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Ha llegado la hora de la paz

La reunión "trilateral" entre la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, celebrada el 19 de febrero en Jerusalén, no ha representado siquiera un tímido paso hacia delante para replantear el proceso de paz. De nuevo, los Estados Unidos e Israel han impuesto una serie de condiciones que, en esta etapa preliminar, no pueden cumplirse. No han querido valorar la importancia que tiene el acuerdo interpalestino alcanzado, después de superar innumerables dificultades, hace tan sólo algunos días en La Meca bajo la presidencia del rey Abdullah de Arabia Saudita. De nuevo, un destello de esperanza que se acaba. Silencio de la comunidad internacional. Europa, una vez más, calla. Sólo Jordania, consciente de la complejidad de la situación, porque la vive desde dentro, pide a los Estados Unidos que reconsideren el rechazo de las propuestas del presidente palestino.

De nuevo, el riesgo de la espiral de la acción y reacción cuando, como en todo conflicto, sólo hay una forma de concluirlo pacíficamente: las partes no renuncian a sus principios y a la defensa de sus ideales, porque ello implica que una de ellas ha derrotado a la otra. Lo que cambia es que ambas partes deciden defender sus ideales y dirimir sus diferencias sin violencia.

Y junto a este ineludible paso previo, otro de no menor importancia: al iniciar los caminos de paz es imprescindible mirar hacia el futuro, aceptar el compromiso de que sólo los hijos de ambos contendientes cuentan, porque sólo así se consigue después, a lo largo del proceso, resolver los problemas del presente y aligerar la pesada carga del pasado. Por ello, negarse a admitir como interlocutor al gobierno de unidad palestino constituye un grave error, que es urgente remediar ahora. Ahora, sin más tardar. Sólo así, con la firme resolución de ambas partes de no recurrir a la violencia y de tener el futuro como prioridad inicial, podrían rápidamente tener lugar las diligencias diplomáticas y conferencias de concertación que permitieran abordar de igual modo las cuestiones, de gran potencial conflictivo de toda la zona, en particular las que se refieren al Líbano y a Irán.

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Ha quedado claro, con la estrategia de la "guerra preventiva" de Irak, que la fuerza no resuelve nada. Y a qué precio de muertes y sufrimientos. De nuevo, el estentóreo y trágico fracaso de la guerra, solución propia de una economía de guerra impulsada por una inmensa maquinaria bélica que ha situado los gastos en armamentos cerca de los 3.000 millones de dólares al día. Con las estrategias seguidas hasta ahora, todos se hallan extremadamente debilitados. Ha llegado el momento de adoptar otra. Ahora.

La formación de un Gobierno de unidad nacional palestino era tan necesaria como apremiante para que, dejando a un lado sus diferencias, Hamás y Al Fatah consiguieran frenar el declive hacia una guerra civil y se iniciara lo que era de esperar después de las elecciones: la gobernación de Palestina y la rápida conclusión de acuerdos iniciales con Israel, que necesita también, dada la insoportable carga moral y política que significa la ocupación, una normalización de la situación. El presidente Abbas no podía hablar de paz con el primer ministro Olmert hasta que la consiguiera entre sus propios ciudadanos.

Por esta razón, resulta tan inconveniente el resultado de la reunión "trilateral" de Jerusalén.

La Unión Europea debería, después de los Acuerdos de La Meca, liberar al pueblo palestino de los obstáculos que representa el boicot impuesto al Gobierno de Hamás. El no reconocimiento de los resultados electorales es otro de los temas que inciden en el complejísimo escenario del Próximo Oriente. Sólo si se obtiene el "acuerdo de la palabra" y de renuncia a la fuerza, la Unión Europea podría a continuación, aprovechando la buena disposición de la presidencia germana y de la canciller Merkel, impulsar con firmeza la adopción de una nueva política para la zona en su conjunto.

Sólo de este modo sería posible encauzar los múltiples casos de incapacidad para la convivencia pacífica resultantes del derrumbamiento de los sistemas dictatoriales que mantenían pueblos de distintas culturas y creencias unidos por la fuerza. Que nadie se equivoque: la "indisoluble unión" garantizada por los ejércitos tiene siempre los días contados. Sólo la que se basa en la libre expresión de la voluntad ciudadana transcurre felizmente, con las tensiones y ajustes propios de toda empresa humana.

