El foro trata de resolver en beneficio de todos los habitantes de la zona, a uno y otro lado de la verja, problemas comunes relacionados con la cooperación marítima, el medio ambiente, la lucha contra del crimen organizado o la política de visados. Desde una perspectiva pragmática, la existencia de estos encuentros es positiva porque encarna la voluntad de todas las partes por evitar que las consecuencias indeseadas de un contencioso histórico recaigan sobre los gibraltareños o sobre los españoles de la región colindante.

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Para el Gobierno español, normalizar la situación del Peñón mostrará aún más a las claras el anacronismo de mantener una colonia en territorio europeo y, por tanto, facilitará tarde o temprano la recuperación de la soberanía. En la óptica de los gibraltareños, por el contrario, la normalización que busca el foro les permitirá consolidarse como lo que nunca han sido: interlocutores directos del Gobierno español, que hasta ahora siempre había tratado con Londres. Es pronto para saber cuál de las dos interpretaciones acabará imponiéndose, pero el hecho de que sea el propio ministro de Exteriores quien asuma las conversaciones, y no otros miembros del Ejecutivo, en función de la agenda abordada en Gibraltar, admite lecturas equívocas tanto hacia dentro como hacia afuera. Pero, en cualquiera de los casos, se equivocan de método y de época quienes intentan utilizar las diferencias sobre la reunión para instigar sentimientos irredentistas y enaltecer orgullos patrióticos agraviados.

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