¿Hay final feliz para el cine español?
Lo peor de las réplicas y contrarréplicas es que casi nunca se lee lo que literalmente dice el que nos contradice. Es otra preceptiva, la de la dialéctica, que también se va perdiendo.
Así, que se me antoja una tarea baldía volver a refutar a John J. Healey los puntos en los que ahora no se reconoce y que eran los que sustentaban su artículo, El problema más grave del cine español. En los primeros párrafos asegura que "la lengua española tal y como está expresada en España no casa bien con el cine". La "rigidez fanfarrona" de hablar y actuar hace que, según nuestro amigo metido a sociólogo, "mucha parte del público se distancie de la puesta en escena". Sin embargo dos párrafos más adelante asevera que dada nuestra homogeneidad social (¿?), "los españoles no notan nada raro". ¿En qué quedamos, huyen porque no se reconocen o asisten y asienten sin apercibirse? Concluye con la imposibilidad del ser cinematográfico español. Lo de Geraldine Chaplin en nuestro cine no es una excepción: ahí está Viggo Mortenssen, en el capitán Alatriste sin doblar, o muchos excelentes actores argentinos presentes en distintas películas españolas. El último, Alberto Ammann, haciendo de Lope de Vega. Curiosamente, aquí aceptan peor a los extranjeros en el teatro que en el cine -recuérdese el vergonzante episodio de Liessner (el francés) al que obligaron a irse del Teatro Real-. He trabajado con algunos de los grandes directores extranjeros y todos coinciden en reconocer que los intérpretes, los buenos artistas, no tienen nacionalidad. De esos, claro, hay pocos en todas partes. Algunos españoles ocupan primeros puestos en Estados Unidos y obtienen premios Oscar y honores. Lo cual tampoco avala, por cierto, la calidad de los que no la posean.
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