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Éxitos y fracasos de Al Qaeda

Fernando Reinares

A 10 años del 11-S, los principales éxitos de Al Qaeda pueden reducirse en lo fundamental a tres. En primer lugar, el de haber conseguido persistir, articulada y activa, una década después de los atentados de Nueva York y Washington, pese a cuantas iniciativas contraterroristas gubernamentales y multilaterales han sido adoptadas desde entonces para destruirla. Eso sí, la estructura terrorista formada en 1988 y que continúa existiendo en la actualidad es muy diferente de la de 2001. Si entonces contaba con un vasto santuario en Afganistán, hoy sus infraestructuras son mucho más reducidas y confinadas en enclaves muy concretos de las zonas tribales al noroeste de Pakistán. Si hace 10 años contaba con varios miles de miembros propios, en estos momentos difícilmente dispone de algunos centenares. Si Al Qaeda ideó, planificó, preparó y ejecutó por sí misma los atentados del 11-S, en estos momentos difícilmente podría ir más allá de la ideación o planificación de similares actos de terrorismo. Además, numerosos dirigentes de Al Qaeda han sido detenidos o abatidos, lo que ha ido incidiendo negativamente tanto sobre su dinámica organizativa como sobre su conducta operativa.

La red del fallecido Osama Bin Laden no ha conseguido movilizar a su favor al mundo islámico

El segundo éxito de Al Qaeda consiste en haber propiciado la formación de una extensa urdimbre del yihadismo global. Cuando tuvieron lugar los atentados del 11-S, hablar de terrorismo global era hacerlo de Al Qaeda. Cierto que desde 1998 contaba con un pequeño elenco de organizaciones armadas de orientación islamista afines, pero Al Qaeda era la entidad que disponía de recursos y cuyos componentes perpetraron, en los años previos al 11-S, destacados actos de terrorismo en algunos países árabes y africanos. Hoy existe una urdimbre del terrorismo global mucho más extendida, de la que Al Qaeda es solo su componente originario, pero ni mucho menos el de mayores dimensiones o el más operativo. Entre 2003 y 2007 aparecieron las extensiones territoriales de esa estructura terrorista, como Al Qaeda en la península Arábiga, Al Qaeda en Mesopotamia o Al Qaeda en el Magreb islámico. Por otra parte, existe un heterogéneo y variable conjunto de organizaciones asociadas con Al Qaeda, cuyos más notables exponentes son, en la actualidad, Therik e Taliban Pakistan y As Shabaab. Además, el terrorismo global incluye a individuos y células independientes, únicamente inspirados por la ideología y las directrices genéricas de Al Qaeda.

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Puede asimismo considerarse como un tercer éxito de Al Qaeda el de estar aún condicionando tan decisivamente aspectos internos e internacionales de las políticas de seguridad. Tras los atentados del 11-S, muchos países han introducido instrumentos y agencias dedicadas a tareas de prevención y lucha contra el terrorismo, convertido en una prioridad de lasagendas gubernamentales en la gran mayoría de los países occidentales y buena parte de los demás. Al hacerlo, incurren de manera sostenida en elevados costes que cabe pues imputar al impacto del terrorismo global a lo largo de la última década. En un nivel intergubernamental, esas políticas nacionales se han visto complementadas por decisiones adoptadas en ámbitos como el de la Unión Europea. Aunque la masiva introducción o el reforzamiento de costosas medidas nacionales destinadas a prevenir atentados, desmantelar estructuras terroristas y desbaratar sus tramas de financiación han constreñido muy seriamente la actuación de los grupos y las organizaciones que practican el terrorismo yihadista, también se han cometido excesos en las respuestas estatales a dicho fenómeno, en ocasiones abiertamente contraproducentes.

Otros tres pueden ser tenidos como los principales fracasos de Al Qaeda a lo largo de los últimos 10 años. En primer lugar, ha fracasado a la hora de replicar atentados de similar alcance y magnitud a los del 11-S. Ni siquiera ha conseguido, por sí misma o mediante el concurso de sus extensiones territoriales o de alguna de sus organizaciones afiliadas, cometer un acto de terrorismo espectacular y altamente letal en el territorio estadounidense, pese a la obsesión de Osama Bin Laden, hasta su muerte, por llevarlo a cabo. Aun cuando sí lo hizo en España y Reino Unido. Al Qaeda tampoco ha logrado provocar el colapso económico del mundo occidental, pese a que sus dirigentes se han atribuido, como uno de los resultados del 11-S y en su afán por mostrar la eficacia del terrorismo, la actual situación de crisis. Menos capaz aún ha sido Al Qaeda de socavar los cimientos del orden sobre los que descansan las democracias occidentales. Salvo las incomodidades adicionales en los aeropuertos, ¿acaso han cambiado significativamente los estilos de vida o los procesos políticos en las sociedades abiertas?

