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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Esperando nuevos desmanes

Soledad Gallego-Díaz

Hace algunos años, dos periodistas de un diario local norteamericano ganaron un Premio Pulitzer con un reportaje en el que se demostraba que el dinero que los ejecutivos de una empresa acababan de ahorrar a los accionistas, mediante el despido de buena parte de sus empleadas de limpieza, acabó, lisa y llanamente, en sus propios bolsillos, como premio por su eficacia y decisión. El periódico aumentó su tirada en una proporción nunca vista en esos pagos, pero los ejecutivos no devolvieron un penny.

Hay realmente muchas razones para estar enfadados. Nos han estafado, sin que los organismos públicos, teóricamente encargados de evitar que nos atraquen, engañen y despojen, hayan hecho gran cosa para evitarlo. Dice el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que la Caja del Mediterráneo (CAM) es "lo peor de lo peor", y uno se pregunta cuándo se dio cuenta, porque se supone que el Banco de España lleva años siendo el organismo encargado de controlar la solvencia de las entidades crediticias, la CAM incluida.

Los organismos que deberían haber evitado que nos atraquen y despojen no han hecho gran cosa por lograrlo

Seguramente, Fernández Ordóñez tiene razón en quejarse porque se le atribuya la responsabilidad de las formidables indemnizaciones o retiros dorados que pactaron muchos responsables de cajas, porque esa competencia recae mucho más en las comunidades autónomas (que siempre tuvieron un representante en los consejos de administración de esas entidades) que en el Banco de España. Pero es muy difícil creer que los controladores no estuvieran al tanto de esos desmanes y que no tuvieran una cierta capacidad de influencia, o de presión, para ponerle coto.

Dado que ni el Banco de España ni las comunidades tuvieron a bien hacer nada al respecto y permitieron contratos blindados con cantidades desproporcionadas e indemnizaciones que no estuvieron nunca justificadas por la buena marcha de las entidades (y la prueba es que tres de ellas han tenido que ser intervenidas), no estaría de más empezar a exigir la inmediata publicidad de esos datos, de manera rutinaria y exhaustiva, con la esperanza de que sean los propios ciudadanos, bien informados, los que hagan frente a los nuevos y posibles desmanes. Porque como seguramente ya todos somos conscientes, nada garantiza que los nuevos contratos que se estén firmando ahora no sean igualmente producto de connivencias, amistades y robos, más o menos encubiertos.

En los últimos días nos hemos enterado del escándalo ocurrido en NovaCaixa. Los contratos blindados de sus ejecutivos son probablemente insuperables, pero la verdad es que tenemos muy poca información de lo que ha ocurrido realmente en CatalunyaCaixa y en Unnis, nombre comercial de la Caja de Ahorros de Manlleu, Sabadell y Terrassa, que son las otras dos cajas de ahorros intervenidas, de momento, por el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB). Ya se sabe que en Cataluña suelen ser discretos a la hora de lavar sus trapos sucios, pero los antecedentes no son muy tranquilizadores.

Según se publicó en 2008, el director general de la entonces Caixa Catalunya, Josep María Loza, recibió una indemnización de cinco millones de euros y una suma equivalente para su plan de pensiones, lo que redondeó la hermosa cifra de 10 millones de euros. Ya se sabe que, como dijo el presidente del BBVA, Francisco González, cuando le pagó a su segundo, José Ignacio Goirigoizarri, de cincuenta y pocos años, una pensión anual vitalicia de tres millones de euros, "los contratos están para cumplirlos". En este caso fue una indemnización acordada por el presidente de una caja, Narcis Serra, y por los responsables autonómicos, que querían contratar a un nuevo experto financiero que mejorara la gestión, algo que, evidentemente, no se logró. Narcis Serra, el exministro socialista, que ocupaba el cargo desde 2005, dio paso a su propio sucesor (Fernando Casado, que duró pocos meses, por discrepancias en el salario) con un bello discurso en el que aseguró que cerraba "satisfecho" una etapa que culminaba una fusión que "va a ir muy bien". Un criterio más bien penoso.

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