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Tribuna:
Tribuna
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Especialista en todo

Hace unos días, recibí la visita del bloguero Pat, cuya página web figura al parecer entre las más consultadas de España. Había leído en la prensa que escribo mis paparruchas con un bolígrafo de un euro. ¿Es cierto, preguntó, o se trata de una invención del periodista? Desdichadamente, le dije, es la pura verdad.

Su rostro expresó al punto una mezcla de asombro y de conmiseración: ¿cómo se las arregla usted para enviar sus manuscritos a los editores y al diario en el que colabora? Le expliqué que, según las circunstancias, recurría a la preciosa ayuda de dos o tres amigos internautas, visitantes asiduos de la ciudad en la que vivo o residentes en ella, y si no tenía a nadie a mano, dictaba el texto de mí colaboración por teléfono, me lo devolvían del periódico por fax y corregía de nuevo por teléfono las posibles erratas o faltas.

Me temo que sí, admití, soy alérgico a las nuevas tecnologías
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¡Se ha quedado usted colgado en el pasado siglo!, me reprochó Pat. No, en el XIX, rectifiqué: en el XX mis colegas de oficio tecleaban en su Remington o su Olivetti. ¡Es usted una reliquia del pasado, un verdadero carcamal! Me temo que sí, admití, soy alérgico a las nuevas tecnologías. ¿No le interesa Internet? ¡Está fuera de mi pobre capacidad de escriba! ¿Cuánto tiempo le lleva componer un artículo de dos folios? Unas cuatro o cinco horas según el tema y mi grado de concentración; luego, el día siguiente corrijo el texto y lo paso a limpio. ¡Qué pérdida de tiempo, señor novelista; yo redacto mi ciberdiario en cuestión de minutos!

Pat me mira con creciente desprecio e incredulidad. ¡No sabe usted lo que se pierde! ¡tener toda la información del mundo con pulsar un botón y rastrear en el buscador! Lo lamento, la naturaleza ha sido muy cruel conmigo en lo que respecta a las cosas prácticas. Y ¿cómo se las arregla para componer sus artículos sobre Irán o Chechenia? Procuro hablar de lo poco que sé y no de lo mucho que no sé; por fortuna dispongo de un pequeño archivo de recortes de prensa sobre los temas que me interesan. ¿No sabe usted que Internet es el mejor archivo del mundo? ¡Gracias a él puedo escribir sobre cualquier tema político, cultural, económico, etcétera, sin temor a meter la pata como usted hace unos meses! ¿A qué diablos de metedura se refiere? Si no ando errado, dijo con ironía, atribuyó usted a Oscar Wilde una obra de André Gide; conmigo, un error así es imposible: recurro a mi ordenador para verificar que cuanto digo es cierto y evito los fallos de la memoria. ¡La garantía de la exactitud de cuanto aparece en mi blog es de 100%!

No tuve más remedio que inclinar la cabeza: sí, mi temática es muy restringida. ¡Usted se veda la posibilidad de extenderla a todos los temas de actualidad!; ¿podría escribir, por ejemplo, un artículo sobre Tíbet o el conflicto fronterizo entre Eritrea y Etiopía? Yo se lo redacto en menos de 20 minutos, y me baso en datos completos y demostrables. Puedo informar a los lectores de mi blog tanto del problema kurdo, como del separatismo tamil en Sri Lanka o las maras de El Salvador y mil cosas más. ¡Me he convertido en un especialista en todo porque Internet me lo permite!

Pat rebosaba de orgullo y examinaba con desdén los bolígrafos, cintas correctoras, páginas llenas de tachaduras, lapiceros, gomas, afilalápices: toda la antigualla acumulada en la mesa del antediluviano amanuense que soy.

¿Puedo sacar una foto de su escritorio con mi móvil? Preparo una página sobre los que llamo anticuarios, destinado a los internautas de mi ciberdiario: ¡les hará mucha gracia saber cómo se trabajaba en tiempos pasados y usted es ya un ejemplar raro! Le dejé extasiarse ante mis útiles de trabajo y me resigné a su compasión. Soy una especie en vías de extinción, ¿verdad?, le dije. ¡Sí, exactamente! Pat sonreía y me dio una palmada cariñosa antes de despedirse.

Me quedé sentado junto a la mesa de trabajo, cubierta de artículos de escritorio caídos en desuso. Quería componer algo sobre la relación existente entre las exigencias de la industria armamentística y la permanente necesidad del terror, pero carecía de los datos indispensables para fundamentarla. Envidiaba a Pat, y medía melancólicamente los estrechos límites de mi condición de autor no especialista en todo, obligado a ser humilde ante quienes como el bloguero Pat sí lo son.

Juan Goytisolo es escritor.

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