Al Qaeda ha fracasado, en segundo lugar, en movilizar en su favor al mundo islámico, e incluso su popularidad se ha visto progresivamente mermada, aunque continúe siendo entre significativa y considerable en algunos países. La realidad del terrorismo yihadista, cuyas víctimas mortales son en una inmensa mayoría musulmanas, contrasta con la retórica antioccidental que exhibe su propaganda. Eso ha llevado a que prominentes figuras con autoridad religiosa reconocida hayan terminado por estigmatizar a Al Qaeda y sus actividades. Así, Al Qaeda ni ha conseguido expulsar a Estados Unidos de Oriente Próximo como ambicionaba, ni ha adquirido notoriedad en el conflicto entre palestinos e israelíes. Tampoco ha sido relevante en el desencadenamiento de las movilizaciones autoritarias y el derrocamiento de gobernantes autócratas en algunos países del mundo árabe. Aunque los líderes de estas organizaciones yihadistas seguirán tratando de aprovechar las oportunidades que esas transformaciones políticas les proporcionen, esperando que el caos, la frustración o el descontento generalizados terminen por ofrecerles un contexto favorable.

El abatimiento de Osama Bin Laden en Abbottabad, apenas cuatro meses antes de cumplirse una década desde los atentados de Nueva York y Washington, evidencia el tercero de los principales fracasos de Al Qaeda. Desde hace unos ocho años, Osama Bin Laden se refería a la confrontación de Al Qaeda con Estados Unidos como una guerra de desgaste. La métrica de victoria para Al Qaeda consistía, básicamente, en evitar su derrota y seguir perpetrando atentados, extendiendo sus ámbitos de influencia y proyectándose como invencible. Que su máximo dirigente no hubiera sido capturado o abatido daba pábulo a esa imagen. La pérdida de Osama Bin Laden, que fundó Al Qaeda a finales de los ochenta, fue capaz de consolidarla en los noventa, hizo de ella la primera entidad terrorista insurgente capaz de perpetrar actos de megaterrorismo y se mantuvo 23 años al frente de la misma, es de extraordinaria importancia tanto para mantener la cohesión interna de dicha estructura terrorista como para sostener su capacidad de movilizar recursos. Un fracaso para la estructura terrorista al que se añaden la muerte, el pasado agosto, de Atiyah Abd al Rahman, quien desde hace tiempo ejercía como el verdadero gestor de Al Qaeda, y, hace unos días, la detención de Yunis el Mauritani, su mando operativo para el mundo occidental.

A tenor de lo antedicho, podría concluirse que, a 10 años del 11-S, los fracasos de Al Qaeda son mayores que sus éxitos. Pero ello no significa que su amenaza terrorista se haya desvanecido. Incluso si Al Qaeda quedase inhabilitada, los desafíos planteados por el terrorismo yihadista no se mitigarían a corto y medio plazo. Ante una Al Qaeda aminorada y degradada, privada del liderazgo de Osama Bin Laden, sus hasta ahora extensiones territoriales y organizaciones asociadas podrían relocalizar sus respectivas estrategias, orientándolas hacia fines relacionados con los países y regiones en que operan. Ello quizá reduciría los niveles de la amenaza del terrorismo yihadista en las sociedades occidentales, donde sigue siendo diversificada y a menudo compuesta. Que Al Qaeda consiga perpetrar algún acto de megaterrorismo es improbable, pero no puede afirmarse categóricamente que imposible. Ahora bien, que alguna de sus extensiones territoriales o de sus organizaciones afiliadas logre, en ese mismo ámbito, ejecutar atentados de menor alcance y magnitud sigue siendo bastante más verosímil. Que se produzcan nuevos incidentes terroristas de relativa baja letalidad, protagonizados por individuos aislados o células independientes, se da casi por descontado.

Fernando Reinares es investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos.

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