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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diplomacia al galope

El periplo árabe de Zapatero pone de relieve las contradicciones de la política exterior española

La acumulación de viajes de Rodríguez Zapatero a Oriente Próximo y el Magreb, realizados en el plazo de solo unos días, ha introducido en la política exterior española un ritmo vertiginoso después de haber permanecido estancada durante meses. No resulta fácil identificar la estrategia que daría coherencia a este activismo, sobre todo cuando, desde el gratuito giro atlantista llevado a cabo por los últimos Gobiernos del Partido Popular, la diplomacia española ni ha recuperado las prioridades anteriores ni ha consolidado otras nuevas. El calibre de los bandazos ha sido tal que, a estas alturas, las líneas maestras de la política exterior de nuestro país vuelven a estar por definir, como si nunca hubieran existido, y la posición internacional de España se encuentra desdibujada.

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La agenda diplomática que el jefe del Gobierno ha desarrollado en lo que va de semana no contribuye a clarificar las cosas. Como viene siendo habitual en la política exterior española, parece que se trate de mantener una idea y la contraria: los interlocutores tunecinos de Zapatero recibirán apoyo a su naciente democracia por parte de un país que no solo participó en el pasado de la condescendencia hacia Ben Ali y que se mantuvo silencioso durante las revueltas, sino que viene de cerrar la víspera acuerdos con Catar y Emiratos Árabes sobre el desacreditado esquema de cerrar los ojos a cambio de obtener beneficios. De otra parte, nada que no hayan hecho también, a veces todavía más descarada y vergonzosamente, los otros países europeos.

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Zapatero declaró al comienzo de esta legislatura que basaría su política exterior en los valores y principios, algo que fácilmente se desliza hacia la demagogia, como no ha tardado en confirmar la reacción española ante algunas de las principales crisis y retos diplomáticos. Pero no es eso lo que han venido a recordar los viajes de esta semana, sino la falta de criterio con la que se ha establecido la agenda diplomática del presidente. O se busca una mayor presencia económica de las petromonarquías del Golfo en España, un objetivo plausible que, sin embargo, es difícil gestionar en cualquier coyuntura y mucho más en la que hoy atraviesa el Magreb y Oriente Próximo; o se busca colocar a España a la cabeza del apoyo a los nuevos regímenes surgidos tras las revueltas. Perseguir ambas cosas, y además en el corto espacio de unos días, podría acarrear un descrédito de la diplomacia española ahora que la inestabilidad de la región exige extremar la claridad de los gestos y los mensajes.

La presencia de Zapatero en Túnez contrasta con la dificultad de reacción europea, tanto de los principales países como de la propia representación exterior de la UE; aunque no es el único que practica la diplomacia al galope, como demuestra el viaje de Cameron a Egipto. El compromiso de España con la Unión debería, en todo caso, obligar a algo más que el intento de apuntarse efímeros tantos a su costa.

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