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Tribuna
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El Guadiana europeo

"Ouvido tinha aos Fados que viría /

uma gente fortíssima de Espanha"

Camoens

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Saramago ha relanzado, con una de sus agudas provocaciones, el recurrente debate de la unión entre Portugal y España en una Unión Ibérica. Un Guadiana que desaparece y resurge, con más fuerza en su país que en el nuestro, aunque ambos estén en la misma balsa de piedra. Nuestra opinión pública está, sin duda, más preocupada por si España se rompe o no, por lo que no se entiende bien que alguien quiera apuntarse, aunque sea de la familia. Y ello a pesar del carácter prioritario de las relaciones con Portugal, más aún en este decisivo semestre de presidencia portuguesa de la Unión Europea.

El tema es siempre actual, aunque nuestros vecinos lo verbalicen con mayor libertad. En nuestro caso, existe siempre una mayor reserva, por una actitud mezcla de temor a ser considerados como invasores imperialistas y el desdén de sentirse rechazados por un miembro de la familia. La cuestión me ha intrigado desde la escuela: cuando veía el mapa de la península me parecía que España había perdido la cara, por el claro perfil de un rostro de su costa occidental; aún hoy sigo sin entender que el tiempo en los telediarios se detenga en la frontera. La primera vez que viajé al Portugal de Salazar entré por Zamora, en donde hay un monumento a su paisano Viriato y llegué a Viseu, en donde había otro a su mismo heroico paisano. Con todo, no voy tan lejos como el navarro Irujo, el único nacionalista vasco ministro del Gobierno español en la historia, quien decía a Madariaga en 1944, al debatir la Comunidad Iberica de naciones, que lo que más le molestaba al ver el mapa de la Península era que Portugal estuviera de otro color.

Se pueden multiplicar hasta el infinito las paradojas y las ocurrencias más o menos felices que nos ha deparado nuestra secular relación. El hecho es que nos hemos vuelto a encontrar en el hogar ibérico tras haber dado la vuelta al mundo y habérnoslo repartido, los lusos hacia Oriente, los hispanos hacia Occidente con la gesta de los descubrimientos, primera etapa de la globalización, de la que se silencian capítulos sórdidos como el de la responsabilidad compartida en el tráfico de esclavos.

Pero más que repetir una reflexión histórica en la que coincido con el sensato artículo de Mario Soares ¿Portugal en Iberia? (EL PAÍS, 4-8-07) y en particular con su admiración por el espléndido opúsculo de Natalia Correia Somos todos hispanos (no publicado hasta ahora en España), creo más útil tratar nuestro proyecto compartido de futuro.

Tras sufrir largas y fraternas dictaduras, accedimos a la libertad casi juntos, construyendo sistemas políticos constitucionales basados en los mismos valores. Desde 1986, fecha en que entramos juntos en la entonces Comunidad Europea, hemos vuelto a participar, por primera vez de modo voluntario, en la misma alianza política, económica, militar y social desde que Alfonso Henriques creara el reino de Portugal en 1140. Y nos ha ido muy bien a ambos, eliminando de facto una raya que, al volvernos de espaldas, concentraba el mayor nivel de subdesarrollo al romper la mejor salida natural desde el interior hacia el mar. Además, el mercado común europeo es, ante todo, un mercado común peninsular, como comprendieron rápidamente las multinacionales, y entre ellas, las nuestras. En supermercados y farmacias compramos cotidianamente productos etiquetados en dos lenguas hermanas, tan próximas en su estructura como lejanas en su fonética, con una innegable ventaja para los lusófonos. Por fin, se extiende el estudio y conocimiento de culturas que compartieron Alfonso X el Sabio, Gil Vicente, Camoens o Cervantes.

Queda, no obstante, mucho por hacer. No es fácil explicar la evolución tan distinta de dos economías que comparten mercado, moneda, política comercial y los fundamentos de política económica y social, así como una aportación financiera solidaria de la UE. Frente al crecimiento sostenido de la economía española, la atonía depresiva de la portuguesa resulta difícil de comprender, aunque el esfuerzo de dinamización y modernización del Gobierno Sócrates empieza a producir resultados tras la necesaria e impopular cura de austeridad. Estamos construyendo con otros 25 Estados una Unión política, económica y social. En este semestre, Portugal tiene una gran responsabilidad que concierne no sólo a los ibéricos: sacar adelante el Tratado de Reforma que debe recoger el contenido sustancial del Tratado Constitucional para superar positivamente la situación de crisis en que nos encontramos.

De momento, un primer examen del texto sometido a la Conferencia Intergubernamental apunta propuestas preocupantes para los ciudadanos. No se trata sólo de la pérdida de claridad y transparencia del proceso, sino de un tratamiento de la ciudadanía que resulta inaceptable al convertirla en un auténtico guadiana, que se sumerge y resurge en los proyectos de dos Tratados, por un excesivo temor a las reacciones de algunos Estados que parecen ignorar el respeto a los compromisos contraídos al multiplicar reservas y descuelgues en relación con los derechos fundamentales de los ciudadanos. Ya se han aceptado algunas renuncias que rozan la humillación y el ridículo, como la supresión del himno o la bandera, ahora conviene actuar con seriedad y decisión para defender valores y principios comunes.

En este contexto, me consta que la propuesta de Saramago ha sido ya estudiada en algunas cancillerías europeas por las variaciones que puede suponer en el peso de los votos en el Consejo.

La aventura europea nos ha permitido reencontrarnos. La imagen del Guadiana puede ser ilustrativa de la tarea conjunta inmediata. Un río que desaparece y renace en La Mancha se convierte gracias al esfuerzo conjunto y solidario, incluida la modificación pactada de la frontera, en el mayor mar interior de la Península gracias a la presa de Alqueva. Lo importante es trabajar unidos para lograr un Tratado de Lisboa que refleje nuestra voluntad común, consiguiendo un Tratado de Reforma y no de Contrarreforma.

Enrique Barón Crespo es eurodiputado socialista y ex presidente del Parlamento Europeo.

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