Esplendor en la hierba
Una excepcional selección española hace historia en el Mundial de fútbol de Sudáfrica
Llevábamos mucho tiempo esperándolo. Al menos desde que en 1950 en Río de Janeiro, España quedó entre los cuatro finalistas que lucharon por el triunfo en el campeonato del mundo. Entonces no pudo ser, pese a la pundonorosa prestación española, pero una luz de esperanza se encendió en el ánimo del aficionado que ahora ha vuelto a lucir en Sudáfrica. El deporte español ha vivido 30 años gloriosos. El progreso en tenis, ciclismo, baloncesto, automovilismo o motociclismo ha sido impresionante. El fútbol, sin embargo, parecía condenado al papel de infortunado aspirante, al que todo se le volvía en contra. Los árbitros, los penaltis, las parcas del deporte hacían horas extraordinarias para aplazar cada cuatro años esa esperanza.
El fútbol español de club, aun con los refuerzos que solo el dinero puede comprar, alcanzaba las más altas cotas de la competición y tanto Real Madrid como Barcelona eran envidiados en el mundo entero por sus victorias. Pero, por fin, 11 -o 23- excepcionales pares de botas han puesto fin en Sudáfrica a lo que fuese: maleficio, trauma colectivo, conspiración del zodiaco. España se hallaba donde muchos creían con razón que le correspondía. Un campeonato mundial comenzado con el anticlímax de la derrota ante la modesta Suiza, pero en absoluto con mal juego, se había ido convirtiendo, jornada a jornada, en un modelo para armar de precisión, clase, temperamento y fe en sí mismos de los jugadores, hasta redondear esa andadura de siete partidos -los que ha empleado Rafael Nadal para ganar Wimbledon- con la majestuosa, peleadísima también, pero más que justificada victoria sobre una sólida y dura Holanda, que fue dignísima subcampeona.
Y ese triunfo que nos permite hablar de una España Fútbol Club tiene un indiscutible copyright cuyo origen hay que buscar en los locales de La Masía de Barcelona y del Barcelona. Una inspiración que un día se llamó Cruyff -holandés, precisamente-, hoy Guardiola, y que tiene como fuerza de choque a Iniesta, Puyol, Xavi, Piqué, Busquets, Pedrito y al recién encuadrado, Villa. Y no, no olvidemos a nadie. Sin Casillas, sin Ramos, sin el otro Xabi y sin los 23 que viajaron a Sudáfrica, no habría sido posible esa construcción de belleza, acierto, atlético blindaje ante el adversario y resolución para a la victoria, bien que en ocasiones con alguna concesión al manierismo, que es el fútbol que practica la selección española.
Y el campeonato parece que es mucho más que un éxito solo deportivo. Unas acreditadísimas siglas económicas aseguran que el vencedor puede sumar hasta un 0,25% al PIB por el entusiasmo que el triunfo genere entre los consumidores. Y bien está que así sea, aparte de por la mucha falta que hace, porque la victoria ha sido un empeño colectivo de 23 jugadores que subliman un concepto de equipo. España entera vio anoche cómo se materializaba el sueño de toda una vida.
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