Guerra en Palestina
La franja de Gaza es escenario de lo que hay que calificar sin ambages de situación de preguerra civil: una sucesión ininterrumpida de atentados, emboscadas, batallas con armas cortas y menos cortas entre las milicias de Al Fatah del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y las de Hamás, del jefe de Gobierno, Ismail Haniya. Desde el viernes, los muertos se cuentan por docenas; ayer fueron por lo menos 15, y otros tantos el martes, que, como cada 15 de mayo, recuerda al pueblo refugiado cómo en esa fecha de 1948 se creó el Estado de Israel, epítome para el nacionalismo palestino de todas sus desgracias; por eso lo llaman el día de la nakba, el desastre.
En enero del año pasado, Hamás, el movimiento que libra una guerra de terror contra Israel, ganaba unas elecciones que le daba el Gobierno de la Autoridad Palestina, mientras seguía en la presidencia Abbas, el jefe de Al Fatah, derrotado en las urnas. Pese a lo irreprochable de su victoria, Estados Unidos y la UE dejaban entonces de subsidiar la autonomía palestina, porque Hamás no quería renunciar a la violencia, e Israel, sin cortocircuitos de conciencia, retenía los ingresos de la AP por exportaciones a través de Israel por cientos de millones de euros. Aunque la ayuda humanitaria no cesa, lo que explica que no haya que recoger muertos de inanición en las calles, el poder no desempeña más funciones que las de la guerra. Y aunque el recrudecimiento de los combates se debe, como telón de fondo, al desacuerdo sobre la lealtad última de los cuerpos de seguridad de presidencia y Gobierno, Hamás acusa a Estados Unidos de facilitar entrenamiento y armas a la guardia de Abbas como preludio a una ofensiva para liquidar el movimiento.
El 8 de febrero pasado Al Fatah y Hamás habían firmado un acuerdo en La Meca para formar un Gobierno de coalición que debía persuadir a Estados Unidos y Europa de volver a financiar la autonomía. Pero nada de eso ha ocurrido para alivio del Gobierno israelí, que dirige Ehud Olmert, que lo último que quiere es negociar, cuando es blanco de las más acerbas críticas por la guerra de Líbano del verano pasado, en la que el Ejército israelí, mal dirigido y peor motivado, persiguió dando palos de ciego -casi todos a la población civil- a la guerrilla de Hezbolá, que ya campa en sus posiciones anteriores al conflicto cerca de la frontera con Israel. Pero el pueblo palestino, sin duda uno de los menos elegidos de nuestro tiempo, se aplica con denuedo para su autodestrucción. Si hay que celebrar el recuerdo de una tragedia, se celebra. Matándose unos a otros.
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