_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europeos de primera, europeos de segunda

Monika Zgustova

En otoño del año pasado, al llegar a Praga, una de las primeras cosas que percibí en mi ciudad natal fue una gran cantidad de carteles con tres o cuatro azucarillos y una inscripción que proclamaba "¡ya le amargaremos la golosina a Europa!". Se trataba de una declaración de principios del partido gobernante, el ODS, que, con la arrogancia que caracteriza a su fundador, el presidente Václav Klaus, daba a conocer la actitud que tomaría al asumir la presidencia de la Unión Europea. La sociedad checa aceptó ese desdén sin entusiasmo, pero no por ello expresó su desacuerdo.

¿Por qué los checos, en vez de sentirse halagados por su protagonismo en la política internacional -derivado de su presidencia de la Unión Europea-, un protagonismo como nunca han tenido ni tal vez vuelvan a tener, se muestran en su conjunto indiferentes y escépticos? ¿O es que no tienen nada que ofrecer a la UE?

Ya en 2008, los gobernantes de la República Checa se jactaban de que iban a amargar a Europa
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí
Hay que hacer menos caso a Klaus y más a otras figuras checas

Una explicación es que, después de que Václav Havel se retirara de la política, los ciudadanos perdieran la fe en sus máximos representantes -cuyo comportamiento en el escenario político debería hacer que se les cayera la cara de vergüenza: en una reciente encuesta sobre el prestigio de las distintas profesiones, la de político se llevó el laurel del desprestigio por delante de la de basurero-, y les devuelven la moneda con su aburrido menosprecio. Pero hay otra explicación más compleja que voy a intentar dilucidar.

A mediados de los ochenta recorrió el mundo un artículo en el que Milan Kundera hablaba del rapto de la Europa central por la Unión Soviética, que la aisló del mundo occidental y la sometió a su influencia, muy alejada de la tradición de la Ilustración que impregna Europa. Poco después, en contra de lo previsto por Kundera y el mundo entero, se desplomaba el muro de Berlín y el este europeo dejó de ser un rehén. No obstante, el paso por el cautiverio dejó en la Europa central, esa bella raptada, profundas y duraderas huellas.

Hoy existen dos Europas, dos experiencias históricas opuestas, y de ahí derivan dos maneras distintas de actuar en política. Durante cuatro décadas, las Europas del Este y del Oeste no compartieron una historia común. Y tal vez habría que añadirle dos décadas más, las de la transición del Este hacia la democracia. Este hecho está en el origen de las actitudes de la recién estrenada presidencia checa de la UE, las cuales han causado sorpresa y estupor en la Europa occidental, y no me refiero únicamente a las, en el contexto global, anecdóticas provocaciones del presidente Klaus.

La visión que los checos tienen de su historia -que en par-

te coincide con la de otros antiguos satélites soviéticos de Europa central- se puede resumir en el hecho de que a lo largo del siglo XX, en distintas ocasiones y de diversas maneras, Europa occidental les dio la espalda, mientras que en otras tantas ocasiones, Estados Unidos les brindó su amparo. Así, después de que el presidente norteamericano Wilson diera su apoyo a que de las ruinas del Imperio Austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial se levantara una Checoslovaquia independiente, próspera y democrática, en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia no movieron un dedo cuando Hitler invadió Checoslovaquia, a pesar del convenio de ayuda militar.

Luego, durante las cuatro décadas de la llamada dictadura del proletariado, cuando el miedo impregnaba la atmósfera como una nube tóxica, la sociedad checa, necesitada de comprensión, topó con los oídos sordos del Occidente europeo intelectual, que, salvo honrosas excepciones, estaba demasiado ocupado en cantar las virtudes de aquella ideología que los checos rechazaban. Y entonces, otra vez América, menos ideológica que Europa, les demostró la comprensión que necesitaban.

Tras el desplome del totalitarismo, los antiguos satélites soviéticos volvieron a sentirse humillados, esta vez por una Europa que -así les parecía- les dejó esperar 15 años largos a la intemperie en la cola para entrar en su club, vigilándoles con una altiva y paternalista mirada de amo rico y poderoso mientras las empresas occidentales compraban a precio de saldo las industrias de su país. Sentían que había unos europeos de primera que los trataban como europeos de segunda. ¿Y, en el fondo, no es así? ¿Cuenta lo mismo un húngaro que un italiano, un polaco que un francés, un checo que un holandés, para no hablar de letones o búlgaros? De aquí, pues, deriva su mirada desconfiada hacia Europa y su política proamericana.

La presidencia checa de la UE -cuyo protagonismo mediático ha ocupado hasta ahora la figura de Klaus, pero entre la cual destacan personalidades de mayor credibilidad- hubiera querido comunicar algo de su experiencia única a los demás europeos, pero se ha encontrado con dos incendios que es preciso apagar. Por una parte, negociar una nueva tregua entre Israel y Hamás para establecer la paz en Gaza; por otra, encontrar una solución duradera para que no vuelva a producirse otro corte del suministro de gas por parte de Rusia, que con placer dividiría a Europa -aún más de lo que ya está- en el bando de los que dependen de su gas y en el de los que disponen de otras fuentes energéticas.

Es deseable que los europeos presten oídos a respetadas personalidades checas como el ministro de Exteriores, Schwarzenberg, o el responsable de la Energía, Bartuska, y no tanto a las declaraciones del presidente Klaus, una figura embarcada, como el ex presidente Aznar, en llamar la atención de la opinión pública a base de declaraciones altisonantes, la mayoría de las veces incoherentes y esperpénticas, por no hablar de su inconveniencia.

Klaus no representa a los checos como Aznar no representa a los españoles. Y es que la República Checa, un país tradicionalmente integrado en el corazón de la cultura europea, que sin embargo durante 40 años compartió la suerte de los países secuestrados por el Este, está capacitada para servir de puente en una Europa cada vez más descosida.

Monika Zgustova es escritora.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_