_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuando EE UU resiste

Sami Naïr

Nada sería hoy peor que confundir la política del presidente Bush con la concepción que la mayoría de los estadounidenses tienen de las relaciones internacionales. En efecto, la acción de la coalición en el poder en Estados Unidos desde 2001 -mezcla explosiva de evangelismo ultraconservador y de mesianismo imperialista- está lejos de ser aceptada por todos los ciudadanos. Los proyectos de dominación mundial por la fuerza que hoy prevalecen dentro de la Administración, aprovechando los atentados del 11 de septiembre, suscitan una resistencia multiforme. Antes del 11 de septiembre de 2001, la Administración de Bush hijo mostraba su poca afición a las aventuras en el extranjero y a la promoción activa del "desarrollo de las naciones" (nation building) en los países del Sur o en otras zonas. Por otro lado, la reivindicación reiterada de un repliegue aislacionista perfectamente en sintonía con el unilateralismo ya puesto en práctica (rechazo de los acuerdos de Kioto, proyecto del escudo antimisiles, etcétera) fue uno de los lemas de la campaña del candidato Bush hijo. Pero los atentados del 11-S cambiaron totalmente esta visión: inauguraron una estrategia radicalmente diferente, aunque preparada desde tiempo atrás por el grupo de los "neoconservadores". En un año y medio, el equipo de Bush ha librado dos guerras e instalado las tropas estadounidenses como fuerza de ocupación en dos países (Afganistán e Irak). Ahora todo parece como si EE UU utilizase los atentados terroristas del 11-S para asegurarse su dominio planetario, muy lejos de las preocupaciones de defensa nacional.

George W. Bush, elegido de mala manera y que al principio contaba con un apoyo frágil entre la opinión pública, ha jugado con un éxito aparentemente clamoroso la carta del chovinismo imperial. Una de las razones más frecuentemente invocadas para explicar su relativo éxito es la complicidad de algunas redes mediáticas (en especial las grandes cadenas de televisión), las cuales, desde el 11-S, transmiten una versión heroica y chovinista de los acontecimientos. Algunos "periodistas" de televisión han llegado incluso a denunciar con rabia a quienes se oponían a la guerra contra Irak, hasta el punto de que los partidarios del Not in Our Name (No en nuestro nombre), artistas, intelectuales y actores políticos y sociales, han correspondido hablando de un nuevo "macartismo televisivo". Entre los nuevos predicadores, algunos han llegado a reivindicar abiertamente la noción de imperio, como un gran y noble desafío al que la superpotencia estadounidense debe hacer frente. Por ejemplo, Sebastian Mallaby, de The Washington Post, afirmó: "Las soluciones no imperialistas no son completamente fiables. La lógica del neoimperialismo es ahora demasiado irresistible para que la Administración de Bush renuncia a ella" (Foreign Affairs, abril de 2002). Max Boot, de The Wall Street Journal, escribió: "Afganistán y otros países extranjeros con conflictos, reclaman el mismo tipo de administración extranjera ilustrada que antaño proporcionaban los británicos" (15-10-2001). Estos autores dicen en voz alta lo que los miembros de la Administración prefieren no expresar abiertamente, aunque un ex asesor del Departamento de Estado, Robert Kagan, ya antes de las elecciones de 2000 hablaba de un "imperio benévolo", con la vocación de ejercer una "hegemonía benévola, beneficiosa para gran parte de la población mundial" (Foreign Policy, verano de 1998).

Pero no toda la esfera pública estadounidense se reduce al universo comercial y espectacular de las cadenas de los grandes grupos de comunicación, ni al ámbito de los think tanks

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

de la derecha neoimperialista. Aquellos estadounidenses que no se informan exclusivamente a través de la televisión ni de los órganos de esta derecha neoimperialista tienen alguna posibilidad de encontrar, sobre todo en la prensa escrita, perspectivas críticas sobre el comportamiento de su Gobierno en el mundo. Una buena parte de los periódicos regionales y de las emisoras de radio independientes (es decir, no controladas por las grandes empresas mediáticas) difunden una información que no excluye cuestionar la política oficial. El balance de la "gran prensa" a este respecto es muy moderado. En vísperas de la guerra contra Irak, The New York Times tomó posición contra una intervención decidida de un modo tan unilateral, mientras que los análisis difundidos por The Washington Post desde 2001 fueron diversos, pero en su mayoría favorables al intervencionismo. El público de los periódicos y de las páginas de Internet "alternativas" ha aumentado considerablemente desde el inicio de la crisis iraquí. Algunos medios de comunicación de la oposición -Commondreams y AlterNet, páginas web de información; The Nation, CounterPunch, The American Prospect, las páginas de debates de The New York Times, de Los Angeles Times, etcétera- tienden a convertirse en verdaderas fuentes de información y de análisis, señal de un fortalecimiento intelectual de la corriente crítica en la sociedad estadounidense.

