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Europa: ¿algo más que una gran Suiza?

Timothy Garton Ash

En otros tiempos, y qué malos tiempos fueron, el mundo temblaba cuando hablaba Alemania. Ahora casi ni se entera. Por ejemplo, si sólo me hubiera informado por la televisión y los periódicos estadounidenses de las últimas semanas, quizá ni me habría enterado de que el país más importante de Europa celebraba elecciones. Y de Gordon Brown y el congreso de su partido, que ofrece un reluciente folleto de cruceros para una nave que se hunde, ni noticia.

Esto no es sólo un reflejo de cómo han cambiado las prioridades de Estados Unidos (una elección en Afganistán importa más que una en Alemania o en Reino Unido) y del declive general de la información internacional, aunque también es eso. Si estuviera en China, India o Brasil, tendría una experiencia similar. Las payasadas de Silvio Berlusconi y el príncipe Enrique sí entran, pero la política europea seria, no. Europa no es ni lo suficientemente peligrosa para llamar la atención (los nazis actuales están en Waziristán) ni lo suficientemente dinámica e influyente para atraerla, como ocurre con China. Europa es simpática, aburrida e irrelevante.

Que Europa sea aburrida tiene sus ventajas. Recuérdese lo que ocurrió en la anterior gran crisis
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Para Europa, lo que decida Irlanda tiene más peso que las elecciones alemanas

En muchos sentidos, ésa es una gran victoria. La última vez que Europa tuvo una crisis financiera y económica tan grave, con una tasa tan alta de desempleo, Alemania no optó por ser simpática y aburrida. En esta ocasión, el centro ha conseguido mantenerse en el poder. Los pequeños partidos de izquierda han obtenido buenos resultados, igual que el Partido Liberal, que es verdaderamente liberal desde el punto de vista social y económico, pero no ha habido una gran escisión hacia la derecha. La política de "echar la culpa a los extranjeros" no ha logrado nada. Angela Merkel ha confirmado que es una de las figuras políticas más extraordinarias de Europa. Extraordinaria, entre otras cosas, por su brillante manera de fingir que es normal y corriente: habla con claridad, no tiene pretensiones, es sensata, nuestra vecina "Angie".

En coalición con los liberales, tendrá la oportunidad de proponer algunos recortes fiscales, prolongar la vida de las centrales nucleares y quizá liberalizar un poco más el mercado de trabajo. Pero ni los partidarios del mercado libre deben hacerse demasiadas ilusiones, ni los socialdemócratas tener demasiado miedo. El segundo mandato de Merkel no va a ser muy diferente del primero. Durante ese primer mandato gobernó desde el centro, porque era algo necesario en una gran coalición con los socialdemócratas, pero también por propia voluntad. Las elecciones las ha ganado a base de situarse en el centro. Su lema de campaña fue simplemente "die Mitte", el centro. Y en el centro va a permanecer. El complicado sistema de controles y equilibrios de Alemania dificulta los cambios rápidos y drásticos (Merkel cuenta con una estrecha mayoría en la Cámara alta, pero puede perderla el año que viene).

Los rumores de la muerte de la socialdemocracia son muy exagerados. La mayoría de los países europeos tiene hoy una mezcla de liberalismo económico y socialdemocracia. En Reino Unido, Tony Blair venció adoptando muchos elementos del thatcherismo; si David Cameron gana el año próximo, será gracias a adoptar muchos elementos del blairismo. Las elecciones británicas también se librarán en el centro. El verdadero reto para este centris-mo europeo llegará si no consigue generar suficiente crecimiento y, sobre todo, empleo. En todas partes está aumentando el voto a los partidos pequeños, como los Verdes y die Linke en Alemania. Pero, por ahora, el centro resiste.

Con Merkel, y muy probablemente el liberal Guido Westerwelle como ministro de Exteriores, la política exterior alemana tampoco cambiará mucho. Alemania seguirá siendo el socio más próximo de Rusia en Europa (en este sentido, por cierto, la República Federal ha cumplido la promesa que hizo Helmut Kohl a Mijaíl Gorbachov hace 20 años: una cooperación económica de largo alcance a cambio de que los rusos aceptaran la unificación alemana). Tratará de ser buen amigo de Estados Unidos y, al mismo tiempo, mantener a las tropas alemanas a salvo en Afganistán y seguir haciendo negocios con Irán hasta donde se lo permita la decencia. Es decir, Alemania no será ni una gran ayuda ni un gran obstáculo para que el presidente Barack Obama logre sus objetivos de política exterior.

