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¿Quién controla a los controladores?

El espectáculo que nos está dando nuestra clase política en estos días de campaña electoral es de los que no se olvidan. Si de aquí a un par de siglos apareciese por este planeta algún extraterrestre dispuesto a investigar lo que fueron las elecciones españolas en este bendito año de gracia, se encontraría con que, en el fondo, aquí sólo hay un tema que cuenta: la televisión. Efectivamente, la televisión es el alfa y la omega electoral, el objetivo y el medio, el pretexto y el contexto, el azar y la necesidad. Parece que no hay otro problema que salir o no salir en televisión, que ésta hable o no hable, que cuente, o no cuente. Los partidos no existen si no es por y para la pequeña pantalla y, de hecho, algunas coaliciones se han creado con el exclusivo fin de salír en ella. Por si fuera poco, a la prensa le ha entrado la misma fiebre, y Prado del Rey engendra más noticias que el paro, el terrorismo o cualquier otro tema de la actualidad nacional, internacional o galáctica. La televisión en la primera página de los periódicos, en los editoriales, en las cartas al director, en los mítines, en todas las aspiraciones; en todos los reproches. Se han creado secciones especiales para seguir de cerca las vicisitudes televisivas y controlar las menciones, omisiones, contenidos, etcétera. Y, naturalmente, la, primera actuación de una instancia superior al Gobierno en relación con la inconstitucionafidad de un decreto, no faltaba más, ha sido sobre la televisión.La situación es verdaderamente alucinante y no tiene parangón con lo que pasa en ningún otro lugar de nuestro medio geográfico. Este es un país enfermo. Quien crea que exagero no tiene más que asistir a cualquier conferencia electoral, mitin o repasar el periódico de ayer, el de hoy o el de pasado mañana. Y lo peor es que hay razones sobradas para conceder esa desmesurada importancia al hecho televisivo, convertido, por una parte, en un irracional reducto de poder y, por otra, en un inmenso «totem» que toda la sociedad española, incluidos los partidos políticos, teme y adora. Las fuerzas Políticas españolas, que, en su conjunto, se han demostrado incapaces de proyectar un modelo de sociedad mínimamente atractivo, aceptan en este caso, como en otros, la herencia franquista, disputándose pedazos de poder, pero sin atreverse a cuestionar éste y sin ofrecer modelos alternativos propios- Aquí todo es reformable y nada puede crearse de nuevo. Hay que partir de lo que hay y construir sobre ello, no importa que no se vea el fondo de la ciénaga y el Iodo impida asentar ningún tipo de cimientos.

Pero ¿qué hay además de la televisión? Vayamos a la campaña en la calle. ¿Dónde están las alternativas? Obsérvese el personalismo del partido del Gobierno y el personalismo del principal partido de la Oposición. A una imagen se contrapone otra y ambos ocultan cuidadosamente sus respectivas ideologías. UCD pone el énfasis en lo realizado (se supone que contando que este país no tiene memoria) y el PSOE en los huecos (paro, seguridad) que le deja su adversario. Los ucedistas escamotean su condición de auténtica derecha y en los carteles publicitarios de los socialistas no aparece la palabra socialismo. Sería muy interesante contraponer el aire juvenil y multicolor de la publicidad del PSOE en junio del 77 y la sobriedad gris de la actual. Como corresponde, dicen los técnicos, a un partido qué ya no es una promesa, sino una alternativa real de poder. Y el poder es plano, sobrio, neutro, tranquilizador. Las canas de Felipe González tranquilizan al electorado. No podía esperarse en menos tiempo mayor capacidad de integración, al menos si tenemos en cuenta el código visualde la campaña.

Fíjemonos en el contenido de los mítines. Apenas existe una, exposición sistemática de los programas y de las ideologías que los sustentan. Exposición tanto más necesaria si se tiene en cuenta que los códigos publicitarios han homologado el contenido de todas las campañas. Hay, eslóganes prácticamente coincidentes en todos los partidos y, por si fuera poco, algún reclamo de la izquierda extraparlamentaria respondería más a esquemas estrictamente comerciales que políticos. El Partido del Trabajo, por ejemplo, exhibe un «poster» decididamente antológico, donde tres despreocupados jóvenes pasean en bicicleta, no se sabe si para Regar al Parlamento o para anunciar una nueva marca de vaqueros o de colonia refrescante. Se da el caso, además, de que los políticos sólo parecen saber hablar de ellos mismos en un continuo ejercicio de recíproco narcisismo. En vez de referirse a problemas concretos y a las diversas opciones para solucionarlos, toda la pólvora se gasta en salvas de hostigamiento al contrario, normalmente amparados en una ambigua fraseología del tipo de «si nos obligan, tiraremos de la manta», y cosas así. Parece muy saludable la agresividad en las intervenciones electorales, pero con tal de que ésta no se acabe en amago de reyerta barriobajera y, sobre todo, no sea un fácil recurso para no hablar de las propias convicciones. Sin embargo, un molesto tonillo, entre demagógico y populista, campea en los mítines, tanto de derecha como de izquierda, y dentro de un lenguaje unificado que evita referencias y soluciones a cosas como la sanidad, la educación, la cultura, las autonomías y, en general, a todo el amplio abanico de problemas que define el actual momento español. Se dirá que ,todas esas cosas ya están en los programas. Y de eso se trata precisamente: nadie nos cuenta sus programas.

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De modo que en eso estamos. La batalla electoral se ha reducido a la batalla por ocupar un espacio en televisión, dando por supuesto que sólo este medio es el que hace ganar electores. Lo que, en definitiva, parece ser de lo único que se trata. Obsérvese que los ejecutivos han aceptado sin pestañear que la comunicación de los partidos, a través de la televisión, se efectúe sólo como propaganda, que sustituye así a la información efectuada por los profesionales. Para evitar manipulaciones, dicen. Estupendo el nuevo concepto de la comunicación que se ha. inventado UCI), con el beneplácito del resto-de las fuerzas políticas: supresión de la información y su sustitución por la propaganda. Es decir, la manipulación elevada a categoría y entronizada como institución democrática. El hallazgo haría. palidecer de envidia al mismísimo Goebels. Los políticos han encontrado una formidable fórmula: el periodismo sin periodistas, sus actividades no recreadas por informadores, sino por publicitarios. Pocas veces se ha visto menos respeto a ese pueblo que se dice servir. Pero, ya se sabe, el posibilismo versus aparecer-como-sea-en-televisión y los votos que se ganan lo justifica todo. Ya tenemos, naturalmente dentro de lo que cabe, la neutralización de la televisión durante las elecciones. Se ha logrado un cierto control. El pueblo, a lo .Suyo, a ser receptor de la propaganda elaborada por los técnicos en «marketing». Inmoralidad de todos, una nueva moral que les justifique. Es posible que algunos tengan razón cuando dicen que se ha logrado la ruptura con el franquismo. Se entiende que la política. Quizá el desencanto de muchos estriba en que también buscaban la ruptura moral con el antiguo régimen. A la actual campaña me remito. Ya tenemos a todos, o casi, los partidos políticos en TVE. En esos impúdicos, mediocres, absurdos comunicados está lo que los partidos pueden dar de sí al aceptar una sociedad de televidentes en lugar de luchar por una sociedad de ciudadanos. Y, ahora, ¿quién controla a los controladores? El año que viene, si Dios quiere, hablaremos de la libertad.

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