Desde hace muchos años, los pueblos israelí y palestino se han visto forzados a aceptar la perversa dinámica de que "si quieres la paz prepara la guerra". Ahora, después de tantos desmanes, la ensangrentada realidad les conduce irremediablemente a considerar la necesidad, cuando realmente se quiere la paz, de prepararla. "Si quieres la paz, contribuye con tu comportamiento a hacerla posible". Es urgente, en consecuencia, que concluyan sin mayor demora el terrorismo, las instigaciones, expropiaciones, asentamientos, obras en lugar y tiempo inoportunos..., para que se vaya afianzando el convencimiento de que es posible, por fin, descubrir nuevas rutas hacia la convivencia pacífica.

El diálogo del reconocimiento es imposible mientras no se encuentre una solución política aceptable para los dos protagonistas. Por ello, como antes indicábamos, lo que necesitan con urgencia ambos pueblos, más que un debate sobre el pasado -por definición arbitrario y reconstruido- es una concepción común del futuro, que debe partir de una aceptación política. La aceptación de la existencia segura y reconocida de dos Estados independientes; la aceptación de un futuro común porque es evidente para cualquiera capaz de observar esta tragedia con lucidez que los dos Estados van a necesitarse entre sí para superar sus antagonismos y, sobre todo, dominar su pasado.

La paz interna y la paz con el vecino: éstos son los grandes retos a los que pueden hacer frente israelíes y palestinos si deciden, dentro y fuera, resolver sus posiciones, puntos de vista, a veces diametralmente opuestos, sin recurrir a la violencia. Y, desde esta premisa, contarían inmediatamente no sólo con la iniciativa del plan de paz árabe sino con el respaldo internacional. Por cuanto antecede, creemos que, ahora, podría replantearse urgentemente la situación en el Próximo Oriente según las bases siguientes:

1. No hay solución posible por la fuerza, tanto por el lado de Israel como de los palestinos. Ambos bandos deben reconocer el derecho del otro a existir dentro de un Estado seguro, protegido internacionalmente y viable.

2. La cuestión de los refugiados debe ser tratada a partir de una declaración de la comunidad internacional (la ONU, los países árabes, Israel, los palestinos y las grandes potencias) en el marco de las fronteras heredadas del Acuerdo de Paz, para el retorno al Estado palestino de aquellos refugiados que así lo desearan. Tanto para éstos como para los que permanecieran en los países de acogida, se establecería un fondo de compensación y rehabilitación.

3. En la cuestión de Siria, deberían seguirse las pautas del Informe Baker-Hamilton, rechazado por el presidente Bush, favoreciendo el establecimiento de negociaciones entre Israel y Siria, sobre la base de las que llevaron a cabo en su día Rabin y Barak. Los puntos de litigio que quedaron abiertos desde entonces tienen solución, tal y como lo comprobó el reciente canal de negociaciones discreto entre Alon Liel, ex director general del Ministerio de Asuntos Exteriores y una personalidad siria cercana al régimen. En lo que se refiere al Líbano, los problemas fronterizos y otros que pueden quedar pendientes son menores y de fácil solución.

4. La paz entre los israelíes, los palestinos y los sirios permitiría involucrar a la Liga Árabe, cuya propuesta de paz del año 2002 indica que si Israel concluye acuerdos de paz con Siria y los palestinos sobre la base de las fronteras de 1967 -salvo pequeñas modificaciones aceptadas por ambas partes- y se encuentra una solución consensuada al problema de los refugiados, la totalidad del mundo árabe firmaría la paz con Israel y 22 banderas árabes ondearían en las correspondientes embajadas del Jerusalén israelí.

5. Creación de un foro de encuentro israelí-palestino-árabe para los actores de las sociedades civiles de estos pueblos con el fin de favorecer la convivencia cultural y confesional.

El acuerdo israelo-palestino es el primer paso indispensable para resolver los problemas que hoy ensombrecen una de las regiones que, normalizada su situación, pueden contribuir muy en primer lugar a una nueva era. Ahora es el momento.

Sami Nair es profesor invitado de la Universidad Carlos III. Shlomo Ben Ami, ex ministro de Exteriores de Israel, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Federico Mayor es presidente de la Fundación Cultura de Paz.

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