Los detalles se resolverán en un mes de negociaciones para formar la coalición. "Cuando vengan los dirigentes mundiales a Berlín el 9 de noviembre, me gustaría recibirles con un nuevo gobierno", dice Merkel. El 9 de noviembre: ¡la caída del muro! Y de pronto recordamos las esperanzas y los miedos de aquel momento. ¡Alemania en el corazón de una Europa unida, un modelo para el mundo! O, en los espejismos de los conservadores británicos y polacos, ¡Alemania como Cuarto Reich! Y lo que tenemos es... el reloj de cuco (para adaptar la famosa frase de Orson Welles en El tercer hombre). Alemania como la gran Suiza.

Y no sólo Alemania. Toda Europa es hoy una gran Suiza. Tiene cantones grandes y pequeños, que defienden ferozmente, cada uno, sus tradiciones y su autogobierno. Están el cantón de Eslovenia y el cantón de Francia, el cantón de Reino Unido y el cantón de Luxemburgo. Algunos son más importantes que otros, pero ninguno es ni la mitad de importante de lo que era ni de lo que algunos -especialmente Francia y Reino Unido- creen todavía que son. Esta gran Suiza garantiza un alto grado de seguridad, prosperidad, libertad y bienestar social para la mayoría (aunque no todos) de sus ciudadanos y parte (aunque no la mayoría) de sus habitantes. Para sus ciudadanos, es uno de los mejores lugares del mundo en los que vivir. En política exterior, se preocupa por asuntos tan importantes como... la libertad para Roman Polanski. Un tema sobre el que los ministros de Exteriores francés y polaco se han sentido obligados a escribir a Hillary Clinton. Quizá podrían escribir a continuación sobre el queso, el vino o los bolsos de piel.

Está muy bien eso de ser Suiza. En serio (salvo que uno sea Roman Polanski, en estos momentos; pero ése es otro asunto). La pregunta es: ¿estamos los europeos dispuestos a conformarnos con eso? ¿Es lo que queremos ser en el siglo XXI? Sospecho que, en el fondo, muchos europeos dirán que sí. O, para ser tal vez más precisos: no estarán dispuestos a votar y pagar para hacer lo que sería necesario si queremos ser algo más que eso. Es decir, la respuesta se deberá a la inercia, y no a una decisión explícita.

Lo malo es que, a largo plazo, al decidir no ser más que una gran Suiza, iremos perdiendo las condiciones que hacen posible ser una gran Suiza. Porque el sentido de tener una política exterior europea no es el poder en sí, sino la capacidad de proteger y propugnar intereses que comparten cada vez más todos los países europeos y corren peligro en un mundo de gigantes no europeos.

Alemania es importante a la hora de tomar esa decisión. Reino Unido es importante a la hora de tomar esa decisión (y seguramente se encaminará en la dirección equivocada con los conservadores). Pero el país más importante, esta semana, es Irlanda. Porque Irlanda ha vuelto a votar el viernes 2 de octubre sobre el Tratado de Lisboa. Para conseguir una voz europea que tenga más fuerza en el mundo, necesitamos que los irlandeses voten sí.

Desde el punto de vista democrático, fue delicado no aceptar el no de la primera vez. Pero, desde el punto de vista democrático, también es delicado que los periódicos británicos propiedad de Rupert Murdoch hayan desempeñado un papel tan decisivo en el debate irlandés. Los irlandeses deben decidir por su cuenta; tienen que hacerlo por sus propios motivos; y no deben sufrir amenazas de que vaya a haber graves consecuencias si toman la decisión "mala". Ahora bien, para el futuro de Europa, puede que la decisión de Irlanda sea incluso más importante que la de Alemania.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos y ocupa la cátedra Isaiah Berlin en St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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