_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Futbolistas e intelectuales

Y si tiene razón Pasqual Maragall, si no es posible una España compartida por todos y sólo es posible "conllevarse"? Hace unos años, uno aún creía que era posible España como proyecto compartido, pero una y otra vez se nos aparecen "dueños" y nos señalan nuestro lugar en el sótano.

La España actual es vista como la recuperación de la democracia en la forma de una monarquía parlamentaria y del reconocimiento institucional de sus nacionalidades; esos son nuestros rasgos para el mundo. El mundo no sabe que España ya vuelve a discutirse a sí misma; en ese proceso estamos o quizá estuvimos siempre desde que se aprobó la Constitución. Quizá no haya arreglo y vuelvo a la amarga constatación de Maragall que en su día le discutí y hoy ya no me atrevo.

La selección de fútbol catalizó una explosión de energía sobre una vivencia positiva de España
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí
En su soberbia, los intelectuales del Manifiesto piensan que España es suya

Recientemente, hemos tenido dos lecciones que se complementan, la que nos dio la selección de fútbol y la de un manifiesto en defensa del castellano, al que llaman la lengua "común". Frente a la idea de que la selección española debía levantarse sobre un club de fútbol madrileño, esta selección se formó como un equipo de jugadores de todos los clubes y procedencias, y así se sintió representada de un modo natural gran parte de la población española. Eran jóvenes a los que no les pesaba el temor a la mala suerte histórica, el pesimismo, y simplemente confiaban en su propia capacidad. Seguramente representaban a una generación que no carga tanto con el peso de la memoria y sus heridas ni con las ideologías; sentían que encarnaban a España, no entraron a discutir qué cosa era eso. Hijos de familias modestas casi todos, había madrileños de la periferia nacidos de familia gallega o castellana, había asturianos, valencianos, catalanes..., todos corrían, paraban o sumaban goles para el mismo equipo. A su alrededor, gran parte de la población, aunque sobre todo destacaron los jóvenes, con camisetas rojas y banderas rojo y gualda e himno sin letra. Para ellos, esos símbolos no tenían los significados que les atribuimos desde un lado u otro las personas de otras generaciones; simplemente necesitaban tener insignias y algo para tararear. Fue clara su necesidad, verdadera ansiedad, de sentir identificación y orgullo de grupo, de país, de España. Hubo chovinismo y patrioterismo, claro; también hubo fascistas aprovechando esa emoción, desde luego; pero fue una explosión de energía positiva abrumadora. De juventud.

También hubo quien no comprendió que en esa identificación con la selección no había hostilidad interna y fue incapaz de desear que ganase, prefiriendo que ganase la rusa o cualquiera otra. O quizá temió ese momento catalizador. La ideología separa de la vida.

Ningún jugador tuvo que cambiar su nombre ni dejar su lengua; jugaron con sus nombres catalanes, vascos, castellanos... Funcionó un equipo que aglutinó la diversidad de energías; siendo diversos, se reconocieron unos a otros, respetándose. Esa España funciona, igual que funciona en la economía y en la vida social en general, y en esa selección nos podíamos ver muchísimos, si se nos deja.

Eso hicieron los futbolistas: unir. Pero frente a eso, 20 intelectuales echaron a rular un manifiesto culmen de subjetividad e irresponsabilidad. La subjetividad es lo más natural a los intelectuales puramente de letras; son filósofos y filólogos los que teorizan las naciones y los que mueven las emociones latentes o las estimulan. El Manifiesto de estos nietos de Unamuno es una maniobra faccional y partidista, y como tal es apoyado por potentes agentes; manipula miedos, resentimientos, emociones, y busca provocar respuestas sentimentales y emotivas en todos nosotros. El aprendiz de brujo no teme abrir los frascos de los demonios, goza contemplando el efecto descontrolado de sus acciones.

Ese Manifiesto es una nueva vuelta de tuerca al viejo, falso y aburrido "España se rompe" de la derecha nacionalista española. Cuando un partido suelta momentáneamente el banderín de enganche, otro aprovecha para agitarlo y sacarle partido. Es falso que les preocupe la gramática o la lengua; su objetivo es puramente político, defienden su proyecto nacionalista centralista, usan el castellano como arma de beligerancia y lo dañan gravemente cargándolo de ideología.

