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La Habana, en proceso

Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir a la representación de La flauta mágica, de W. A. Mozart, en el teatro García Lorca, y presencié sorprendido una doble escenografía: la de la obra, con mejores cantantes que puesta en escena, y la del público, entre el que abundaban personas de edad avanzada, que exhibían sus mejores galas y que, pese a estar un tanto ajadas por el paso del tiempo -lo que les imprimía un cierto aire de fragilidad-, mantenían una dignidad encomiable.

En ese momento sentí que esas personas eran, en cierto modo, como una metáfora de la ciudad, de su ciudad, de La Habana. Ajada igualmente por el paso del tiempo, pero cuya fragilidad no le impedía sentirse orgullosa de su identidad.

Y es que La Habana, pese a su innegable y reconocido deterioro, producto de la falta de conservación y de un proceso de sobreexplotación del espacio que en muchos casos adquiere parámetros de hacinamiento, sigue siendo una ciudad única, fascinante, construida siempre con las claves de la modernidad que cada época fue marcando.

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Pero también porque ha permanecido al margen de los procesos de especulación que han dinamitado la mayor parte de las ciudades latinoamericanas, en las que se han aumentado densidades y construido pseudorrascacielos sobre la trama de la ciudad histórica, arrasada en su mayor parte por la falta de sensibilidad y un afán desmedido de lucro inmediato.

Tal vez si el Plan Piloto de nuestro querido y exiliado Josep Lluís Sert, se hubiera desarrollado con el apoyo económico norteamericano a finales de los cincuenta, producto del positivismo imperante devenido de la ciudad funcional proclamada por el Movimiento Moderno, La Habana sería otra bien distinta, para desgracia de todos.

Pero no fue así, y en cambio La Habana supo mantener el complejo patrimonio heredado, fruto de una etapa colonial durante la cual se convirtió en Puerta de América, y también de una República que, pese a las dificultades e intromisiones, supo modernizar la ciudad, generar nuevas centralidades y dotarla de una estructura que respondía a los parámetros que significaban a las modernas metrópolis.

La Revolución planteó unos objetivos bien distintos, al priorizar aquellos soportes constructivos que iban a desarrollar sus políticas sociales, especialmente los de la educación y la salud, ampliamente difundidas. Y la vivienda se abordó desde la producción en masa a través de distintos sistemas prefabricados importados de los países del denominado bloque socialista, en barriadas satélites que, con muy diversa fortuna, fueron poblando la periferia de las ciudades cubanas con un modelo de ciudad abierta.

En 1982 se declaró por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad La Habana Vieja, la almendra amurallada colonial y su sistema defensivo, un conjunto de excepcional interés que corría el riesgo de formar parte del patrimonio documental de la historiografía urbana.

La caída de la URSS provocó lo que en Cuba se denominó periodo especial, término con el que se describía una economía de emergencia, con una caída del PIB del 40%, y una población convertida en héroes de la cotidianeidad.

Esta crisis dio lugar a la práctica paralización del país desde el punto de vista constructivo, donde algunas experiencias como las microbrigadas sociales o las construcciones por esfuerzo propio, abordaron situaciones específicas, resolviendo problemas que nunca alcanzaban a solventar la demanda real de viviendas.

En esta coyuntura, quien lideró progresivamente la tarea de rehabilitación de La Habana Vieja de una manera integral fue la Oficina del Historiador de la Ciudad, dirigida por Eusebio Leal, redactando un Plan Maestro en el ámbito de la ciudad histórica que identificó, con sentido realista, un alto porcentaje de edificación en mal estado, estableciendo áreas priorizadas como el caso de San Isidro. La estrategia era incidir en una primera etapa en el denominado sector rentable -hoteles, restaurantes, tiendas y demás servicios turísticos, que operaban en dólares-, como generador de fondos con los que ir abordando paulatinamente y con el apoyo externo de Gobiernos, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, Instituciones y ONG, la revitalización de este ámbito patrimonial, creando para ello una especie de holding empresarial, que no siempre fue valorado positivamente desde el interior, pero que tal vez sea el modelo en el que basarse para emprender los nuevos retos que, a medio plazo, debe afrontar el país.

Toda acción cuenta con luces y sombras, y cada cual pone el énfasis en lo que le interesa. Así, se ha criticado la labor de la Oficina del Historiador en el sentido de que estaba induciendo una cierta terciarización de La Habana Vieja, o que determinados proyectos desvirtuaban su esencia identitaria, pero quienes tenemos la fortuna de visitar periódicamente la ciudad, no podemos negar la evidencia, y es que lejos del ámbito de los grandes hitos patrimoniales que recorre sistemáticamente el turismo de paquete, hay todo un conjunto de actuaciones que están incidiendo con su proceso rehabilitador en funciones sociales de primer nivel: tercera edad, discapacitados, infancia, son sectores priorizados y que encuentran en lugares como el antiguo Convento de Belén el marco para su desarrollo. Y la vivienda se ha ido afrontando paulatinamente, participando de la convicción de que sin vivienda no hay ciudad.

Pero resolver los niveles de hacinamiento que se producen en muchos edificios no es fácil, pues no se pueden consolidar situaciones de infravivienda. De aquí que se haya tenido que lidiar siempre entre el difícil equilibrio de mantener a las familias en su entorno inmediato, donde se encuentran arraigadas, y dotarlas de unas condiciones de habitabilidad dignas. Y la ecuación no siempre cuadra, sobre todo cuando los recursos son limitados.

Entre el blanco y el negro yo prefiero siempre el gris, y es verdad que La Habana, como dicen allá está en llamas o, como proclaman los Van Van La Habana no aguanta más, y el optimismo quizá sea un signo inequívoco de ingenuidad. Pero aunque la tarea es ardua y difícil -mil millones de dólares que es la cifra estimada para la recuperación de La Habana Vieja me parece claramente insuficiente-, lo que es innegable es que la travesía existe, que pese a todas las dificultades, las acciones son como una mancha de aceite que se va infiltrando entre los tejidos arquitectónicos, urbanos y sociales de La Habana, y que las mareas de fondo pueden desdibujar la estela trazada sobre la superficie marina, pero pese a todo, emulando a Galileo, diría: eppur si muove!.

Francisco Gómez Díaz es arquitecto, profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla, patrono de la Fundación Arquitectura Contemporánea y autor de Aprendiendo de La Habana.

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