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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Doble vuelco

El cambio se impone en Galicia y el País Vasco y reparte réditos políticos entre PP y PSOE

Los resultados electorales en Galicia y en el País Vasco no sólo tendrán una importancia decisiva en el Gobierno de esas dos comunidades, que en ambos casos cambian de signo, sino en la totalidad de la política española. La experiencia del bipartito integrado por los socialistas y el Bloque Nacionalista Galego no podrá repetirse esta legislatura, volviendo a colocar la Xunta en manos de los populares. Y en el País Vasco, los nacionalistas pueden ser desalojados de Ajuria Enea por primera vez en casi tres décadas de autogobierno. La aventura soberanista del lehendakari Ibarretxe ha propiciado el descalabro del conjunto del nacionalismo coincidiendo con un momento de extrema debilidad de los terroristas, lo que, entre otras cosas, transforma radicalmente el escenario político con el que debía contar hasta ahora la lucha contra ETA.

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El mensaje de mayor trascendencia que se desprende del vuelco en estas dos comunidades es que, en contra de la creencia extendida hasta ahora, los nacionalistas pueden ser derrotados en las urnas por los partidos de ámbito estatal. Pero eso no significa que una vez desalojados del poder y desmentida, por tanto, la tendencia de los nacionalistas a identificar los intereses de un partido con los de un territorio, se deba convalidar cualquier política desarrollada por un Gobierno alternativo por el simple hecho de que lo sea.

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De cómo se gestione el poder por los no nacionalistas en Galicia y, sobre todo, en el País Vasco, insistiendo en la idea de ciudadanía con preferencia a la de identidad, dependerá la deslegitimación de algunos discursos que, como el del lehendakari Ibarretxe, han llevado la tensión entre el Estado central y las instituciones autonómicas hasta límites insoportables en el reciente pasado.

PP y PSOE son los dos grandes vencedores de la jornada electoral de ayer, aunque ambos en distinto grado. Galicia fue una apuesta personal de Mariano Rajoy, y ha salido claramente vencedor. Frente a los socialistas y, también, frente a los sectores que cuestionaban su liderazgo en el seno del PP. Y aunque los populares hayan sufrido un retroceso en el País Vasco, su condición de apoyo imprescindible para llevar a Patxi López a Ajuria Enea los convierte en coprotagonistas de un hecho político de primera magnitud

Atajar la corrupción

Rajoy, en cualquier caso, no puede seguir a la vista de estos resultados la doctrina con la que otros miembros del PP han tratado de sortear los problemas judiciales que les persiguen, en la que ha destacado el presidente de la diputación de Castellón, Carlos Fabra. Si sale reforzado como líder es para tomar las decisiones necesarias para atajar los casos de corrupción que afectan al PP, y esclarecer el espionaje en Madrid. Flaco favor se haría a sí mismo, al PP, y a la democracia en España en considerar que su victoria en las urnas en Galicia ayer valida comportamientos irregulares o corruptos en el pasado.

Zapatero, por su parte, recibe un primer mensaje de desafección, motivado por los efectos de la crisis económica. Los votantes gallegos no han podido dejar de transferir sobre el partido de Touriño las responsabilidades que atañen al Gobierno central y al PSOE. Las elecciones europeas se perfilan, así, como un nuevo riesgo para los socialistas, que han visto cómo se han ido esfumando poco a poco las posibilidades de obtener mayores beneficios políticos de las dificultades que atraviesa su principal rival.

Resultado complicado

De las distintas posibilidades avanzadas por los sondeos, los resultados del País Vasco han sido los más complicados imaginables: una victoria del PNV y a la vez derrota de su candidato, Juan José Ibarretxe. El PNV, en efecto, es la primera fuerza, con un porcentaje de votos nunca alcanzado en las ocasiones en que, como ahora, se presentó en solitario. Pero el frente nacionalista que en forma de tripartito (PNV-EA-EB) ha sido bandera de Ibarretxe ha perdido más de 60.000 votos, y ni añadiéndole los cuatro escaños de Aralar alcanza los 38 que marcan la frontera de la mayoría absoluta. Los socialistas, por su parte, quedan cinco escaños por debajo del PNV, pero sumados a los del PP y, de necesitarlo, al obtenido por el partido de Rosa Díez sí superan esa línea de la mayoría absoluta, que era el principal objetivo de Patxi López.

La marca del 38,6% alcanzada por el PNV tras 29 años gobernando es muy notable, pero ligeramente inferior al 38,8% que obtuvo el Partido Socialista de Euskadi (PSE) en marzo pasado en las elecciones generales. Esto significa que la hegemonía nacionalista no es incondicional, un dato hasta ahora inamovible del panorama político vasco. Y que no es imprescindible que el PNV esté presente en cualquier combinación posible de gobierno. Por primera vez los datos avalan la posibilidad de otras combinaciones viables e igualmente legítimas.

Ello permitió ayer a Patxi López mantener su compromiso de presentar su candidatura a la investidura como lehendakari y con ella su disponibilidad a serlo si obtenía los apoyos necesarios.

Antes de llegar a la investidura habrá sin duda mucho que hablar y negociar, porque malo sería que la oferta de hablar con todos y escuchar las razones de los demás, reiterada ayer por Patxi López, no incluyera hacerlo con el PNV, cuya posición de primera fuerza le otorga el derecho a plantear su propia alternativa. Podría ser la de un acuerdo con el PSE, y también la de un Gobierno monocolor del PNV en minoría, abierto a pactos diversos. Esto último encajaría con el deseo de la dirección del PNV de librarse de unos aliados que le habían encajonado en una política que llevaba al enfrentamiento sin salida con el Estado y la legalidad constitucional. Pero tan legítima

como esas fórmulas es la de un Gobierno socialista en minoría tras un voto de investidura apoyado por el PP.

Sea cual sea el desenlace de estos días y semanas de conversaciones, lo que puede darse por seguro es que el periodo iniciado en Lizarra, de pacto nacionalista en torno a un programa soberanista, al que se sumó y trató de encabezar Ibarretxe, toca a su fin.

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