Parte de falsedades que llevan tiempo difundiéndose: es falso que el castellano, una lengua en expansión, con unos 400 millones de hablantes y otros 100 que la conocen, peligre. Mucho menos en España, donde su conocimiento es "obligatorio", siendo la única lengua que recibe tal protección del Estado. El castellano, gracias a una política secular de imposición, se extendió al territorio del gallego, catalán, vasco y demás dominios lingüísticos españoles; es así que en los territorios donde los individuos hace dos o tres generaciones eran monolingües en esas otras lenguas, hoy son bilingües o monolingües en castellano.

La política del Estado hizo que hoy todos sepamos hablar y escribir en castellano, aunque tengamos otra lengua por propia. Por eso, hoy los firmantes del Manifiesto pueden llamarla "común", aunque no debieran omitir que es obligatoria. Fuese por la causa que fuese, los hablantes de esas otras lenguas reconocidas en la Constitución disponen de un instrumento impresionante que es el castellano y lo utilizan cuando les hace falta, incluso de un modo habitual. Ese éxito histórico del castellano, además del orgullo de tener por propia una lengua con prestigio y una literatura tan impresionante, debiera bastar para dar sosiego a los monolingües en castellano. ¿Qué más se puede pedir? Pedir más es nacionalismo insaciable, una bulimia que demanda la humillación, la destrucción del otro. Y eso es lo que hace el Manifiesto. Seamos claros, no les basta que todos hablemos castellano; quieren, además, que dejemos de hablar las otras lenguas. En coherencia, los que hacían un tótem de la Constitución pretenden ahora su amputación y la anulación o reforma de los Estatutos en el sentido de sus ideas e intereses. La Constitución es un fruto de la lucha democrática contra el nacionalismo franquista y, con sus defectos, se hizo precisamente para que pudiese coexistir una ciudadanía diversa.

Quien viaje a una ciudad catalana, gallega o vasca verá en castellano prácticamente toda la prensa, la radio, la televisión, las carteleras, oirá a su alrededor el castellano constantemente. El castellano no peligra ahí, lo que corre peligro de desaparición son esas otras lenguas también españolas que están en circunstancias adversas y se enfrentan a una inercia histórica poderosísima. Ésos son los hablantes que ven desaparecer sus lenguas.

Hay actuaciones concretas equivocadas en educación o política de lenguas, tanto por parte de las Administraciones autonómicas como de la central. Pero el cuento de la persecución del castellano es la misma fábula que la de los judíos o los gitanos que asesinan niños; circula bien porque responde a nuestros miedos, en este caso, el miedo del monolingüe al bilingüe. Es una fábula xenófoba, y es xenofobia lo que se hace con las otras lenguas oficiales, se las mantiene ocultas y se busca su desaparición. Se practica la insidia cuando se engrandece cada caso de monolingüe que viviendo en una comunidad bilingüe protesta porque a su hijo... Podremos conocernos y reconocernos mutuamente cuando al fin los medios de comunicación de ámbito estatal permitan que hablen los ciudadanos bilingües, que también son personas y tienen problemas, quejas, derechos lesionados. Incluso tienen hijos, pero nadie les pregunta si a sus hijos...

Desmoraliza definitivamente que un Manifiesto tan faccional, sesgado políticamente e irresponsable que utiliza la lengua para dividirnos cuente con tanta simpatía y complicidad en los medios intelectuales radicados en Madrid; con razón los promotores señalan que es muy "transversal" allí. Lamentable también la minorización y el encerramiento forzado o voluntario de quien lamenta que "no hay intelectuales españoles que nos defiendan de estos ataques". Hemos llegado hasta aquí entre todos, la Física enseña que los vacíos se llenan, unos se refugiaron en ámbitos particulares, otros no construyeron una idea de España democrática y plural, vemos ahora cómo el nacionalismo monolingüe y xenófobo de siempre ocupa el centro y lo ocupa todo. Y no me extiendo sobre el pasmo que provoca la soberbia de unos intelectuales que se creen dueños de España y pretenden echarnos a los que no somos como ellos. A lo peor es cierto y España es suya, Pasqual.

Suso de Toro es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_