Horizonte de recesión
El estancamiento en la zona euro reabre el debate sobre el recorte del déficit a cualquier precio
Europa promete estancamiento y recesión, al menos durante 2012. La economía del euro crecerá apenas el 0,5% en 2012 (la tercera parte de lo previsto en las proyecciones de primavera) y varios países se hundirán en la recesión (Italia muy probablemente, y con seguridad Portugal y Grecia, que ya lleva seis trimestres en ella) en una parálisis económica que amenaza con prolongarse hasta bien entrado 2013.
El mensaje de la Comisión para España es doblemente malo: la tasa de crecimiento será este año y el próximo del 0,7%, lo cual equivale a certificar que la economía seguirá destruyendo empleo y la tasa de paro seguirá creciendo discrecionalmente (en todo caso, rozando el 21%), limitada tan solo por la caída de la población activa y la salida de los inmigrantes; y España no cumplirá los objetivos de reducción del déficit ni este año, ni el próximo ni en 2013. El Gobierno que salga de las elecciones tendrá que proceder a rápidos ajustes de gasto y rentas para cumplir con la Unión.
La preocupación por la solvencia de las deudas nacionales ha eclipsado la evidencia de que la economía del euro viene deslizándose durante 2011 hacia el estancamiento y, en algunos casos, la recesión. Ahora que Olli Rehn ha hecho oficiales los temores, es el momento de señalar las causas de la brusca, pero esperada, congelación de la economía europea. La crisis persistente de la deuda es la causa inicial; las políticas de contracción fiscal, obligadas para responder a esa crisis, son la causa subsiguiente; y la pertinacia política, sostenida desde Alemania, Francia y el BCE, de mantener dichas políticas con carácter inflexible y generalizado ha sido y es el gran obstáculo para una recuperación económica en la zona que debería haberse iniciado ya a comienzos de 2011. Los ortodoxos de la estabilidad presupuestaria a cualquier precio se escudan en la presión de los inversores para exigir plazos cortos de ajuste del déficit, ajustes presupuestarios radicales y costes elevados en los rescates para Grecia, Irlanda y Portugal.
La cuestión es si esta predicción de más sufrimiento económico, más paro y menos riqueza puede conjurarse de algún modo. Tal como se ha gestionado la crisis financiera, queda poco margen de maniobra. La incapacidad europea para dar respuesta a la crisis griega y la demora permanente de las soluciones evidentes (la creación de un Tesoro europeo es la principal) ha desembocado fatalmente en el caos italiano. Eso sí, con la ayuda inestimable de la inepcia del Gobierno de Berlusconi. Hoy, la delgada línea que separa al euro de una ruptura catastrófica es la intervención del BCE comprando masivamente deuda italiana.
La opción de las dos velocidades nada soluciona. Implicaría una pérdida de riqueza global inaceptable incluso para Alemania y Francia. Una salida razonable para la recesión inducida por la deuda, sugerida sotto voce desde el G-20, es que los países de la zona que no tienen problemas de déficit (Alemania, Países Bajos, Austria y Finlandia) apliquen políticas fiscales expansivas, para aumentar el gasto, la demanda y las importaciones. Alemania se dispone a reducir los impuestos, pero lo cierto es que es una respuesta a la subida del IVA, que Schäuble considera excesiva. No existe política consciente de incentivar la demanda; más bien lo contrario, cualquier atisbo de relajación sería considerado en Berlín como anatema.
En España, una de las víctimas de la contradicción entre solvencia de la deuda y crecimiento, pronto se recrudecerá el debate sobre los costes de la política de ajuste. Si quiere cumplir con los socios europeos tendrá que ajustar (con menos gastos o más impuestos) 15.000 millones en 2012 y 23.000 millones en 2013. La primera pregunta de la discusión es si la sociedad española puede soportar este drenaje; la segunda, si un esfuerzo de esta envergadura conducirá a la reactivación en 2014.
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