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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Discutimos cosas irrelevantes

Soledad Gallego-Díaz

¿Cuántos diputados españoles, de cualquier partido, son conscientes de que dentro de muy poco los Presupuestos Generales del Estado, antes de ser debatidos en el Congreso, deberán ser aprobados (y corregidos) por la Comisión Europea? ¿Cuántos se han preocupado por leer, y comprender, los últimos acuerdos del Ecofin o están pendientes de lo que se diga y haga en el Consejo Europeo del próximo 24 de marzo? ¿Sabe alguien si el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, ha contactado en las últimas semanas con sus colegas europeos (solo hay seis gobiernos socialdemócratas en la actual UE) para hablar sobre la posición de España? ¿Lo ha hecho con el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, miembro de un partido hermano del PP? ¿Discute con ellos, con cierta regularidad, el porvenir de la Unión y del euro?

El desinterés de las instituciones españolas por las europeas sería insultante si no fuera simplemente estúpido

Poco o nada de lo que se debate en estos momentos en la vida pública española tiene algo que ver con la realidad del país, es decir, de los españoles. La mayor responsabilidad de que esto ocurra corresponde, como es lógico, a quien está en el gobierno, pero eso no exime a los representantes de la oposición, sea de derecha o de izquierda. Ni la continuidad de José Luis Rodríguez Zapatero, que parece tener embaucados a los socialistas, ni mucho menos el porvenir de María Dolores de Cospedal como secretaria general del Partido Popular, ni tan siquiera la política antiterrorista del PP, empeñado en marcar su diferencia, son especialmente relevantes en estos momentos. Mejor dicho, son asuntos claramente irrelevantes para el futuro del país y de los españoles.

De lo que deberían estar hablando los políticos es de los serios problemas que afrontamos, todos ellos relacionados con el área económica (y consecuentemente, con el área social). No es un debate que deba estar recluido, como se nos quiere hacer creer, en círculos técnicos o que interese solo a los especialistas. Es un debate político fundamental y, en la mayoría de los casos, está relacionado con la posición española en esos momentos en Bruselas, que es donde se discuten esos problemas.

¿No tiene nada que decir, ni que hacer, Mariano Rajoy? ¿Nada que leer y aprender los diputados? ¿Ningún debate que promover el Partido Socialista respecto al Pacto por el Euro? ¿Y los candidatos a presidentes de las Comunidades Autónomas: se desvelan pensando en lo que les ocurrirá si en Bruselas se aprueba una cosa u otra o se limitan a distraerse y a distraernos con simplezas?

El desinterés que muestran las instituciones españolas por lo que ocurre en las instituciones europeas sería insultante si no fuera simplemente estúpido. El futuro económico del país depende en buena parte de las políticas monetarias y presupuestarias que se desarrollen y esas son, precisamente, dos políticas que se debaten y determinan en la UE.

No deberíamos resignarnos a que los partidos acudan a las elecciones del 22 de mayo hablando de cosas sin trascendencia en unos momentos en los que, precisamente, todo lo que se diga y haga debería tener significación. No se debería consentir al Gobierno que transmita la sensación de estar simplemente haciendo las maletas, ni a la oposición que pretenda pasar por unos comicios, cualquiera que estos sean, sin pronunciarse, de una vez, sobre qué modelo defiende y qué nos ofrece, más allá de debates estériles sobre cosas sin importancia.

La sensación de agotamiento de un gobierno no es nueva en la historia reciente española (ni en la de ningún país, todo sea dicho). Ya ocurrió en 1996, en el último periodo del Gobierno de Felipe González. La diferencia, la enorme diferencia, es que entonces España sabía cuál era su papel y su objetivo, como país, dentro de la UE. Ahora estamos en mitad de una crisis formidable y ni unos ni otros parecen ser capaces de explicar hacia donde quieren ir.

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