El inicio de la guerra en Irak en marzo de 2003 permitió a la Administración de Bush disfrutar de una cota de popularidad similar a la que siguió a los atentados del 11-S: alrededor del 70% de los estadounidenses manifestaron su aprobación a la intervención. Sin embargo, una sólida minoría manifiesta su reticencia y, en ocasiones, su clara resistencia a las ambiciones imperialistas de la Administración. Este sector de la opinión pública se ha resistido a las mentiras oficiales sobre la vinculación de Sadam Husein con Al Qaeda y sobre la guerra contra Irak como medio para debilitar el terrorismo islamista; así como en el tema de las armas de destrucción masiva que supuestamente convertían a Irak en un peligro inmediato para EE UU y el mundo. Las restricciones impuestas a las libertades cívicas por las nuevas leyes contra el terrorismo también provocan reacciones negativas en esta opinión pública.

La acción totalmente unilateral de la Administración de Bush sigue siendo rechazada no por una minoría significativa, sino por una importante mayoría de estadounidenses que, según Jim Lobe en Foreign Policy in Focus, "sigue viendo a la ONU como el mejor mecanismo para tratar las crisis internacionales" (1-5-2003). En plena guerra de Irak, más de dos terceras partes de las personas encuestadas manifestaron estar de acuerdo con la siguiente afirmación: "Estados Unidos desempeña en exceso el papel de gendarme del mundo"; sólo el 12% admitía que "Estados Unidos debía seguir siendo el líder mundial preeminente para resolver conflictos internacionales".

Los ciudadanos estadounidenses que sostienen firmemente posiciones críticas en relación con la acción planetaria del equipo de Bush tal vez no sean una mayoría. ¿Son el 20%? ¿El 25%? La cifra puede variar según la encuesta, pero no se trata únicamente de una opinión atomizada o "molecular": la oposición a los proyectos de la Administración de Bush está estructurada por un incipiente movimiento organizado, multiforme y no desprovisto de contradicciones. Varios grupos o coaliciones han visto la luz desde que se produjeron los primeros arrebatos unilateralistas y autoritarios de la Administración de Bush en la "guerra contra el terrorismo". Han adquirido importancia con las amenazas lanzadas contra Irak, contra la ONU y contra algunos aliados europeos entre febrero de 2002 y el comienzo de la guerra (marzo de 2003). Las organizaciones MoveOn, United for Peace and Justice, True Majority, Win Without War, ANSWER, etcétera, figuran entre las principales agrupaciones existentes.

Estos grupos no se contentan con tener una actitud de reacción y rechazo al comportamiento del equipo de Bush, aunque la crítica a los discursos de los medios dominantes forma parte de sus actividades. Se alimentan de las ideas de intelectuales críticos que se esfuerzan por elaborar una visión distinta y concreta de cómo podrían ser las relaciones entre EE UU y el resto del mundo. Entre los cientos de think tanks, los hay que contemplan para EE UU un papel diferente en el mundo y una concepción distinta del poder en las relaciones internacionales. Se podría citar al Institute for Policy Studies (Washington), al World Policy Institute (Nueva York), al Interhemispheric Resource Center (Washington) y otros. La inspiración del movimiento a favor de "una globalización diferente" no está muy lejos, el movimiento que desde el otro lado del Atlántico prefiere llamarse "por la justicia mundial" (global justice).

Por tanto, la cuestión no es saber si los estadounidenses consiguen escapar al chovinismo imperial (muchos lo logran), ni saber si existen perspectivas críticas a favor de una política diferente (como es efectivamente el caso), sino más bien saber por qué a estos puntos de vista les cuesta tanto encontrar una expresión política adecuada. Los especialistas en el sistema político estadounidense culpan al modo de elección, menos centrado en la oposición de programas que en la promoción de candidatos. En realidad, los partidos sólo existen en los periodos electorales. De ahí la despolitización generalizada. Por otro lado, existe muy poco espacio para expresar ideas alternativas. Frente a esto, por el momento la resistencia de las fuerzas democráticas tiene poco peso, pero no hay que excluir, debido precisamente a los excesos de la Administración actual, un cambio de situación en los próximos años.

En The American Prospect (1-4-2003), Harold Meyerson expresa bastante bien el pensamiento de todos aquellos que, en Estados Unidos, quieren que su país sea diferente: "Los estadounidenses deberían esperar que en esta época de integración mundial no estemos al comienzo de un siglo americano. Los europeos deberían realizar una pausa en su búsqueda de una Europa más perfecta para proyectar mejor sus valores hacia el mundo. Necesitamos a Europa para salvarnos a nosotros mismos". Y nosotros, se puede añadir, debemos hacer todo lo posible para reforzar al otro EE UU, el de la democracia y la solidaridad entre los pueblos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_