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Hamaca de lona
Columna
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Genuinamente americano

Reparo en que algunas de las crónicas acerca de la situación económica que viene publicando USA Today aparecen bajo la significativa rúbrica de "remodelando el sueño". El lead hace referencia, claro, al sueño americano, un concepto que, aunque difuso y abierto a diferentes significados, los estadounidenses entienden perfectamente. Aunque sus orígenes intelectuales remiten a la "ciudad sobre la colina" de los pioneros -una ciudad de Dios como modelo para el resto del mundo-, su formulación se debe al historiador James Truslow Adams, que perfiló el término para expresar el anhelo compartido de alcanzar una "vida mejor, más rica y más feliz".

En los tres últimos siglos han abundado las representaciones metafóricas, artísticas o literarias, de ese proteico sueño. Pienso en ello mientras regreso a Middlebury College (Vermont), donde resido temporalmente, por carreteras secundarias bordeadas de casas unifamiliares rodeadas de su parcela de césped, tras visitar el museo Norman Rockwell de Rutland, un modesto santuario (privado) consagrado al artista que más ha contribuido a implementar ese sueño en el imaginario nacional. A lo largo de sus 47 años de colaboración con el Saturday Evening Post -un popular semanario de información y entretenimiento para toda la familia de antes de la era de la televisión-, Rockwell (1894-1978) dibujó más de trescientas de sus célebres cubiertas.

Una tras otra conforman la visión dulce y amable de esa filosofía de los pequeños placeres que, anclada en la cotidianidad de las ciudades provincianas, ha conformado la idea elemental de la felicidad -en el sentido clásico de buena (y virtuosa) vida- de varias generaciones de norteamericanos. Al menos, de la de los blancos, creyentes y de clase media. Desde las minuciosas escenas de pilluelos haciendo trastadas a las de los concursos comarcales de herreros -con modelos que nada tienen que envidiar a los arquetípicos del realismo socialista que, por aquellos mismos años, imponía el arte soviético-, pasando por las escenas navideñas y familiares, la imaginería rockwelliana se complace en una idea de la dicha basada en los aspectos más anecdóticos y suaves de un país situado en la vanguardia mundial del progreso técnico y material.

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Claro que hay otras ideas posibles: el "sueño americano" es un concepto suficientemente amplio para que en él quepan todos los otros. Desde los racialmente emancipatorios (como el de Martin Luther King) a los socialmente transformadores (como los atribuidos a Barak Obama). Pero el merito de Rockwell fue conseguir una panoplia de imágenes persistente y socialmente influyente (y muy conservadora) compartida por millones de compatriotas.

Su famosa serie sobre las "cuatro libertades" básicas promocionadas por Franklin y Eleanor Roosevelt (expresión, culto, seguridad, libertad económica) constituyen la parte más políticamente comprometida de un corpus en el que también abundan las ilustraciones para anuncios de productos "genuinamente americanos", desde la Coca Cola a los cigarrillos Lucky Strike. América también ha acariciado siempre ese sueño de consumo. Y otros muchos: como los que posiblemente albergan todavía los habitantes de las casas más o menos parecidas que bordean la carretera, todas impecablemente rodeadas de su parcela de césped desde la que se eleva el penetrante y limpio aroma de la hierba recién cortada.

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