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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Euforia en Sevilla

La convención del PP, huérfana de propuestas, celebró por adelantado el triunfo electoral

La convención del Partido Popular en Sevilla ha sido, sobre todo, la celebración de una victoria electoral que aún no se ha producido. Nada une más que la proximidad del poder. Apoyándose en los sondeos, la dirección nacional de los populares hizo una completa exhibición de unidad en torno a su líder, Mariano Rajoy. Líderes críticos, como el ex presidente Aznar, se propusieron borrar con un aparatoso abrazo en Sevilla el desaire que infligió a su sucesor en el congreso de Valencia, cuando apenas se dignó a saludarlo tras la derrota electoral de 2008. También Esperanza Aguirre mostró en Sevilla un apoyo al líder popular que le ha escatimado en muchas ocasiones; la última, al conocerse la intención de Álvarez-Cascos de encabezar una lista autonómica alternativa al PP en Asturias. Incluso el ex ministro del Interior Jaime Mayor Oreja quiso respaldar a Rajoy, aunque sin renunciar a sus obsesiones ni a su penosa y desaforada retórica.

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El derroche de unidad en torno a un dirigente cuyo liderazgo ha sido permanente cuestionado desde sus propias filas, así como el hecho de que la convención no haya permitido conocer una sola de las medidas que adoptarían los populares de llegar al Gobierno, son prueba fehaciente de que en Sevilla solo ha tenido lugar un gran acto de propaganda. El propio Rajoy parecía consciente de ello al reiterar el deseo de que se celebren elecciones generales cuanto antes. Tanta urgencia en la convención no ha tenido, sin embargo, ninguna traducción parlamentaria hasta el momento. Un político que parte de un análisis de la realidad como el que agitó Rajoy en Sevilla estaría obligado a plantearse la presentación de una moción de censura.

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El énfasis en la unidad demuestra, en sentido contrario, lo frágil que puede ser en un partido convencido de encontrarse en la antesala del poder. En realidad, se sostiene sobre esa convicción, no en la percepción de que Rajoy se haya consolidado como un líder indiscutible en siete años de oposición ni tampoco en el acuerdo alrededor de un programa. Los sondeos son claros sobre lo que los ciudadanos, incluidos los votantes del PP, opinan del líder conservador. El único fantasma que parece sobrevolar las expectativas del PP es la posibilidad de una mejora económica.

Como dice la canción, Sevilla tuvo que ser el testigo del amor sobrevenido por un dirigente cuyo gran mérito consiste en haber resistido los ataques de su propio partido. La "sed de urnas" que Rajoy cree percibir en la sociedad española deja traslucir, en realidad, la sed de poder en la que se apoya la unidad de su partido. Sin propuestas, nuevas o viejas, para conjurar la recesión y sin rubor por reclamar el apoyo de unos ciudadanos a los que desea desmoralizados y dispuestos a regalarles la victoria electoral, el PP parece dispuesto a agotar los meses que restan para las citas electorales sin más proyecto que esperar a que pase el cadáver de su rival. Sería deseable algo más que abrazos y sonrisas, sobre todo en la actual coyuntura.

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