_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Irán: la última salida para la diplomacia

Joschka Fischer

La crisis de Irán está avanzando a pasos agigantados en una dirección alarmante. No puede haber ya ninguna duda de que el deseo de Irán es obtener armas nucleares. Ahora bien, el meollo del problema es la aspiración del régimen iraní a establecer su hegemonía como potencia regional e islámica y, de esa forma, situarse a la misma altura que las naciones más poderosas del mundo. Precisamente esta ambición es la que distingue a Irán de Corea del Norte: mientras que este país quiere tener capacidad nuclear para poder consolidar su aislamiento, Irán trata de alcanzar el dominio regional y más.

Irán cuenta con que haya cambios revolucionarios en la estructura de poder de Oriente Próximo y que éstos le ayuden a alcanzar su objetivo estratégico. Para ello utiliza el conflicto israelo-palestino, pero también recurre a Líbano, Siria, su propia influencia en la región del Golfo y, sobre todo, Irak. Sus aspiraciones hegemónicas, su forma de poner en tela de juicio la situación regional y su ambición de poseer un programa nuclear constituyen una combinación muy peligrosa.

Si Irán adquiriese una bomba nuclear -o incluso la capacidad de fabricarla-, Israel lo interpretaría como una amenaza fundamental contra su existencia, lo cual obligaría a Occidente, y en especial a Europa, a tomar partido. Europa no sólo tiene obligaciones morales históricas con Israel, sino que sus intereses en materia de seguridad la unen a una zona tan vital, desde el punto de vista estratégico, como es el Mediterráneo oriental. Además, un Irán nuclear también estaría considerado como una amenaza por parte de sus demás vecinos, una situación que seguramente desembocaría en una carrera regional de armamento y alimentaría aún más la volatilidad de la zona. En pocas palabras, un Irán nuclear pondría en peligro la seguridad fundamental de Europa. Pensar que los europeos pueden mantenerse al margen de este conflicto es una fantasía peligrosa.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Es mucho lo que está en juego en esta crisis; por esa razón Alemania, el Reino Unido y Francia emprendieron negociaciones con Irán hace dos años, para convencer a los iraníes de que abandonaran sus esfuerzos destinados a cerrar el ciclo del combustible nuclear. La iniciativa fracasó por dos motivos. Primero, la oferta europea de poner al alcance la tecnología y el comercio, incluido el uso pacífico de la tecnología nuclear, era desproporcionada frente al miedo de Irán a un cambio de régimen y sus aspiraciones hegemónicas en la región, con la correspondiente búsqueda de prestigio mundial. Segundo, la desastrosa guerra encabezada por Estados Unidos en Irak ha llevado a los dirigentes iraníes a pensar que la mayor potencia occidental está tan debilitada que ahora depende de la buena voluntad de Irán, y que los altos precios del petróleo han hecho que Occidente tenga mucha más resistencia a un enfrentamiento serio.

El análisis del régimen iraní puede constituir un error de cálculo peligroso, porque tiene probabilidades de acabar provocando, en breve plazo, un conflicto "explosivo" en el que Irán no tendría ninguna manera de vencer. Al fin y al cabo, la pregunta clave de este conflicto es: ¿quién domina Oriente Próximo, Irán o Estados Unidos? Los líderes iraníes no han calculado bien lo incendiaria que es esta pregunta, y la forma de responderla, con respecto a Estados Unidos como potencia mundial y, por tanto, a su propio futuro.

Tampoco el debate sobre la opción militar -la destrucción del programa nuclear iraní a base de incursiones aéreas de Estados Unidos- ayuda a resolver el problema. Más bien, suena a profecía autocumplida. No existen garantías de que los intentos de destruir el potencial nuclear de Irán -y, por tanto, su capacidad de dar el salto adelante en materia nuclear- vayan a triunfar. Es más, como víctima de una agresión extranjera, Irán vería plenamente legitimadas sus ambiciones nucleares. Y además, un ataque militar a Irán sería el comienzo de una escalada militar y terrorista de ámbito regional y tal vez mundial; una auténtica pesadilla para todos.

¿Qué debemos hacer, pues? Todavía hay una buena oportunidad de alcanzar una solución diplomática si Estados Unidos, en cooperación con los europeos y, por consiguiente, con el apoyo del Consejo de Seguridad y los países no alineados del Grupo de los 77, ofrece a Irán un "gran acuerdo". A cambio de la suspensión del enriquecimiento de uranio a largo plazo, Irán y otros Estados obtendrían acceso a investigación y tecnología dentro de un marco definido por la comunidad internacional y bajo la total supervisión del Organismo Internacional de la Energía Atómica. A continuación, llegaría la plena normalización de las relaciones políticas y económicas, que incluiría unas garantías de seguridad vinculantes, con arreglo a un plan de seguridad regional.

Hay que dejar muy claro a los dirigentes iraníes lo caro que sería rechazar esa oferta: si no se llega a ningún acuerdo, Occidente hará todo lo posible para aislar a Irán económica, financiera, tecnológica y diplomáticamente, con el apoyo total de la comunidad internacional. Las alternativas iraníes no pueden ser más que reconocimiento y seguridad, o aislamiento total.La presentación de estas alternativas a Irán requiere previamente que Occidente no tenga miedo de subir los precios del petróleo y el gas. De hecho, las otras dos opciones -la transformación de Irán en potencia nuclear y el uso de la fuerza militar para impedirlo-, además de todas sus horribles consecuencias, también provocarían una subida de los precios. Todo está a favor de que se emplee la carta económico-financiera y tecnológica.

El hecho de ser consciente de las posibles y espantosas consecuencias que tendría un enfrentamiento militar y las consecuencias igualmente espantosas que tendría la bomba atómica en manos de Irán debe hacer que Estados Unidos abandone su política de rechazo a las negociaciones directas y fe en un cambio de régimen. No basta con que actúen los europeos mientras los estadounidenses siguen observando las iniciativas diplomáticas y sólo participan entre bastidores, pero dejan que, en definitiva, los europeos hagan lo que quieran. El Gobierno de Bush debe encabezar la iniciativa occidental en unas negociaciones coordinadas y directas con Irán, y, en el caso de que dichas negociaciones prosperen, debe estar también dispuesto a aprobar unas garantías adecuadas. En esta confrontación, los factores decisivos van a ser la credibilidad y la legitimidad internacional y, para asegurarlas, será necesario que Estados Unidos mantenga una actitud de líder con calma y visión de futuro.

La oferta de un "gran acuerdo" uniría a la comunidad internacional y daría a Irán una alternativa convincente. Si Irán aceptase la oferta, la suspensión de las investigaciones nucleares en Natanz durante el desarrollo de las negociaciones sería la prueba de fuego de su sinceridad. Si rechazara la oferta o no cumpliera con sus condiciones, se aislaría por completo de los demás países y proporcionaría nueva legitimidad a otros tipos de medidas. Ni Rusia ni China podrían dejar de mostrar su solidaridad en el Consejo de Seguridad. Pero una iniciativa así sólo puede salir adelante si el Gobierno estadounidense asume el liderazgo entre los países occidentales y se sienta en la mesa de negociaciones con Irán. E incluso entonces, la comunidad internacional no dispondría de mucho tiempo para actuar. Como tienen que saber todas las partes, se está acabando el plazo de las soluciones diplomáticas.

Joschka Fischer fue ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005. Es dirigente del Partido Verde. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2006.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_