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Julio del 36: demasiado cerca

Antonio Elorza

Los traumas del periodo que media entre 1929 y 1945 han causado graves problemas en la memoria histórica, y no solo en la historiografía, de todos los países afectados. Al cumplirse los 75 años del inicio de la Guerra Civil es lo primero que conviene destacar. La forma especialmente trágica en que dicho problema fue vivido en nuestro país viene a cumplir el dicho fraguista de que Spain is different, pero en la misma medida que Alemania con la imposición del nazismo, Polonia o Austria al sufrir su invasión o Francia, en agitación permanente hasta ser a su vez invadida, lo vivieron cada una de manera diversa. Los años treinta estuvieron presididos en Europa por el ascenso en apariencia imparable de los fascismos, y ello fue determinante para el curso seguido en España por la crisis endógena, la cual fue resuelta mediante la interminable dictadura militar que tantos conocimos.

La derecha repite hoy los argumentos franquistas para legitimar el levantamiento militar

Lo que sí resulta específico de España es la pésima situación actual en el ajuste de cuentas con el pasado. Tras unos primeros tiempos en que de un modo u otro los países implicados restañaron heridas acudiendo a relatos simplificados que pudieron evitar a la convivencia la sombra de ese pasado todavía muy próximo, por ejemplo desligando al nazismo de las responsabilidades de la población en Alemania o presentando a una Francia o a una Italia unánimemente resistentes, llegó la hora de contemplar lo sucedido en toda su complejidad. Es lo que en Francia reflejaron filmes como Lacombe Lucien de Malle o Le chagrin et la pitié de Marcel Ophüls, por no hablar luego de los trapos sucios de Mitterrand; en Alemania, libros como Verdugos voluntarios de Goldhagen, o en Italia el reconocimiento del periodo 1943-45 como una auténtica guerra civil entre resistentes y musolinianos bajo la ocupación. Una vez establecida una imagen histórica veraz, a veces después de duras polémicas como la de los historiadores en Alemania, llegó una relativa pacificación, siempre presidida por el refrendo a los contenidos democráticos de esos años de hierro.

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En España esto no está sucediendo, y la responsabilidad ciertamente no recae sobre el trabajo de los historiadores, desde distintas orientaciones y en áreas diversas. Entre tantas otras aportaciones, pensemos en las indagaciones casi policiales que han llevado a Ángel Viñas a adelantar un día la fecha de sublevación, centrándose en el verosímil asesinato franquista del general Balmes en Canarias, un obstáculo menos, en su reconstrucción de la España republicana en guerra o, de otro lado, en la línea de estudios sobre la violencia abierta por González Calleja.

De forma discreta, la Ley de Memoria Histórica proporcionó un aval del Estado para restablecer un equilibrio que a los demócratas les había sido negado en cuanto al reconocimiento de su papel en esa historia trágica, con una proyección bien concreta sobre el tema de los asesinados sin tumba. Al estudio pormenorizado de la represión franquista, diseñada de antemano y prolongada durante décadas con decenas de miles de muertos, lo que confirma la idea de un genocidio, siguió el esfuerzo de los descendientes por recuperar los restos de las víctimas de la "operación quirúrgica" anunciada por Franco desde noviembre de 1935. Faltó solo que ese esfuerzo se viera acompañado por la sugerencia de Ian Gibson: que la verdad y el dolor fueran asumidos por todos y para todos, que al lado de las trece rosas fueran sentidas las víctimas de la cárcel Modelo o Paracuellos. Manuel Azaña dio aquí una pauta de la cual la izquierda nunca debió apartarse. Otra cosa son las responsabilidades.

Más grave resulta que amplios sectores de nuestra derecha, esgrimiendo además la idea de una reconciliación entre españoles contra la Ley de Memoria Histórica, se hayan lanzado a repetir los argumentos franquistas para la legitimación del levantamiento militar. La satanización de Garzón, y la consiguiente celebración de su encausamiento, se hicieron en nombre de una visión del 36 que llevó ya a pensar en un alineamiento consciente con los vencedores. Todo análisis de la política republicana, de sus proyectos, ideas y frustraciones, ha sido sustituido por la descripción de un museo de horrores en que la República habría consistido de principio a fin. Los generales alzados, y sus comportamientos criminales desde el primer momento, desaparecen del mapa. Fueron simples instrumentos de una necesidad histórica que les obligaba a poner orden. Gil Robles o Calvo Sotelo no eran sino buenos ciudadanos que como notarios levantaban acta de un desastre, cuya eliminación correspondió a la espada.

De fascismos en Europa, de lo ocurrido en Alemania o en Austria, de lo que esa derecha proponía e impulsaba, de los pistoleros falangistas, ni palabra. Como además los malos de la película, caso concreto del crimen que costó la vida a Calvo-Sotelo, podían ser para el relato y en exclusiva los socialistas de la época, miel sobre hojuelas. Pueden matarse dos pájaros de un tiro, al destruir la imagen del PSOE como partido democrático y reemplazarla por la de heredero de una organización que ejecutó y avaló el crimen político. Aquí sí que respecto de la derecha democrática europea, por desgracia, Spain is different.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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